En uno de los monasterios budistas que visité en Mandalay me encontré con el tendedero de la imagen, petado de hábitos budistas. Conviene recordar que la tradición en esa religión es que sea de ropas comunes, baratas y nunca debe estar hecho de una sola pieza de tela sino de retales cosidos, por aquello de la pobreza. Lo cierto es que muchos de los hábitos que me crucé por el país eran de puro lujo y algún monje que hasta viajaba en avión en un lugar en el que la gente no puede pagar los treinta leuros del billete parecían representantes papales de todo el lujo que llevaban encima. Con los colores del hábito sucede que los aportaron las telas más baratas y así los hay rojos, color azafrán, más tirando al púrpura (que suelen verse en Birmania), grises o incluso negros (en Vietnam vi algunos). Como no vi a nadie en pelotas por el monasterio es más que probable que tengan un buen armario de hábitos por monje. Una de las cosas que más me escandalizó en Birmania es que los monjes budistas eran los que más teléfonos móviles tenían, incluyendo modelos de calidad y en la época en la que yo pasé por el país para conseguir una tarjeta SIM había que pagar a la compañía estatal de telecomunicaciones mil dólares, con lo que de pobreza nada, son tan espabilados como los políticos truscolanes, esos que se arropan con un título de honorable y son más ladrones que Ali Babá y toda su vasca.
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En el Swamp en el Club de las 500
Aunque en los últimos años prefiero tirar hacia Asia, por aquello del encanto de la región, la amabilidad de la gente y los fabulosos paisajes, hubo un tiempo hace una década en el que también tiraba hacia los Estados Unidos, país agradecido para visitar y en el que cada zona es completamente distinta a las otras. Ese año, además de ir por la ciudad de Washington D.C., pasé por el sur y recorriendo la zona de los Cajún vimos cosas muy curiosas. Una de las excursiones que hicimos fue entrar en los manglares para ver los árboles y la fauna local. Mientras nos llevaban en la barquilla hice la foto de hoy, la cual vimos por primera vez en junio del 2004 en la anotación Capítulo cuarto: Cajun Country 2 y hoy le damos la bienvenida al Club de las 500.
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Ma Soe Yein Nu Kyaung
Otro de los monasterios budistas que visité es el Ma Soe Yein Nu Kyaung, muy cerca del que vimos ayer. Este es famoso porque se meten en política con mucha frecuencia y de hecho, cuando hace unos años los militares se calentaron y repartieron candela, aquí dieron unas buenas mantas de hostias. El monasterio es un complejo de edificios en el que destaca la torre con el reloj que vemos en la imagen y que parece más bien sacada del Reino Unido. En ese monasterio vivía (desconozco si sigue allí) un monje que fue el lider del movimiento 969, un grupo ultranacionalistas que muchos consideran similar a los nazis y que considera que el Islam no tiene que entrar en Birmania de ninguna manera y que si hay que actuar de manera violenta para evitarlo, se hace y punto. El número del grupo yo pensé que era porque se comían los nabos unos a otros pero al parecer tiene que ver con movidas absurdas del budismo, religión que aquí vemos que tiene las mismas virtudes y ventajas que otras sectas como la cristiana o la musulmana. Entre las leyes que estos quieren que se aprueben está la que prohibiría que una mujer budista se case con un chamo que no practique esa religión sin permiso de los oficiales de su barriada periférica y por supuesto, con la conversión del posible marido al budismo.
