Supongo que para un americano e incluso para muchos europeos, lo más sorprendente de la ciudad de Florencia es que cualquier mirada indiscreta en las casas que componen el centro de la ciudad nos descubre más y más arte, el cual satura el lugar. Mientras nos movíamos entre escenarios pasamos por delante de una de esas residencias señoriales con un patio interior y me asomé a mirar y hacer la foto de hoy. Aunque he revisado los océanos de Internet, no he conseguido encontrar el nombre de la estatua así que asumo que forma parte de las miles no tan conocidas pero igualmente hermosas. Estamos llegando al final de la serie y lo próximo será subir a las alturas para ver la ciudad desde el aire antes de acabar con un par de postales del río Arno durante la puesta de sol.
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Ayudando a una amiga a elegir y comprar
Aprovechando mi visita a Gran Canaria, una de mis amigas me encargó una misión secreta. Quería sorprender a su santo esposo y cambiar la televisión de la época de las MamaChicho que tienen en su casa, la cual, además de someter el edificio a una presión excesiva con sus más de sesenta kilos de peso ya no andaba muy fina y lo teñía todo de un color verde charca junto a la orilla que daba muy mal rollo. Desde la semana anterior comencé a mirar y puesto que algunas de las cadenas de descuento sobresalen en no ofrecer información a los compradores salvo por los tres modelos que tienen en oferta, no las tuve en cuenta. Después de una pequeña investigación dí con Darty, una cadena con un soberbio y completísimo catálogo online, muy bien organizado y que además tenía varias ventajas, como tener tienda en Gran Canaria con lo que elegí el modelo en base a sus preferencias y después ella se pasó por la tienda a echarle un vistazo y hablar con los empleados.
Le expliqué que ella sin saberlo lo que realmente quería es comprar una televisión LED, con esos fastuosos colores negros que no se encuentran ni por asomo en las de Plasma, las cuales necesitan además una central eléctrica en las proximidades. Una vez deduje el tamaño que se ajustaba mejor a su gusto, afinamos con la marca y en menos que ponen una canción por la radio mi amiga ya había comprado su tele y cuando le dije que además se la llevaban a la casa, se la montaban y se llevaban el vetusto trasto ese con colores verdosos lo flipó en los colores que no veía en su vieja televisión. Gracias a que se la instalaron y configuraron me ahorré el tener que ir por su casa a hacer el trabajo ya que parece que lo de leer los manuales de usuario no forma parte de la Educación General Básica que la gente recibe y debe ser algo complicadísimo, sobre todo si escuchas a mi amiga contarte sus aventuras en estos terrenos.
Ya sabéis que yo tengo poca confianza en los productos hechos en ciertos países así que le elegí un modelo de cierta compañía holandesa, similar al que yo tengo en mi casa y cuando la visité una semana más tarde, hasta su marido me dijo que aquello era como recuperar la visión después de tres años de travesía por el universo verde que te quiero verde. Ni decir que sus chiquillos están alucinando con los nuevos colores que ha adquirido Super Mario en la Wii.
Mi amiga ni sabía que esa tienda existía pero imagino que ahora, visto lo bien que ha salido todo, lo tendrá en cuenta, ya que uno, a nuestros eternos veintitantos, no está como para acabar cargando cajas monstruosamente grandes, bajando mamotretos por las escaleras o el ascensor y trabajando como bellacos para instalar las cosas cuando hay tiendas que te dan todos esos servicios sin clavarte cantidades adicionales a lo aerolínea de bajo costo.
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La statua della Giustizia
En la Piazza Santa Trinita junto a la iglesia del mismo nombre nos encontramos con una columna romana conocida como la Columna de la Justicia porque sobre la misma ya sabéis quien está, esa dama que parece que no le gusta mucho trabajar y que es ciega ya que todo se le escapa. Esta es la columna más alta y hermosa de la ciudad de Florencia.
La columna la donó el Papa Pío IV y originalmente estaba en las Termas de Caracalla, en Roma. La columna tiene algo más de once metros de altura y pesa unas cincuenta toneladas y se transportó a Florencia a mediados del siglo XVI (equis-uve-palito o 0x10 para los más duchos). Mover semejante objeto en esa época fue toda una odisea y desde que comenzaron a desmontarla hasta que llegó a la ciudad transcurrió más de un año y se hicieron al menos dos barcos específicamente para transportarla. La estatua la añadieron en 1581 y la vemos iluminada con el cálido sol del atardecer.
