Hoy estaba releyendo lo que escribí en su momento sobre mi viaje a Luisiana y Mississippi del año pasado. Después de leerlo me puse a ver la tele, esa transmisión continua desde el lugar de la catástrofe, con las cámaras de los helicópteros sobrevolando zonas que conozco y me he quedado helado. Calles que recorrimos el año pasado, edificios en los que estuve, está todo arrasado. Hay un centro comercial junto al estadio en el que hay miles de personas atrapadas sin comida ni bebida. En ese mismo lugar, hace un año, me compraba ropa (calzoncillos y camisetas) hace cosa de un año. En el centro de convenciones estuvimos de tiendas y paseando. Paseé por el distrito de negocios, Lower Garden, French Quarter, Canal Street, Saint Charles Avenue y todas las zonas que ahora se ven anegadas. Todas esas calles, llenas de palmeras canarias, las cuales nos sorprendieron porque no esperábamos encontrarlas en aquel lugar.
Nueva Orleans es una de las ciudades norteamericanas con más historia. En un país fundado por puritanos y fundamentalistas cristianos, el sur se reveló como el remanso en el que las libertades, la alegría y el buen vivir se asentaron. Los franceses, los españoles y los esclavos traídos de África se fusionaron y crearon una sociedad y una cultura única. Desarrollaron su propia música, su propia cocina, su forma de vivir y de alguna forma sobrevivieron al ser asimilados por el gigante del norte con su cultura tan destructiva con todo lo que no era de su agrado. El crisol sobrevivió y se ha mantenido a lo largo de los años, con una gente que en muchas cosas se parece a la europea.
De lo que he visto de los Estados Unidos es la única zona que realmente me apetece volver a visitar. Un lugar mágico en el que historias de fantasmas se mezclan con cuentos de esclavos y grandes tragedias amorosas. Cuando recorríamos la zona, hacia Baton Rouge, Henderson, Plantation Country, Cajun Country, la costa del Golfo, Gulfport, Biloxi, Ship island, sabíamos que estábamos viviendo una aventura mágica. En los diez días que pasamos allí conocimos a gente maravillosa que se volcó con nosotros, que nos ayudaron a disfrutar de nuestras vacaciones, que se desvivieron porque conociéramos un poco su cultura. Tuvimos oportunidad de visitar el museo Canario en Saint Bernard Parish, con un señor encantador descendiente de los canarios que llegaron allí unos cientos de años antes y que nos contó lo duro que había sido el sobrevivir para esa gente, que nos abrió el museo para que pudiéramos ver las cosas, que avisó a otros para que nos explicaran todo eso. Era un hombre curtido por la vida, que a pesar de ser norteamericano, se sentía Canario y veneraba las cosas de nuestra tierra, cosas a las que nosotros no dábamos la mayor importancia. En su museo guardaban productos de las Canarias como si se tratara de reliquias. Recuerdo que le regalé un paquete de un kilo de caramelos Tirma que llevaba para mi tío y le pedí encarecidamente que se los comieran, aunque estoy convencido que dicho paquete acabó en el museo junto con las otras cosas, como recuerdos de una tierra que ellos ven como legendaria.
El hombre nos enseñó fotos de una visita que hicieron al archipiélago un par de años antes y se le iluminaban los ojos al narrar la historia. Pudimos ver los libros en los que estaban apuntadas las familias que llegaron un par de siglos antes desde Canarias, enviados por la corona española para colonizar una tierra inhóspita. A pesar de lo duro de las condiciones, lograron establecerse allí y fueron capaces de aprender de los indios y sobrevivir junto a ellos. Vinieron de una tierra secularmente asolada por la sequía y fueron a parar a un lugar en el que el agua está por doquier. La corona española los ubicó en las tierras más difíciles, aquellas en las que ningún otro grupo quiso asentarse. No tuvieron elección.
