En una ciudad en la que sobran las iglesias espectaculares, cuando llegas a la Basilica di Santa Croce y crees que no pueden sorprenderte más, te equivocas. Esta iglesia, la mayor de los franciscanos en el universo y de la que se rumorea que la fundó el mismísimo chamo que creó la orden esa, es espectacular, sobre todo porque hospeda las tumbas de una concentración de genios italianos y por eso la llaman también el Tempio dell’Itale Glorie. Al parecer los franciscanos querían una iglesia modesta y sencilla pero vamos, les salió el tiro por la culata y aquello es más espectacular que la keli de la Preysler. Las vidrieras tras el altar, la decoración y el pedazo de crucifijo del siglo XIII (equis-palito-palito-palito) y de estilo ortodoxo no se puede decir que sean muy modestos. Para entrar a esta iglesia hay que apoquinar guita.
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Constante
Mi falta de concentración y mi capacidad para perderme en mis propios intríngulis es épica y casi legendaria. Por eso, haber llegado a los ciento cincuenta días haciendo mis ejercicios diariamente en el duolingo es algo milagroso. La racha comenzó en algún momento de noviembre y se ha mantenido hasta el día de hoy (el cual es en realidad el 158, ya que me ha tomado una semana comentar el suceso). Sucede como con el blog, cuando lo monté en enero del año 2004, nadie daba dos leuros y todos me decían que tardaría lo que el tufo de un peo en dejarlo. Y aquí sigo, ciento treinta y seis meses más tarde, cuatro mil ciento veintidós días, doscientas cuarenta y siete mil trescientas veinte horas o catorce millones ochocientos treinta y nueve mil doscientos segundos. O sea, que eso de que soy poco constante y que mi fiabilidad es patética, es más falso que truscoluña, que ni era nación antes de comenzar a escribir el blog, ni lo es en la actualidad y dudo mucho que lo sea en el futuro.
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Galleria degli Uffizi
Creo que de todos los museos importantes de Florencia, el único al que no he entrado nunca jamás es la Galleria degli Uffizi. En mi próxima visita me compraré la entrada antes de pisar la ciudad porque lo que siempre me echa para atrás son las colas en las taquillas. Este museo es uno de los más antiguos y famosos del universo conocido e incluso del desconocido. El conjunto de edificios se destinaron en el momento de su construcción a la burocracia de la ciudad, con oficinas (que para aquellos más cultos, seguro que detectan una palabra similar en el nombre). El museo abrió oficialmente al público en el año 1765, en pleno siglo XVIII (equis-uve-palito-palito-palito), o sea, hace una jartá de años. Según dicen aquellos que han puesto una pezuña en su interior, su colección de arte del Renacimiento es como para cambarte la peluca.
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El lazo
Uno de los grandes dramas que he vivido a lo largo de toda mi vida y que parecía no tener fin acabó hace cosa de dos semanas. Desde tiempos inmemoriales y de manera consistente, parece que me miró un tuerto o un truscolán y a la hora de atarme los cordones y no pasaba un día en el que no tenía que hacer esa tediosa tarea entre cinco y diez veces. A veces me daba la impresión que un espíritu truscolano me seguía allá adonde iba y se entretenía desatándome los cordones. Llevo meses con la tarea pendiente de mirar en Internet y buscar alternativas que seguro que existían pero no fue hasta el día en el que en cuestión de una hora tuve que atármelos cuatro veces cuando me cansé y me lancé a bucear en la red y encontré que no estoy solo, que somos legión los que vivimos con este sufrimiento inhumano. Lo que sigo sin captar es el por qué a mis colegas y amigos no les sucede, ráramente los veo agacharse a atarse nuevamente los cordones y yo es que no paro de hacer ejercicio.
Al final y con un nudo que me toma un par de segundos más en hacer, he logrado lo imposible y lo impensable, que los cordones de los zapatos aguanten anudados durante todo el día, lo cual me hace parecer hasta más profesional. En el lado negativo, dejaré de encontrar dinero en el suelo.