Ida y vuelta a Málaga


El viernes comencé el día muy temprano. A las seis menos diez me levantaba, me duchaba, me vestía, desayunaba, revisaba la lista de cosas que quería llevarme que había ido preparando durante la semana y que usé para llenar mi mochila la noche anterior y después de reprogramar la calefacción de mi casa y ponerla en modo vacaciones, salí de mi casa a las seis y media. Caminaba por la nieve cada vez más dura hacia la parada de guaguas con una temperatura de siete grados bajo cero. En la parada estaban los habituales de esas horas, gente que me mira con curiosidad porque saben que yo no soy uno de los pájaros de esas horas.

La guagua me dejó en la estación de Utrecht Centraal incluso con tiempo para pillar el tren anterior pero decidí seguir mi planificación y aprovechar para comprarme un capuchino calentito para llevármelo en el tren. Iba en dirección a la ciudad e Eindhoven. Cincuenta minutos más tarde y tras una eternidad de paisaje nevado precioso llegaba a la ciudad en la que nació la multinacional Philips. En la estación de autobuses que hay allí mismo tomé el 401 que lleva al aeropuerto de Eindhoven. Para la gente que viaja con Ryanair y que necesita billete de autobús, hay que comprarlos fuera o en una máquina que está en la mitad del autobús y que SOLO admite monedas. Una chica estuvo casi diez minutos para comprar un billete y la gente se desesperó tanto que terminaron por pulsar los botones. De cara parecía normal pero vista la ineficiencia que tenía para comprender una máquina con un par de botones, espero que tenga más maña para comerle el rabo al patrón que la empala, aunque sería preferible que esa rama defectuosa de nuestra especie no se reproduzca y la línea acabe en ella.

Llegué al aeropuerto a las ocho y media y me dirigí directamente al control de seguridad ya que tenía la tarjeta de embarque. La novedad en Eindhoven es que hay que quitarse los zapatos si tienes botas de algún tipo. Algunos tratan de razonar con los subhumanos que contratan para esas tareas cuando lo más fácil es hacerlo y quitarte de en medio lo antes posible. Como siempre, pasé todos mis líquidos camuflados en el abrigo, sin usar la bolsa de rigor y no se enteraron, algo que me ha sucedido en aeropuertos de España, Turquía, Hong Kong, Malasia, Camboya, Países Bajos y Portugal y que demuestra que el paripé que hacen tiene unos agujeros escandalosos.

Una vez dentro de la terminal me tomé otro café y me dediqué a esperar navegando por Internet y mandando mensajes. A la hora prevista nos llamaron para el embarque y como esta vez había comprado la prioridad, fue el tercero en comenzar la carrera hacia el avión. El billete fue escandalosamente barato, 22 eurolos por un Amsterdam Málaga con prioridad en el embarque. Me senté en la primera fila del lado de la derecha, en la ventana, con un montón de espacio adicional y mandé los últimos mensajes antes de desconectarme.

Salimos con diez minutos de retraso y llegamos a Málaga con veinte de adelanto gracias a los generosos tiempos que prevé Ryanair y que hace que siempre lleguen en hora o antes de la hora. El aeropuerto de esa ciudad tiene una nueva terminal y el tipo que la cagó (porque eso no puede ser diseñado) debe ser de la misma rama mongólica que la que no sabía comprar el billete de autobús. En la terminal nos perdimos, varias veces, buscando la salida ya que está mal señalizada, no tiene lógica alguna y hubo mucho resentimiento entre el equipo constructor. En un punto determinado, siguiendo los carteles de salida, nos dividimos en dos grupos. Unos se fueron por unas escaleras que podían ser la salida o los locales de alquiler de coche y otros seguimos otra señal de salida que nos llevó hasta una pared de vidrio en la que acababa el aeropuerto. Retrocediendo sobre nuestros pasos y mirando los flujos de los locales conseguimos encontrar la puerta.

Afuera no me esperaba mi amigo Sergio. ?l también se había perdido tras aparcar el coche. Nos vimos cinco minutos más tarde y tras el abrazo y los besos de rigor comenzamos a caminar hacia el aparcamiento. Un hombre nos pidió ayuda para encontrar la terminal. Cargaba a su hijo y estaba perdido igual que nosotros y todos los demás. Le indicamos el camino.

Como veréis, tuve muchísima suerte y mi Ángel de la Guarda se lució nuevamente. En el día en el que se arruinaron las vacaciones de cientos de miles de personas, yo pasé por el sistema sin que me rozaran los problemas.

No voy a hablar aquí del fin de semana aunque es probable que haya otra anotación al respecto. Decir que estoy muy feliz por haber visto a uno de los amigos que están en el círculo de confianza, uno de los BIG FIVE y como siempre, me lo pasé fantástico con él y su familia.

