La maldición amarilla, segundo día


Mira que han pasado días pero es que las circunstancias de la vida son así y entre que la última semana en los Países Bajos tenía a las dos ladillas amarillas, tenía un montón de eventos sociales y estaba con los preparativos de la migración de invierno, al final en esos días no me quedaba tiempo ni ganas para escribir, así que hoy llegamos al segundo día de la visita de los grandes expertos en nada del país del sol caguiente y ese segundo día volvió a transcurrir en la sede corporativa de la multinacional, la ladito del aeropuerto.

El día ya comenzó pachanguero cuando se jodió una de las agujas de cambio de vía de la estación de tren del aeropuerto y todo el tráfico ferroviario por el mismo se fue a hacer puñetas. Para mí, que soy un experto y tengo programada la App con todas mis rutas, ya sabía que la mejor opción era tirar para Ámsterdam Centraal y allí pillar el tren que me llevaba hacia la oficina y llegaría con quince minutos de retraso, aunque tanto el primer tren como el segundo podrían parecer mismamente trenes hindúes, con gente por todos lados, solo que al contrario que en ese país, aquí la gente se ducha con cierta frecuencia y se pone desodorante y no hay el tradicional hedor hindú, ese que cualquiera que haya volado con aerolíneas ubicadas en oriente medio conoce e identifica fácilmente. Avisé a mi jefe que los amarillos no podrían llegar a la oficina dadas sus carencias comunicativas y la falta de trenes y él me dijo que los recogería con su carro, que para eso es pagado por la empresa.

Yo hice mi ruta, con el primer tren al ciento veinte por ciento de capacidad y el segundo tren al cien por ciento y al llegar a la estación en la que me bajaba, llovía, o llovizneaba, en el que sería el segundo día de una serie que ya ha batido récords nacionales y es que desde el lunes de la semana pasada, en los Países Bajos, no han visto el sol, llevan ocho días y contando viviendo en la penumbra, en la oscuridad o en el gris y por lo que me cuenta la miasma, la primera posibilidad de ver la luz del sol les llegará el viernes de esta semana, si es que tienen suerte, así que los fabricantes de ataúdes están incrementando la producción que esto dispara los suicidios.

Llegaron los amarillos y teníamos una hier-mega reunión con el equipo legal de tres horas. Comenzaron los abogados, con una presentación de hora y media que puso a prueba todos mis trucos para no dormirme, que hasta me quedé sin pelos en los güevillos de tantos que me arranqué y cuando ellos acabaron su tortura, la amarilla sacó su presentación del día anterior y nos torturó con la tercera repetición de la misma, idéntica a las anteriores. Allí hablaban todos pero nadie escuchaba, es como cuando se juntan quince cuervos y se ponen todos a graznar, hay sonido, pero no hay comunicación. A las doce yo había quedado con un colega para ir a caminar y visto que aquellos estaban empeñados en seguir dale que te pego, corté por lo sano, les dije que yo me iba y que les fuera lindo y resultó que el jefe de los abogados me miró como si fuera el Espíritu Santo en plena Anunciación y salió por patas detrás de mí. 

Después de caminar teníamos otra reunión, con otra gente, tan aburrida e inútil como las anteriores. En esa me dediqué a ir clavando clavos en los ataúdes de los del país del sol caguiente, que comenzaban a captar el concepto y veían que mi diplomacia es muy escasa y que mientras los demás los toleran y les siguen el juego, yo les restriego sus carencias y sus fallos y les recuerdo una y otra vez que hay un camino honorable para resolver las cosas y es el del cuchillo, que puede ser uno económico de cierta multinacional sueca y que todos nos sentiremos muy orgullosos de ellos si lo siguen. Seguimos con aquellos dos hasta las tres de la tarde, cuando zafiamente, que no fui para nada sutil, convencí a mi jefe para que se los llevara a Bolduque, con un argumento simple, que es el tiempo, si salían a esa hora llegarían en una hora y veinte minutos, si salían media hora más tarde, tardarían al menos dos horas y media en llegar. Y así conseguí lo impensable, quitarme a aquellos dos plastas y a mi jefe de encima. 

Cuando se fueron, bajé a donde están los del departamento legal y criticamos hasta que se nos pusieron las lenguas negras a los amarillos. También tuvimos una discusión interesante sobre religiones, que hay un ortodoxo en ese equipo y una musulmana y al ortodoxo ya le ha quedado claro que no puede ir a nuestro cielo porque celebran los festivos en los días equivocados y a la musulmana le pedí explicaciones sobre su cielo y su presunto lesbianismo, porque si en el cielo de los terroristas-musulmanes-de-mielda cada uno que llega al susodicho tiene derecho a siete vírgenes, todas las hembras que lleguen al mismo supuestamente tendrán también ese derecho y se tendrán que volver lesbianas por imposición. La chama no pudo desmontar mi lógica. También no sabe de dónde saldrá tanta virgen, que allí son tan pelanduscas como aquí, así que como no pongan una clínica de restauración de virginidad a la entrada de su cielo, la llevan cruda. 

Y bueno, al volver a mi keli pude salir a correr y ese fue el único día de la semana en que lo hice. Al día siguiente me tocaba Bolduque.

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Una respuesta a “La maldición amarilla, segundo día”

  1. Si, eso de los olores corporales yo tambien lo llevo fatal, que or aquí algunos currantes sudorosos echan una peste de sudor reconcentrado de siglos, y es que a pesar de que se duchan se vuelven a poner la misma ropa de trabajo sin lavar, y apestan que jode, es desesperante, cuando se me cruzan los cables, les cuento como deberian de hacerlo, pero al final, pierdo la paciencia, la poca que tengo, y termino llamándoles marranos de mierda, porque encima quieren tener razón con su absurdo sistema de higiene corporal…
    Salud

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