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Ida y vuelta a Gran Canaria
Siguiendo una tradición que se remonta muchos años atrás hoy tenemos un nuevo episodio de mis viajes y una vez más es un viaje a Gran Canaria. Por extraño que parezca, conseguí un billete más barato usando una línea aérea convencional, es decir, las compañías de bajo costo eran considerablemente más caras que una aerolínea tan conocida como KLM. La diferencia era escandalosa, podía ir y volver a Gran Canaria por ciento sesenta y seis leuros con ellos o pagar más de doscientos leuros con Ryanair y en su billete iba incluido el derecho a facturar 23 kilos, 10 kilos de equipaje y hasta papeo en los trayectos a y desde España. El inconveniente era una parada de unas dos horas en Madrid para tomar un vuelo de Air Europa y a cambio tenía la flexibilidad de varios vuelos diarios así que fui en sábado por la mañana y volví en domingo.
Para ir de mi casa a la estación de tren tomé un taxi ya que con la primera guagua de la mañana, el tiempo de trasbordo era de dos minutos y si el guaguero llegaba tarde o le daba un mal aire me jodía vivo. KLM ha cambiado sus reglas para facturar equipaje y ahora cierran el vuelo hora y media antes del despegue y por eso, aunque mi avión salía a las nueve y media, debía estar en el aeropuerto antes de las ocho para facturar. El día antes llamé a una de las compañías de taxi en Utrecht y a la hora solicitada estaba el marroquí que habitualmente pilota estos vehículos en la puerta. A veces me pregunto si aparte de marroquíes y turcos, existe alguien más ejerciendo esta profesión en Holanda. El hombre había estado de servicio toda la noche y era su última carrera antes de ir a dormir así que procuré hablarle para que si se duerme al volante, lo haga después de mi carrera y que se estampe solo. Llegué a la estación con diez minutos y me dirigí directamente al tren ya que había comprado por Internet tanto mi billete de ida como el del tren de vuelta. El tren ya esperaba en el andén pero estaba cerrado. Aparece la chocha del martes, una chorba que no veas y que o había salido de marcha y recién regresaba a Amsterdam o la promesa de amor eterno y un rabo como un pepino de grande no se cumplió y del disgusto tan grande que se llevó decidió cancelar el salto de cama. La tía llevaba unos tacones kilométricos y no debía haber practicado lo suficiente porque casi se escoña y acaba en los raíles y para colmo de males me vio doblado de la risa y solo pudo lanzarme una mriada de odio. Cuando el tren arrancó, no éramos más de diez personas en el mismo y eso incluía al conductor y el revisor.
El tren iba hacia Amsterdam y en la estación de Duivendrecht teníamos que cambiar a otro, maniobra para la que teníamos ocho minutos de los que nos sobraban siete. El segundo tren llegó con precisión suiza y llegué al aeropuerto a las siete, con tiempo suficiente para calamidades, retrasos e imprevistos. Subí a facturar, saqué mis tarjetas de embarque y después fui a entregar la maleta y me encontré que han suprimido a los seres humanos y han puesto unos dispositivos en los que tú mismo te facturas tu equipaje y si te pasas del peso adecuado viene un empleado a meterte la clavada. La tarea es simple y está muy bien explicado pero la gente se entrena para conseguir medalla en las olimpiadas paramongólicos y algunos están allí una eternidad. Yo completé la tarea en un suspiro y de allí me fui a pasar el control de seguridad en el cual no pité bajo los arcos y crucé rápidamente. Con tiempo de sobra, busqué mi puerta de embarque y me dediqué a esperar chateando con el Rubio y jugando con el iPad.
El avión salió 4 minutos antes de la hora prevista aunque después nos tuvieron quince minutos en cola hasta que nos llegó el momento de despegar. Iba sentado en la fila de la salida de emergencia, esa legendaria viciosilla que nunca he visto pero de la que dicen que hay hasta ocho en cada avión. Todavía no me explico como me asignaron ese asiento porque normalmente hay que pagar pero bueno, a caballo regalado no le mires el ojete y el espacio adicional para los pies se agradece. Nos dieron el desayuno y me quedé dormido un rato. Después vi un episodio de una serie y ya comenzó el aterrizaje. Al no ser las líneas aéreas de España, las de las huelgas y el funcionariado, no aterrizamos en la siniestra y horrenda T4 y fuimos a la ancestral y medio-ruinosa T1/2/3. El tiempo de espera lo maté caminando y viendo las tiendas de precios más caros que fuera pero sin impuestos. En el lugar, una persona miraba en las papeleras buscando cosas, supongo que para comer. Es la nueva España, la herencia de el expresidente ZaPatazos, el tío que arruinó el país y lo mandó a la Edad Media, aunque él sí que tiene un buen retiro para mantener a las dos Bostas Góticas. El único aeropuerto del universo en donde había visto a alguien rebuscando en las papeleras fue en Johannesburgo, así que supongo que esta debe ser una nueva característica propia de la Capital de la Alianza de las inCivilizaciones.
Viajando por Madrid, asumía que tendríamos un retraso de una hora, algo muy habitual allí pero parece que tuve suerte y el avión solo salió con veinte minutos de retraso. Por supuesto que no nos dieron de comer nada gratis y maté las dos horas y pico de trayecto, las cuales la azafata convirtió en una hora y media porque lo suyo no eran las matemáticas, durmiendo. Después de aterrizar bajé a recoger mi maleta y tuve tanta suerte que salió la segunda así que en un pis-pás estaba fuera del aeropuerto y tomaba un taxi para ir a casa de mis padres.
