No me canso de repetirlo: la capital Europea debería ser Berlín, no solo porque los alemanes son los que llevan las riendas sino porque la ciudad es una auténtica maravilla que ha vivido lo suyo a lo largo de la historia. La iglesia memorial Kaiser-Wilhelm es uno de esos lugares que te impactan cuando lo visitas. No es una iglesia entera pero produce un efecto mucho más acusado que si entras a un templo y hay cierta belleza en todo aquello que le falta. La imagen la vimos por primera vez en diciembre del año 2006 en la anotación Iglesia Memorial Kaiser-Wilhelm y hoy le damos la bienvenida al Club de las 500.
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Los Muppets – The Muppets
Hoy tenemos otra de esas películas que lleva en cartelera desde tiempos inmemoriales y que por una razón o por otra, siempre que he intentado ir a verla se me chafaba. Cuando acudí esta mañana al cine, estuvo a punto de suceder de nuevo porque con la ola de frío polar que recorre Europa, los trenes no funcionan según su horario habitual, los metros tampoco y mi exquisita planificación fue sometida a un montón de presión, aunque finalmente, logré llegar al cine a tiempo. La película que quería ver es The Muppets, la cual se estrena este fin de semana en España con el ignominioso título de Los Muppets y quiero expresar mi disgusto porque no hayan usado el título por el que todos los conocemos, los Teleñecos y ya puestos, le deseo todo lo peor al distribuidor comemierda que decidió americanizar el título y espero que si tiene hijos, le salgan todos putas y drogadictos como castigo por lo que ha hecho. Esto dicho sin acritud, que no quiero que se me ennegrezca mi karma.
¡Olé! ¡Olé! y ¡Olé! Vuelven los Teleñecos con un julay acarajotado
Al visitar los estudios en los que se grababan los Teleñecos, Walter descubre que van a destruir el lugar para extraer petróleo que hay debajo. Sin dudarlo un solo instante se embarca en una gesta para conseguir que todos los Teleñecos se vuelvan a reunir y recauden diez millones de dólares que salvarán el lugar de ser destruido.
Uno puede creer que resulta extraño ver una película con pesonajes reales y teleñecos sin que nadie parezca notar que no son como nosotros. Aún más extraño puede resultar que de cuando en cuando, cuelen números musicales. Pues sí, es extraño y sí, funciona. Este es un viaje en una máquina del tiempo a nuestra infancia, a aquellos programas que veíamos en la tele y con los que disfrutábamos como bellacos. Este es un viaje nostálgico muy bien hecho, con una historia preciosa, unos efectos especiales fantásticos y guiños continuos a los espectadores. Desde el primer segundo hasta los títulos de crédito, quedé prendado con una historia que reavivó recuerdos dormidos dentro de mí.
Hay un momento determinado, cuando suena la sintonía de los Teleñecos y comienza el espectáculo en el que se me puso todo el vello de punta y pensé que me echaba a llorar ahí mismo pero pude contenerme. Es uno de esos instantes mágicos que no nos tropezamos en muchas ocasiones. Más adelante, durante la escena final, de nuevo me quedé al borde de las lágrimas y fue ahí, en ese momento, en el que decidí que me la suda lo que pueden pensar unos u otros, a mí me ha parecido un peliculón del quince y le daré la máxima puntuación. Después, mirando en IMDb, me sorprendió porque no soy el único y ha conseguido el mismo efecto en miles y miles de personas. Esta es una de esas películas en las que si llevas niños, la disfrutas tú más que ellos, ya que no saben ni la mitad de lo que hay detrás de cada una de las escenas y seguramente se pierdan los matices de los diálogos.
Yo pienso repetir y volver a verla y seguramente fui la única persona que la veía por primera vez en la sala porque no me puedo explicar que el cine estuviera lleno cuando la película lleva en cartelera desde antes de navidades.
En fin, no es el típico cine para el Clan de los Orcos pero sí al que van algunos miembros del mismo a título individual. Date el gusto de viajar en el tiempo a tu niñez y disfruta con un producto de fantástica factura y calidad exquisita.
