Llegó el final de mi primera semana en las Maldivas y comenzó levantándome pronto porque había quedado para ir a bucear a las 7 y media de la mañana, que quien se crea que nosotros los buceador es no madrugamos, están muy equivocados, que por un tiburón yo hago lo que sea. Me encontré con los alemanes desayunando a las siete. Ellos se iban desde allí al aeropuerto para coger su vuelo de vuelta, así que comimos juntos y me despedí de ellos, que tras pasar una semana juntos, les terminas cogiendo cariño y más cuando hemos compartido tantos momentos épicos entre tiburones. Dejé mi bolsa en el hotel y me iré a la calle a buscar un taxi para ir al Club de buceo, que está en Huluhmalé, la isla artificial del aeropuerto y que está conectada a Malé por un puente que fue un regalo envenenado de esos del gobierno chino, que yo creo que al final lo están pagando con sangre. Llegué al club de buceo y la buenísima noticia es que solo iba conmigo la turca y otro que conocí el día anterior pero que no vino a bucear.
Salimos para el muelle y nos subimos al barco y enfilamos para el tanque de los tiburones, en la que era mi tercera visita al lugar. Fue espectacular, como las anteriores, pero en esta solo vimos cazones, rayas y cerca del final dos tiburones tigre pero más bien pequeños y creo que había un tiburón limón, pero como que estaba lejos e igualmente podía ser un truscolán. En cualquier caso, fue fabuloso y ese sitio es una de mis inmersiones favoritas. Estuvimos bajo el agua unos cuarenta minutos y al salir, enfilamos para nuestra segunda inmersión, que era un lugar nuevo para mí. Se trataba de Okkobe Thila, con profundidades de hasta veinticinco metros y en el que en ocasiones las corrientes son muy fuertes. No había corriente alguna y recorrimos esa Thila muy relajados y en el camino vimos un par de tortugas, una de ellas bastante grande, bancos de peces preciosos y unos corales alucinantes, que el sitio está muy bien conservado. Fue un cambio muy agradable después de todas las inmersiones anteriores, sobre todo porque en Fulidhoo los corales estaban muy estropeados y en algunos sitios daban bastante pena.
Cuando salimos del agua pusimos rumbo hacia el punto de mantas de Lankan, el mismo al que he ido ya en dos ocasiones que fueron épicas y legendarias. Como teníamos tiempo, que mi barco hacía Guraidhoo no salía hasta las cuatro de la tarde, estuvimos un rato esperando para que se marcharán la mayor cantidad posible de buceadores, que al llegar habían varios grupos grandes, de al menos veinte buceadores cada uno, y en las tres estaciones de limpieza se apelotonan todos. Cuando bajamos sólo había un grupo.
Seguíamos la corriente y entramos por la que podemos llamar estación de limpieza número uno. Allí estaban casi todos los buceadores, una multitud, que miraba y fotografiaba dos mantas. Después de unos minutos buceamos hacia la segunda estación de limpieza, que una de las ventajas del club de buceo que elegí es que hace grupos pequeños y es muy flexible, frente a las compañías que llevan grupos grandes y procuran complicarse muy poco o nada. En la segunda estación había tres mantas y cuatro buceadores. La verdad que el sitio estaba bien y yo ya estaba contento. Nuestro Dive Master desapareció y al parecer fue a controlar la tercera estación y volvió al rato y nos dijo que lo siguiéramos. En la tercera no había nadie y al llegar, vi cinco mantas, aunque después juro por las bragas más sucias de Mafalda que había seis, quizás siete. Lo importante es que me agarré a una roca a unos diecinueve metros, que tras dos inmersiones profundas ya no tenía demasiados minutos si buceaba más abajo y lo que vino a continuación es inenarrable. Las cinco o seis mantas se dedicaron a pasar por encima mío, a dar vueltas, a jugar y llegó a tal punto que creo que uno de los vídeos que he hecho dura seis minutos y no hay un solo segundo en el que no haya una o varias mantas en el mismo. Hice una cantidad increíble de vídeos y para cuando se nos acabó el tiempo, o se les acabó a los otros, a la batería de mi cámara solo le quedaba un cuatro por ciento de carga.