Esta mañana nos levantábamos temprano, a las ocho de la mañana, desayunamos y cerca de las nueve y media me despedía de su esposa e hijos y bajo una tenaz y jodida lluvia, salíamos hacia el aeropuerto. Esta vez encontró sin problemas el lugar en el que dejarme. Nos despedimos prometiendo volver a vernos pronto, algo de lo que me encargaré yo de que se cumpla, igual que hago con el Turco y Waiting ya que tres de los BIG FIVE no viven en los Países Bajos y me obligan a desplazarme continuamente.

Pasé el control de seguridad del aeropuerto sin quitarme las botas y con los desodorantes y otros líquidos repartidos por el abrigo de invierno como siempre. Después caminé por el edificio nuevo, frío como una nevera y poco práctico. Las cosas nunca parecen estar en su sitio natural, más bien las colocaron en donde pueden joder más. Compré dos botellas de vino para regalárselas al Rubio aprovechando que mi mochila iba bastante vacía, solo con la cámara y el iPad ya que la ropa que llevé la fui desechando, algo que ya comentaré otro día.

A la hora en la que tenía que comenzar el embarque llegó nuestro avión, un Vueling y quince minutos más tarde anunciaron que se retrasaba por problemas meteorológicos en el aeropuerto de destino, o sea, Amsterdam Schiphol. Prometieron dar más información en veinte minutos y entre los pasajeros comenzó a cundir el desánimo. Un cuarto de hora más tarde nos dijeron que el avión estaba listo para el despegue y salimos por pata. Yo iba sentado en la penúltima fila, en un asiento asignado en la lotería de Vueling, ya que a menos que pagues, ellos colocan a las parejas y amigos separados para exprimir un poco más la vaca, algo que podemos calificar como de miserables. El precio del billete incluyendo tasas era de cincuenta euros. El sistema de lotería no puso a nadie más en mi fila y me cambié a la ventana y me repatingué. Cerraron las puertas y no pasaba nada y de repente el piloto dice que no le permiten despegar porque Eurocontrol no le da slot para aterrizar en Amsterdam por culpa de la niebla y le han dicho que quizás no podamos salir hasta las cuatro de la tarde, más de cuatro horas más tarde. Mi Ángel de la Guarda se puso a trabajar y cinco minutos más tarde arrancan los motores y el piloto chapurrea en un idioma ininteligible que nos vamos para los Países Bajos. El hombre tenía tanta prisa como nosotros por si le retiraban el permiso.

El vuelo transcurrió sin incidencias y llegamos a Amsterdam con cuarenta y cinco minutos de retraso. La niebla era impresionante. No vimos la pista hasta que estábamos a un metro de ella y en ningún momento veías los aviones o los obstáculos alrededor. Aterrizamos en el Polderbaan, la mista que está a varios kilómetros de la terminal y desde la que se tarda unos veinte minutos en llegar a la misma y durante todo ese tiempo, era como rodar dentro de una nube. Detrás de mi una chica que probablemente se casa pronto llevaba su traje de novia en una caja enorme.

En los paneles con información de vuelos en Schiphol, la palabra CANCELADO aparecía con mucha regularidad así que de nuevo, tuve suerte. Al salir, compré mi billete y el tren llegó en treinta segundos. Afuera unos dos grados de temperatura y la nieve convertida en hielo y agua. En Utrecht Centraal cambié a la guagua y el tramo final, andando hasta mi casa, lo hice con mucho cuidado porque el hielo derretido es muy traicionero.

Con tantas cosas saliendo mal, yo tuve suerte, un montón de la misma

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9 respuestas a “Ida y vuelta a Málaga”

  1. Siempre me hizo gracia que los canarios le llaméis guagua a los autobuses, y nunca he sabido porqué…
    Menos mal que no te pilló el peo de los controladores…
    Salud

  2. Guagua se usa también en algunas partes de latinoamérica, en Venezuela creo que no (aunque no estoy segura porque varía de región en región), pero entendemos de qué va. A mi la palabra siempre me ha gustado. Un beso.

  3. Guagua está reconocido por el RAE con el significado de Vehículo automotor que presta servicio urbano o interurbano en un itinerario fijo y usado en Canarias y en el Caribe. Creo que en Cuba también la usan. Es mucho más bonita y amable que Autobús, que suena a aparato malvado lleno de controladores aéreos, políticos y tocadores de niños vestidos de negro y que dicen ser sacerdotes.

  4. A mi me encanta la palabra guagua.
    Waiting, en Venezuela, al menos en mis tiempos también era conocido por ese nombre que llevó la colonia canaria, pero unos lo usan y otros no.
    Sulaco, menudo cargamento que has metido en el autobús…jajajaja
    Aunque se te han olvidado los caraculolibro y demás redes sociales…jajaja
    Salud

  5. Genín, las alimañas de las redes sociales se quedan en casa conectadas y por suerte no te las tropiezas en la guagua