Después de La manada contra el amarillo, esa mañana me desperté temprano en un hotel en Bruselas ubicado en una calle en la que hasta el otro día, mataban gente con frecuente, algo natural y normal en esa ciudad, que yo la primera vez que fui, con mis padres, salimos del metro en una estación y nos topamos con la pasma, la ambulancia, el público y un crimen y el resto del día no fue mucho mejor, aquello era una ciudad de chusma y gentuza de la peor invadida por la miasma esa que vive en el país ese al sur de Andalucía con un rey julandrón terrorista-musulmán-de-mielda y que tiene bien cogido por los güevos al criminal ese que lidera una banda en España y está en el gobierno. Cuando bajé a desayunar me topé con mi jefe, que yo esperaba no tropezarme con ninguno y en los desayunos es cuando se ve lo gitana que es la gente. Yo pillé un plato con algunas cosas, con la cantidad similar a lo que desayuno habitualmente. Mi jefe se llenó un plato como si hubieran anunciado el fin del mundo y estuviera acumulando grasa para las lorzas como un oso y cuando apareció el amarillo, ese cogió un plato con aún más y cuando se los jincaron, que yo creo que ni masticaban, arramblaron con un segundo plato aún más lleno que el primero, mientras yo me tomaba un segundo vaso minúsculo de zumo de naranja y aquellos dos ya hablaban de cosas del laburo, que parece que no tienen otro tema de conversación.
Abandonamos el hotel, bajamos al aparcamiento donde estaba el coche de mi jefe y salir del aparcamiento fue una aventura porque había varios comunicados y yo creo que recorrimos media ciudad por debajo de la tierra. Después, seguimos la ruta hasta nuestro destino, que era de poco más de un kilómetro y encontrar otro aparcamiento por la zona nos tomó más tiempo que llegar. Entramos en nuestro destino, una oficina de todas las multinacionales del país del sol caguiente para defender sus intereses frente a la desUnión Europeda y allí se fue juntando una infestación nunca vista de amarillos. Parecía que salían de debajo de las piedras, entraban más y más y muchos más. Allí todos se chupaban las pollas unos a otros y se repartían tarjetas de visita como si fueran cromos de fútbol y lo mejor era ver la cara de decepción y disgusto cuando yo no les daba ninguna porque nunca me he molestado en pedirlas en la empresa, me parecen algo inútil porque no sirven para nada y de hecho, todas las que me obligaron a coger, las tiré allí mismo en su propia papelera antes de salir, que si alguien quiere conectar con el Elegido, mejor lo hace por la red social esa de la gente con Chamba.
A las diez empezó el chou. El primero que hablaba era el chamo con el que cenamos el día anterior, bueno, primero habló un amarillo pero como no había subtítulos virtuales, yo creo que ni él supo lo que dijo. Después vino una hora de tratar temas que interesan a las multinaciones, todos relacionados con la cantidad ingente de nuevas leyes medioambientales que hay en Europa. Resultó que hablaron del tema que ocupó las dos horas y pico de viaje en coche el día anterior y básicamente, nos daban la razón a nosotros y se la quitaban, ellos también, al amarillo del sol caguiente que estaba con nosotros, que no se daba por aludido. Después de una hora comenzaron dos presentaciones que dio una empresa consultora a la que pagan un pastizal. La primera fue un masque de que te cagas y la segunda fue un masque de que te vas por las patas pa’bajo con diarrea, pero la chama era española y como africano, la tengo que perdonar. Cuando acabó el chou, frenesí de todo el mundo dándose las manos, hablando en la lengua esa infernal del país del sol caguiente y más reparto de tarjetas de visita y sobre la una de la tarde conseguimos salir por patas de allí, dejando en el lugar al amarillo porque entre las cuatro y las ocho de la noche tenían una fiesta para celebrar los veinticinco años de la organización en Europa, fiesta a la que yo no quería acudir porque dos horas de discursos de tipos que no saben hablar inglés seguidas de dos horas de comer de pie con un plato en la mano me parecía demasiado y en eso hasta mi jefe estuvo de acuerdo.
Esta vez mi jefe me hizo caso y en lugar de ir hacia Amberes, salimos de la ciudad en dirección al este y no había tráfico alguno, así que llegamos a Bolduque en menos tiempo del que decía el programa de navegación del coche y en la ruta, mi jefe continuó hablando de trabajo, que es su hobby y su tema favorito. Le dije que me largara en la estación de tren de Bolduque que yo seguía desde allí a mi keli, que para mi, ya había cubierto sobradamente mi horario laboral de ese día.
El amarillo al día siguiente volvía al país del sol caguiente y volvió a mandar un correo reafirmándome en lo que le dijimos que estaba mal, en lo que los otros amarillos le dijeron que estaba mal y en lo que todo el mundo en Europa sabe que se hace de otra manera. Esta gente cuando se empecinan en ser lerdos, no hay quién les gane.
2 respuestas a “La infestación amarilla”
Tu mantén una prudente distocia con esa gente porque está demostrado que «Lo amarillo» se pega…
Salud
ya sé como puedes poner en tus tarjetas de visita para que nunca se confundan y se acuerden de quien eres exactamente:
sulaco
El humilde que siempre lleva razón.
Y punto.
XDDD