Fuimos subiendo lentamente para llegar a la parada de seguridad y en mi caso, mi computador de buceo no me pidió que hiciera una parada de seguridad porque nunca estuve por debajo de los veinticuatro metros. Mientras estábamos en la parada de seguridad, la turca subió a la superficie y la bajó el Dive Master y empezó a mirar su computador y a mirarla a ella porque no se le veía bien. Al parecer, no respetó los avisos del ordenador, que te indica el tiempo que te queda para bucear a cada profundidad sin entrar en descompresión y acabó entrando en el susodicho y terrorífico estado. Mientras yo, otro Dive Master y el otro cliente salíamos, ellos tuvieron que bajar a unos doce metros y pasar allí unos minutos para que ella soltara nitrógeno y su ordenador eliminará el tiempo de descompresión. Después la sacó y la chama estaba como medio ida, más pa’llá que pa’cá. Yo alucino con la gente, al parecer, ella no se molesta en mirar el ordenador de buceo y cuando le pitó y le pitó y le pitó, lo ignoró.
En el viaje de regreso a puerto, la chama estaba como de bajona de borrachera. Al llegar al Puerto regresamos al Club de buceo. En Malé hay una app para llamar taxis y también furgonetas de esas abiertas y los chamos llaman una, viene, cargamos todo el equipo en la parte de atrás, la abierta, después nos subimos los clientes, salvo uno que va junto al conductor en la cabina y volvemos al club así, en plan ruta folclórica y escénica. Algunos hasta habrán visto las fotos con la turca que me hice mientras volvíamos por si la palma, para tener un recuerdo. Después de pagar y despedirme de ellos, como seguía teniendo tiempo, decidí volver a Malé en guagua y me dijeron que tenía que pillar la línea 2, que fue lo que hice. Me dejó cerca del hotel y pasé por allí a buscar mi bolsa y después me acerqué al muelle número seis, el lugar desde el que salía mi barco a Guraidhoo. Cuando por fin descubrí cual era, que es siempre algo que toma su tiempo, fui el primero en subir y me senté en la parte de atrás, en donde se mueve menos. El barco se llenó en quince minutos hasta la bandera, petadísimo de gente y de carga y a las cuatro en punto, partimos.
Tardó cuarenta y cinco minutos en llegar a Guraidhoo y al bajarme, me esperaban los de la pensión, que me dieron la bienvenida y me ubicaron en mi nueva morada. Después de dejarlo todo, fui a saludar a la gente del Club de buceo, que ya me conocen todos. Tras la tertulia, regresé a la habitación y tras ducharme, salí a cenar y fui a uno de los sitios que más me gustan en la isla y puedo confirmar y confirmo que siguen siendo igual de lentos, que tardaron noventa minutos en traerme la cena y eso es N-O-R-M-A-L en los restaurantes de Guraidhoo, tienen una pachorra que no veas. Lo mejor es ir ya con tu botella de agua porque aunque pidas bebida, no te la traen hasta que vaya a llegar la comida, con lo que estás en la mesa a palo seco. Curiosamente, a la hora de pagar, son rapidísimos. Eso sí, la comida es súper-hiper-mega barata. Tras cenar regresé a mi habitación, que después de tres inmersiones y el cambio de escenario, estaba ya muy cansado y mi primer día buceando en Guraidhoo empieza pronto.
Una respuesta a “Más tiburones y mantas y viajando a Guraidhoo”
Pues mira, el alemán es un idioma que podrias agregar a tu colección del Duolingo, tengo entendido, que sabiendo inglés, es bastante fácil de aprender, y viceversa, a los alemanes les cuesta poquito aprender el inglés… 🙂
Salud