Corremos un ligero velo con lo que sucedió en la isla durante esa semana y avanzamos en el tiempo hasta el domingo.
Mi avión de vuelta salía a las siete y cinco de la mañana así que pedí un taxi para ir al aeropuerto a las cinco menos diez para estar allí a las cinco. El taxista llegó puntual y me dejó en la terminal a la hora prevista. En los mostradores de facturación no había nadie y al parecer en España no es muy conocido el sistema de las máquinas para auto-facturación así que tuve que esperar quince minutos a que aparecieran los profesionales de ese oficio. Fui el segundo en facturar y de allí me fui a pasar el control de seguridad, el cual en Gran Canaria es mágico e impredecible y el arco pitó que no veas y me obligaron a quitarme las botas, las mismas que no pitan en ningún aeropuerto por encima de los Pirineos. El que miraba la pantalla de televisión con los rayos equis debió pensar que mi cámara era un arma de fuego y me pidió verla. Supuse que la vida es muy dura y se aburren así que se entretienen manteniendo conversación con el populacho. Me compré un capuchino y saqué los dos donuts que me puso mi madre en el bolso de mano y desayuné, tomándome mis pastillas de Pro-vitamina A para ayudar en el bronceado. Aparte de un vuelo de Ryanair a las seis de la mañana y otro a las seis y media, solo habían dos vuelos a las siete, ambos para Madrid, uno de Iberia y el otro de Air Europa. El intelectual que realiza la planificación debió chupar mucha lefa del párroco que le dio su educación religiosa y teniendo TREINTA Y TRES puertas para elegir, puso los dos vuelos de Madrid juntos con lo que en el mismo lugar del aeropuerto nos juntamos casi cuatrocientas personas. La gente se equivocaba de cola, los empleados histéricos y en algún lugar del infierno, alguien calentando la hoguera en la que espero que quemen a ese hijoputa. El proceso de embarque, gracias a esto y a que la gente parece que no comprende el concepto de tengan su tarjeta de embarque y un documento de identidad en la mano en el momento de la comprobación fue lento y eterno y de hecho, ambos aviones salieron con unos minutos de retraso.
En mi vuelo a Madrid aproveché para ver un par de episodios de series y jugar con el iPad mientras el tío que iba a mi lado lo miraba con envidia. Al llegar, salí de nuevo en la T1/2/3 y me eché una meada en un baño que limpiaron justo antes de que la gente hiciera la manifestación delante del barco de Chanquete y que hedía a limpio. En las tiendas libres de impuestos pero casualmente más caras compré un par de botellas de vino y busqué mi puerta de embarque para plantarme en el lugar. La gente comenzó a llegar y para cuando avisaron estábamos todos y la cola era de escándalo y gracias al buen diseño del aeropuerto, bloqueaba el movimiento de otros pasajeros, una característica muy buscada y deseada por los arquitectos españoles especializados en estos edificios y que no creen en la movilidad. Un tío pretendía meter dos maletas como equipaje de mano y decía que un supervisor le había dado permiso y el verdadero supervisor le dijo que nones, que o facturaba o se iba a tomar por culo. Más tarde descubrieron que en realidad ya había facturado veintitrés kilos y pretendía llevar de más y como no quiso pagar por la nueva maleta, salimos con cinco minutos de retraso ya que tuvieron que buscar su equipaje facturado y dejarlo en tierra. Es poco probable que el chamo aprenda la lección ya que los necios carecen de ese gen particular. A mi lado se sentó un pobre con un Androitotorota al que por supuesto y por principios no le hablé, que lo suyo igual es contagioso.
Nos dieron de almorzar en el avión y llegamos a Schiphol con veinticinco minutos sobre la hora prevista y ni siquiera nos hicieron aterrizar en el puto Polderbaan, esa pista que está a veinte minutos del aeropuerto. Salí de los primeros ya que iba casi adelante y como íbamos en línea aérea de calidad estábamos cerca de la zona de recogida de equipaje y no en las extra-alejadas puertas A, las reservadas para miembros de UánGuol y líneas aéreas similares. Mi maleta salió de nuevo de las primeras y como ya tenía el billete para el tren me fui directo al andén. A partir de ese momento mi amigo el Rubio comenzó a seguirme e informarme de mi ubicación. Llegué a Utrecht y en la estación de tren tomé la guagua que me dejó en mi casa antes de tiempo. Así, sin prácticamente ninguna incidencia, transcurrieron estas dos jornadas saltando tres mil y pico kilómetros para recargar las pilas y tomar algo de color, que el pálido no es muy primaveral.
En algo más de un mes comenzará la próxima aventura y esa será en dirección a Asia.