El aeropuerto de Schiphol es enorme. Desde el vestíbulo principal una vez pasas los controles de seguridad hasta la puerta de tu avión puedes caminar más de veinte minutos si tienes la mala suerte de volar con compañías de bajo costo o con líneas aéreas de bandera española. En ese lugar tan grande, hay baños cada poco tiempo y las personas que se encargan de la limpieza de los mismos pueden hacer kilómetros durante una jornada de trabajo. Para desplazarse por el aeropuerto y al mismo tiempo llevar todas las herramientas que necesitan, usan unas bicicletas (técnicamente triciclos …) tuneadas adecuadamente y que además llevan un pequeño remolque. Si tienes suerte igual te tropiezas con alguna por el aeropuerto, una imagen muy curiosa. Desconozco la marca de las bicicletas o su precio. Por lo que pude ver, son muy sencillas, no tienen velocidades y llevan únicamente un freno por lo que es más que probable que se pueda frenar también a contrapedal.
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Ponte Vecchio al atardecer
En la anotación Puentes sobre el río Arno en Florencia vimos por primera vez el Ponte Vecchio y de nuevo fue el foco de una de las fotos de Florencia en Otra vista del Ponte Vecchio. Al atardecer, cuando el sol se esconde en el horizonte, el puente adquiere unos colores más cálidos. Tuvimos un montón de suerte con el clima durante nuestra visita, abundante sol y calor y una falta absoluta de viento.
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Primeras felipas de la temporada
A mí desde siempre me han tenido super marcado en el buscador ese maligno que todo lo quiere saber de ti y que se empeña por pasiva y por activa en endiñarte su mierda de red social. Al parecer, consideran que soy ordinario, grosero y vulgar y yo les doy la razón, año tras año y si te soy sincero, me la suda completamente lo que tengan que decir sobre el tema porque esta bitácora es mía para escribir sobre lo que me salga de la punta de la polla, que diríamos entre amigos. Un tema recurrente en esta bitácora ha sido siempre el de los avistamientos, los cuales no son otra cosa que coños expuestos a la atmósfera terrestre por mujeres que van en bicicleta y algo que en los Países Bajos se ve con frecuencia, al menos si te dedicas a mirar a la zona adecuada y no a las caras, ya que hasta donde yo se, no hay chochos en esa zona del cuerpo.
Una bonita manera de reírte de cualquier comemielda que te pregunte el por qué no tienes perfil en el CaraCuloLibro como cualquier hijo tonto y agilipollado de vecina es responderle que no te hace falta ya que en abril del año 2004, mientras él o ella todavía no sabía lo que era la red, tu ya escribías sobre la Primavera nórdica y los efectos que tiene en algunas mujeres. Ese mismo año volvía a incidir en el tema con avistamientos nórdicos. En el 2005 teníamos Avistamientos invernales, aunque en ese caso no fue sobre una bici, lo cual solucioné un mes más tarde con Los coños al sol e incluso recuperé una historia mucho más vieja y que pertenece a la categoríad e Grandes Relatos de este inframundo llamada Las minifaldas no son para las bicicletas. En el 2006 no me olvidé de la temática y regresé con El primer papayo maduro y en el 2007 pudimos leer sobre el tema en El Primer Avistamiento primaveral. En el 2008 se me pasó totalmente y me olvidé y la siguiente ocasión en la que tratamos este tema tan interesante fue en abril del 2009 en la anotación El primer avistamiento. En el 2010 leímos una nueva tesis sobre este asunto en Enseñando el piporro en bicicleta y el año pasado tuvimos Felipas a tutiplén. Como se puede ver, una historia épica y muy trabajada con más de lo mismo.