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Casa de Truman Capote en el Club de las 500
No visitar Nueva York al menos una vez en tu vida es algo imperdonable. Todo te suena, cada rincón te recuerda alguna película o serie de televisión, momentos en los que te reíste, o lloraste, o te cagabas de miedo. Es una ciudad tremendamente fotogénica y llena de contrastes en la que en un momento estás frente a un montón de rascacielos y un rato más tarde y gracias a la magia del metro paseas por calles bucólicas y te paras a ver La casa de Truman Capote, foto que vimos por primera vez en marzo del año 2007 y a la que hoy le damos la bienvenida al Club de las 500.
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Anda coño que mi Ángel de la Guarda es lo más
Si hay una profesión de la que yo no tengo muy claro si en realidad se estudia algo o se dedican a chuparse las pollas unos a otros durante la carrera hasta conseguir el título es la de meteorólogo. Lo digo sin acritud y si alguno se ofende, pues que se rasque donde le pique, la verdad, la verdad y que no suceda el problema ??
Ayer los gurús de estas artes mágicas que se engloban en la previsión del tiempo nos contaban y nos decían que durante el día de hoy, al esperado frío que no veas sin escarcha se le iba a unir un fenómeno extraño y raramente visto que traería una capa pelusa de nieve, casi como nada. Mismamente, cuatro o cinco milímetros no más, lo cual, si lo visualizamos de otra manera, no sería más que un poquito de leche mangorra en la punta de la polla de cualquier chamo, algo así como la gota que culmina la obra artística. Visto lo dicho por esos sabios con estudios avanzados de nadie sabe muy bien qué, esta mañana me dejaba en casa el pantalón chubasquero y los pinchos para el hielo que se usan bajo los zapatos. Claro, como no iba a nevar y estamos en modo frío sin escarcha desde hace eones, no me iban a hacer útiles.
Salí de mi casa a las siete y siete de la mañana como un campeón y la Dolorsi me llevó como un relámpago por la ciudad de Utrecht hasta la estación. Cogí el tren de las siete y veintiocho y llegué a Hilversum sin problemas. Pedaleé como si estuviera reposeído por algún habitante de Raticulín y cuando estaba a unos pocos metros de la oficina, noto algo raro, un meneo similar al de la compresa de una coja, un pa’rriba pa’bajo extraño y descubro con horror que se me ha pinchado el neumático trasero de la bici. La dejo en el aparcamiento de la empresa, me voy a mi despacho y empiezo a contactar compañeros por nuestra mensajería interna preguntando para ver si alguien tenía un kit de reparación de cámaras de bici. Al final encontré a uno que me lo dejó y después apalabré con la recepcionista una ventana de treinta y tres segundos que era lo que necesitaba para colar la bici en la empresa y subirla a la planta vacía. Por muy avanzado que yo sea y por mucha coña del Elegido, yo no me visualizo arreglando un pinchazo a ocho grados bajo cero. No sé, no creo que llegue a tener nunca ese poder. Entré mi bici, la doblé para que cupiese en el ascensor y aunque subía a la segunda planta, algo salió mal en el plan maestro y la puerta se abre en la tercera, la mía y la de todos los jefazos. Por suerte mi Ángel de la Guarda estaba al loro y no me vioi nadie. Con la bici en el lugar adecuado y con las herramientas, solo me faltaba una cosa ?? mano de obra cualificada. Encontré a un compañero que se ofreció a ayudarme, lo cual básicamente significa que él hacía el trabajo mientras yo hacía de palmero a su lado y en un suspiro el hombre reparó el pinchazo. Se lo agradecí hasta el infinito y más allá y le prometí que el lunes, lo tupo a magdalenas. Al que me dejó el material para reparar el problema le prometí un par de ellas y después la recepcionista me avisó para bajar la bici y sacarla sin que nadie lo notara.
Con el problema resuelto, casi que ni noté que nevaba y la nieve no era tan ligera y etérea como nos prometían. Al mediodía salí a caminar con mi amigo el Moreno y fuimos por Anna’s Hoeve para comprobar la calidad del hielo, ya que el lunes tenemos pensado ir a patinar al lago y los canales del lugar durante el almuerzo, que es muy sacrificado ser el único africano que puede representar al continente durante unos juegos olímpicos de invierno o de verano en la modalidad de patinaje de velocidad. Aunque pensábamos que el hielo no era lo suficientemente grueso, un chamo estaba patinando y pese a los ruidos extraños y altamente tenebrosos, se desenvolvía bien:
En el vídeo anterior habréis notado que nevaba mientras veíamos al chamo patinar. Al regresar a la oficina, la nieve caía a destajo y ya se acumulaban como cinco centímetros. En la página de la compañía de trenes comenzaban a cancelar servicios y en la de los meteorólogos, daban una alerta naranja. Llamé a mi jefa para explicarle que el Lucas se cogía el piro y ella ni me dejó pedírselo y me ordenó que saliera por patas de aquella ratonera, que por su casa (tenía el día libre) era el acabose y ella vive en la dirección desde la que venía la tormenta.
