Huelga decir que este es el segundo día de algo que comencé a contar en El reverso amarillo o quizás incluso antes, en Herfst Biertocht Amsterdam 2024, que aquí todo está muy relacionado cuando se trata de mi vidorra sin asiento de ventana en los aviones por culpa de todos sabemos quién. El segundo día lo habían reservado para la fábrica de la multinacional del país del sol caguiente en Europa, esa a la que yo suelo ir a trabajar al menos un día a la semana, a veces hasta dos, y en la que tengo un montón de amigos y conocidos. El amarillo había visitado las fábricas gringas y ahora hacía lo propio con la europeda. Como por la tarde me forzaban a ir a Bruselas con él y mi jefe, salí de mi keli con mi bolsa del portátil habitual y con otra con algo de ropa y las cosas básicas para sobrevivir una noche en un lugar inhóspito.
Ya en la oficina, el amarillo estaba en su salsa regalando las gominolas tóxicas que trajo y que probablemente contienen substancias que están prohibidas en la Unión Europeda. Para la reunión mi jefe invitó a los jefillos de la fábrica y yo aconsejé a los susodichos para que ellos añadieran a un selecto grupo de gente intelectualmente más desarrollada. El amarillo repitió la presentación del día anterior en la que solo habla de él y de lo chachi que es y perdió tres cuartos de hora con la susodicha y cuando pretendía perder otros tres cuartos de hora con las biografías de los que atendían la reunión, lo cortamos en seco y le dijimos que íbamos al grano. En ese momento fue cuando la manada que yo había organizado atacó en grupo y le comenzaron a llover golpe tras golpe, grito tras grito, reproche tras reproche por lo mal, muy mal y peor que hacen las cosas en su país. Él jamás se pudo imaginar que algo así le pudiera suceder y no estaba preparado porque ya me aseguré yo que nadie, absolutamente nadie, le soplara nada a mi jefillo, que seguro que se chivaba, así que organicé el aquelarre de tapadillo, aunque allí, todos, hasta mi jefe, sabían que de Uitverkorene estaba detrás de aquello porque los golpes iban siempre dirigidos a los lugares en los que duele y el otro no podía hacer nada, ni negarlo, porque eran mortalmente certeros. Al mediodía lloriqueaba como truscolán en portabultos y descubría que cuando dicen que los neerlandeses pueden ser muy directos, eso es una verdad muy cierta.
Yo no me rebajo a comer en la cantina de la fábrica aunque me regalen la comida, como hace la escoria terrrorista-musulmán-de-mielda con la que trabajo, y al que me aseguré que no invitaran para seguir macerándole la úlcera que le estoy creando, así que me fui a caminar y ya quedé en que no atendería las otras dos horas de reuniones porque sus temas eran irrelevantes y ya estaba muy cansado de la presentación del amarillo en la que él es el mejor del universo.
A las tres de la tarde los veo aparecer y ya nos íbamos porque el tráfico hacia Bruselas desde los Países Bajos es siempre horrendo y mi jefe desconoce el concepto del transporte público. El software que usa en su coche para la navegación le recomendó una ruta y yo ya le dije que esa ruta era una cagada y bueno, dos horas y media más tarde se lo repetía con saña. En todo ese tiempo, en el carro, solo se hablaba de un tema, una orden que nos han mandado desde el país del sol caguiente y que nosotros nos negamos a obedecer. El amarillo nos camelaba y nosotros le decíamos que no, que no, que requete-no, que requetequete-no y él volvía a intentarlo, pero no consiguió sacarnos el sí. En Bruselas teníamos un hotel en el centro de la ciudad, en una calle que tenía muy mala pinta y habíamos quedado para ir a cenar con un amigote del amarillo en un restaurante japonés o algo así, pagando el amarillo.