Mi amiga la Chinita dice que ella jamás ha visto un chocho, ya sea peludo o rapado mientras va en bicicleta pero cuando la interrogas descubres que tampoco los busca activamente, que ella parece creer que a la gente hay que mirarla a la cara, algo que no comporto, sobre todo en bicicleta y con las infinitas oportunidades que tenemos viviendo en Holanda. El miércoles de la semana pasada además de comenzar la primavera fue el primer día en el que la temperatura subió a más de dieciocho grados. La gente se desquicia e inmediatamente sueltan toda la ropa que llevan puesta. Es un espectáculo increíble. Un día vas por la calle viendo mujeres que parecen moras de mierda tapadas hasta las pestañas y así de pronto se les caen todas las capas de ropa y asoman las lorzas blancas hasta quemar la retina y los excesos de una dieta rica en grasas durante el invierno nórdico. En el tren que me traía de vuelta desde Hilversum ya tuve ocasión de asustarme con la escasez y el mal gusto en la ropa de algunas, sobre todo de una que sudaba como una cerda a las puertas del matadero y tenía marcados los sobacos en la cosa que cubría sus tetas y tripa, no exactamente una camisa pero vamos, que hacía la misma función. Al bajarme del tren en Utrecht fui por el túnel que está en la parte norte de la estación hasta la salida que está junto a una de las entradas al centro comercial Hoog Catharijne y me quité la chaqueta guardándola en la mochila para no sudar como un pollo. Comencé a pedalear junto a la estación de tren y de repente veo que viene hacia mí una chama de por lo menos un metro noventa, una tía que más bien parecía un compás, flaca hasta dar lástima, blanca como los folios que no están hechos con papel reciclado, unas gafas de sol de esas con cristales de metro cuadrado de superficie por ojo y con un top minúsculo que dejaba al aire un ombligo taladrado y del que colgaba una cosa que parecía una lágrima de las horribles lámparas de nuestras abuelas y que seguro que robó en alguna visita a algún palacio. Aquello lanzaba destellos con el sol y ayudaba a centrar la vista en la zona. Cuando movía una pierna hacia arriba y la otra hacia abajo para impulsar su máquina, la micro-minifalda de cuero o de algún tipo de plástico similar dejaba entrever los muslos blancos y entre ellos un mechón de pelo que no podía ser otra cosa que el jardín que protege su secreto. Mis ojos que están entrenadísimos gracias a años de práctica activaron los estabilizadores de imágenes y mi cerebro, sin que yo me diera cuenta, ordenó a mis músculos detener la bicicleta para alargar el momento. En algún lugar de mis oídos alguien leía un audiolibro pero honestamente, no sé ni que decía porque todos mis sentidos suministraban energía a los ojos para ver aquel espectáculo. El bigotillo se movía y aquel chocho sin bragas asomaba y se escondía, asomaba y se escondía, al ritmo del pedaleo. La chica hablaba con su teléfono móvil sujetándolo con una mano y con la otra agarraba el volante y cuando se dio cuenta que yo sabía que ella no llevaba bragas, ni braguitas, ni tanga, ni calzón de abuela, me miró con odio y trató de cerrar las piernas sin lograrlo pero no pudo hacer nada para impedirme absorber toda aquella información visual y almacenarla en mi cabeza para futuras referencias. Después de que cruzó a mi lado hice una nota mental para recordar que ese veintiún de marzo, algo después de las cuatro y media, una hembra del tipo follable enseñó sus poderes al populacho en la milenaria ciudad de Utrecht.
Dos días más tarde me crucé con otra y ayer mismo vi el tercer coño al sol. Para que después me diga la Chinita que yo lo flipo solo. No ha transcurrido ni una semana y ya he tenido el dudoso honor y privilegio de ser testigo del avistamiento de tres Felipas. Ver para creer ??
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Palazzo Vecchio desde lo alto
La última vista aérea en la ciudad de Florencia corresponde a esta del Palazzo Vecchio, el cual ha aparecido en un par de fotos anteriores. Me llamó la atención que en las colinas se vea otro palacio con una torre. Por desgracia había una grúa de construcción en la zona y no había manera de evitarla en esta imagen, aunque al menos es una sola y no lo que sucedió cuando estuve en la ciudad española de Ávila y eran unas nueve las que aparecían sistemáticamente en todas las fotos.