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Regresando a ver las estrellas
Un lunes por la tarde después de un día en el que posiblemente ha caído todo el agua que habitualmente recibimos en un mes y con inundaciones por todo el país por culpa de esas trombas súbitas, tras la cena decido ir al cine, por supuesto a repetir una de las dos películas que me han gustado mucho y que siguen en cartelera. Entre la comedia y el drama, elijo este último ya que así mañana podré ir a la comedia. Llego al cine diez minutos antes de que empiece la película y espero encontrarme una sala vacía, sobre todo porque por la tarde cuando miré en la aplicación de la cadena de cines en mi teléfono, solo dos personas habían reservado butaca. La sorpresa es que vuelvo a encontrarme la sala con una cantidad increíble de gente y más aún si tenemos en cuenta que con esta ya lleva cuatro semanas en pantalla. De nuevo, grupos y más grupos de gente joven, todos excitados y esperando con ansia que empiece una película que es un drama, algo que jamás habría creído de no haberlo visto con mis propios ojos. Esta vez me prometo no llorar, disfrutar de los momentos cómicos, de los de amor, de los solemnes y tratar de obviar el drama. No lo conseguí y creo que en mi tercer visionado he llorado mucho más que en el segundo aunque menos que en el primero. Por supuesto y aunque todos lo sabemos, estoy hablando de Bajo la misma estrella – The Fault in Our Stars, película de la que también comenté cosillas en Volviendo a ver las mismas estrellas.
Ansel Elgort tiene una serie de momentos esplendorosos durante la película. Cuando se declara a Hazel, cuando se vuelve a declarar y lo hace de nuevo y de nuevo y de nuevo. Prácticamente se pasa la primera hora de la película declarándose, a veces con frases concisas, a veces más elaboradas, a veces con ojos lacrimógenos y a veces con una cara de felicidad tonta que asusta y que probablemente le permita cobrar paga de retardado si la solicitara con esa foto. En un momento determinado están cenando en un restaurante en Amsterdam y Augustus vuelve a declararse, una vez más, con un montón de pasión y en ese instante algo cambia en la cara de Hazel, hay una pequeña variación y ya sabemos que pase lo que pase, van a ser una pareja hasta que uno de los dos muera y seguramente más allá. Es uno de esos instantes que no pueden existir en literatura, que solo tienen cabida en el cine.
Vuelvo a fijarme en la escena en el avión con el trocito de la película Aliens, mi favorita desde que se estrenó y cuando la cámara pone la cara de Augustus tiene la misma expresión de felicidad estúpida que se me pone a mí viendo esa película en ese mismo instante. Esto sirve para recordarme que tengo que buscar el dichoso grabador de DéuVeDés y codificar la película para poder verla en el iPad, merece que la lleve conmigo allí a donde vaya y no le estoy haciendo ninguna justicia dejándola en un inútil soporte que ya no usamos.
En un momento determinado, otro de los muchísimos que tiene la historia, Hazel y Augustus están cruzando sobre un puente en Amsterdam. La ciudad tiene casi mil trescientos puentes y lo hacen justo por uno que está en mi trío de favoritos, uno por el que paso prácticamente todas las semanas y en el que me paro para disfrutar de un lugar que jamás me cansaré de ver, con uno de los ejemplos de arquitectura de ciudad más bonitos que hay, con casas pequeñas, torcidas, bicicletas, árboles, barcos y el canal. Amsterdam es una ciudad preciosa y en esta película aparece mejor que nunca, el director le ha regalado un reportaje de promoción impagable.
Cuando llega el drama, aunque resulta extraño decirlo así porque desde el comienzo estamos en un mundo en el que la protagonista tiene cáncer y está muriendo, cuando llega el drama lo hace de una manera brutal, despiadada, desmesurada, con la pareja protagonista sentados en un banco en un canal en Amsterdam y él contando algo que ella no puede creer y ella comienza a llorar, sin mirarlo, sin decir nada y apoya su cabeza contra su pecho mientras él sigue hablando y las lágrimas comienzan a caer de sus ojos. Es como un pistoletazo de salida, de repente se empiezan a oír los llantos en el cine y allí llora hasta el acomodador (si lo hubiera o hubiese, que no lo hay). Es otro de los muchísimos momentos mágicos del cine, esa forma en la que puede tocar algo dentro de nosotros y despertar emociones.
He visto tres veces Bajo la misma estrella – The Fault in Our Stars y por tercera vez tengo claro que es un peliculón. No sé si tendré estómago para verla una cuarta vez pero mucho me temo que así será, aunque eso sí, no tengo cuerpo para verla más de una vez por semana.