Resultó que el amigo ese era uno con el que yo trabajé en la otra multinacional del país del sol caguiente en la que he laburado, el que organizaba las sesiones medioambientales en Londres a las que yo acudía todos los años a morirme de aburrimiento y que están en multitud de anotaciones del mejor blog sin premios en castellano. Me contó que el chiringuito de Holanda se fue al carajo después de que me botaron, que yo ya lo sabía y que a fin de año echan el cierre, que también yo lo sabía. Lo que él no sabía fue la movida que hubo con aquella pendeja que fue mi jefilla y que cuando su intimísima amiga comenzó a intimidarme, o eso que en inglés se dice bullying, y yo le monté una estrategia de víctima fantástica, ella se puso del lado de la otra porque según ella, las hembras se tienen que defender en manada. Después de eso, cuando me botaron, perdieron el pastizal que pagaban los amarillos por mí porque yo me chivé a ellos de que me pusieron en la puta calle y cuando ella intentó conseguir mi número privado de teléfono porque la otra no tenía ni puta idea de nada y aunque me echaron por redundancia, la otra no sabía ni mear en un retrete, con todos los que intentó que le dieran mi número se encontró que yo también podía jugar al mismo juego y a todos les mandaba el mensaje que le tenían que leer informando a esa zurriaga, sucia y rastrera que los hombres tienen que defender a los hombres y que a ella, le deseaba todo lo peor, siempre. La muy retrasada intentó conseguir trabajo en una empresa en la que trabaja uno de mis amigos y les di tal cantidad de munición para la entrevista de trabajo, que mi amigo tampoco la podía ver, que sobre la mitad de la misma y a punto de empezar a llorar les dijo que quizás ese puesto no era el adecuado para ella y por la precisión de los detalles en las preguntas, esa gilipollas tiene que haber comprendido por fin eso que dice que la venganza es un plato que se sirve más bien frío. El chamo flipó con la información que recibió y que me dijo que usaría con gusto.
En el japonés, resultó que el amarillo era intimísimo del dueño, del cocinero y de todos los demás, que él vivió en Bruselas durante siete años y no te quiero ni contar la de platos fuera del menú que nos trajeron, que nosotros no pedíamos porque venía el cocinero con las cosas y cuando en las otras mesas preguntaban, les decían que esas cosas no eran para ellos. La bacanal culinaria acabó casi a las once de la noche y aún nos quedaba el día siguiente.
El chamo que vino a cenar con nosotros, cuando le dijimos la calle en la que está el hotel nos dijo que hasta hace cuatro o cinco años, en esa calle se mataba a gente casi todos los días, el que se aventuraba a entrar por ahí era porque quería morir. Según él, ahora la zona comienza a estar muy bien y en cinco años será maravillosa, aunque yo, vista la cantidad de mendigos durmiendo con cajas en los portales de los edificios, tiendo a no estar de acuerdo con el concepto de que la zona está muy bien, que nuestro hotel, para evitar que se le apalanquen los mendigos, tenía un sistema de tripe puerta que ni en las cárceles más seguras del universo.
4 respuestas a “La manada contra el amarillo”
Ahora entiendo porque dicen que el mundo es un pañuelo pequeñito, mira que encontrarte con tu antigua mejor enemiga en tu anterior curro con las anécdotas que tanto disfruté…
Salud
No, no me encontré con ella. Me encontré con uno que tenía a esa y a la otra en un pedestal y me aseguré de bajárselas y ponérselas con la boca a la altura del cipote para que se la coman la próxima vez que vea a alguna de ellas, que será nunca jamás.
Tú no sabes eso que dicen de que no te cierres puertas que no sabes nunca cuando tienes que volver a llamar? te cargas a la tía esa y la vas dejando a la altura del betún con quien se te ponga por delante… la verdad que tienes pelotas…
Ya lo dice el libro de la guerra, al enemigo, ni agua de la taza del retrete antes de bajar la cisterna. Esas dos cultivaron sus enemigos, ahora a recoger la cosecha.