En varias ocasiones el río Mississippi se desbordó y siempre fueron los Canarios los que pagaron las peores consecuencias. Su asentamiento, a las afueras de la ciudad, siempre quedaba arrasado cuando se trataba de proteger la gran ciudad del sur de las aguas. El gobierno federal les prohibió hablar el español a principios del siglo veinte, intentando matar su herencia cultural y sus raíces. No lo consiguió, como nos dijo el hombre con orgullo, aunque avergonzado por no ser capaz de hablar nuestra lengua pese a sentirse más canario que nadie. La represión que sufrieron fue tan grande que los padres no eran capaces de entender a sus hijos puesto que estos hablaban en inglés, idioma que ellos desconocían ya que desde siempre se movieron hablando sólo en español. En los últimos tiempos volvieron a comenzar a aprender nuestra lengua, que asimilan con devoción esperando que les devuelva algo que les arrebataron. Les robaron su idioma y pese a todos, no consiguieron doblegarlos. En toda la región la gente los sigue conociendo como Los Isleños, los descendientes de esos Canarios que llegaron desde el otro lado del Atlántico. Una vez al año celebran un gran festival, famoso en Nueva Orleans en el que se visten con los trajes típicos de las Islas y se unen para recordar la tierra de la que salieron mucho tiempo atrás.
Todo esto, la historia de esa gente, sus casas, su vida, todo ha quedado asolado. Como Canario, creo que deberíamos quedarnos unos momentos en silencio y rogar a Dios por esta pobre gente, para que los ayude y les permita levantarse y seguir luchando. Y en la medida de lo posible, nuestro gobierno y nuestra sociedad debería hacer algo por ellos.
7 respuestas a “Los isleños en Luisiana”
Siempre hemos sido una raza muy generosa y no nos importa convivir y compartir nuestra cultura con otras razas. Espero que Dios les de fuerzas y suerte para salir adelante.
que no vengan aqui de vacaciones, se llevarían probablemente una gran decepcion
eso pasa cuando idealizamos algo, luego la realidad no está a la altura….
Ya estuvieron bleuge, pero los llevaron a los sitios chachones y no podían ver mucho porque estaban rodeados de «autoridades». Por ejemplo, no visitaron Vecindario ni pudieron ver los chichones de las Remudas ni la degradación de la especie que sucede en la costa norte de tenerife. Sólo vieron lo aceptable. El día que pasearon por Triana me han dicho que se habían llevado al Burbujitas para que no lo vieran.
joasjoas
Creo que es la primera vez que veo que algo te afecta. Nunca he dudado de tu humanidad pero, hasta la fecha, siempre habías sido (externamente) indiferente.
Estoy cada día más convencido de que de todo se aprende. Ha tenido que surgir una catástrofe de ésta índole (cuando todos auguraban una mera tormenta tropical ya que la fuerza del huracán había reducido muchos puntos) para ver la parte humana de los americanos. Se han dado cuenta de que ellos también existen.
No recuerdo vez alguna en que los AMERICANOS hayan pedido ayuda humanitaria para su territorio, ya tiene que ser grave la cosa.
Seguro que todos seguirán manteniendo su corazón cerca de Canarias y que, con muy poco tiempo, conseguirán reconstruir lo destruido, son así (desde luego, fuera de casa)
Creo que mantener esta bitácora ha sido desde siempre una señal de que las cosas no me dejan indiferente. Descnozco la vida y milagros de casi todos mis amigos y conocidos pero todo el mundo lo sabe «casi» todo de mi. Lo de Nueva Orleans me da pena porque el lugar era maravilloso. Cuando miras la zona que se ha inundado es la parte de los pobres de la ciudad y entre los más pobres, además de los negros están los Isleños.
Los americanos no aprenderán de esta. Es un problema en su cultura. Están por ahí afuera obligando a todos a resolver sus problemas a su manera y no se dan cuenta que su casa es un desastre, que tienen bolsas de pobreza, que su sistema médico brilla por su ausencia y que los ricos viven en un mundo paralelo.
Más información sobre la tragedia y algunos detalles nada optimistas en este enlace: http://www.canariasahora.com/portada/editar_noticia.asp?idnoticia=68266&idtemageneral=3