Acabé algo que tenía que hacer, lo publiqué y avisé a una compañera para que recogiera e irnos juntos. Ella en ese momento comenzó a pollardear, hablar con la basca y perder el tiempo mientras yo le repetía una y otra vez que debíamos irnos. En algún lugar de mis interioridades, en esas partes en las que es hasta probable que hable catalán, mi Ángel de la Guarda me empujaba a marcharme. A la una y cuarenta y cuatro minutos salí de la oficina, solo. La capa de nieve ya era de unos siete centímetros. Me cagué en la puta madre que parió al cabrón que hablaba de unos milímetros, ya que si un par de milímetros de leche de mangorra es algo chachi, siete centímetros es una lefada, eso puede ser hasta una comida en algunos países con hambruna.
El tramo de mi oficina a la estación fue bajo una nevada intensa, luchando contra la nieve en mi cara, el hielo que se empezaba a formar en la carretera por culpa de los neumáticos de los coches y procurando no hostiarme. Al llegar a la estación central de Hilversum ni escuché la letanía que repetían por megafonía y así el susto fue mayúsculo al ver que el andén número 1 estaba más petado que la cola del INEM. Ahí fue cuando me di cuenta que no habían trenes en dirección a Amsterdam y que le decían a todo el mundo que fueran hacia Utrecht y Dios mediante, llegarían a su casa. Me coloqué en la zona del andén en la que sé a ciencia cierta que al parar el tren habrá una puerta y doblé la Dolorsi porque estaba clarísimo que aquel iba a ser el Bangalore Express. Cuando llegó hubo escenas de película de Paco Martínez Soria, con la gente tratando de entrar en el tren a cualquier precio. Yo coloqué mi bici en un rincón y me parapeté en el mismo. Salimos de Hilversum central tan llenos que si empieza la musiquilla hindú, allí mismo la gente se hace el baile. Llegamos a Hilversum Sportpark y por algún misterioso milagro, lograron entrar otro montón más. El tren iba al ralentí ya que el conductor no podía ver si algún pollaboba se había parado a echarse un pitillo en algún cruce.
Cuando llegamos a Utrecht Overvecht, la estación al norte de la ciudad, anunciaron que las agujas para cambiar de vías se habían escoñado y el tren no podía seguir y no sabían cuanto duraría el drama. De los cientos y cientos de miles de seres humanos e inhumanos que iban en aquel tren, yo era uno de los escasos que tenía en sus manos un medio alternativo de transporte así que me bajé, desdoblé a la Dolorsi, salí de la estación y me lancé a la aventura, cruzando las calles sobre diez centímetros de nieve más virgen que el aceite de oliva.
Desde aquel lugar hasta mi casa tenía siete mil setecientos metros cubiertos de nieve. Avanzaba lo más rápido que podía, buscando la nieve virgen para evitar el hielo y optando por la ruta que me lleva junto al Griftpark ya que prefería calles con tráfico y con la posibilidad de que hayan puesto sal. Durante toda esa aventura no tuve ni una sola NDE o Near Death Experience si no conocéis el significado o Experiencia cercana a diñarla si no manejáis con solturas las letras. No vi el tunel ni la luz al final del mismo, no me caí y ni siquiera resbalé. Paré un momento en el super para aprovisionarme y cuando entré en mi casa eran las tres y media, así que me tomó una hora y cincuenta minutos, cuando lo normal es hacerlo en cuarenta y nueve.
Mi jardín estaba de esta guisa:
Y así fue como logré escapar, nuevamente, a un drama dantesco por culpa de las inclemencias meteorológicas y quiero aprovechar y aprovecho para felicitar a mi Ángel de la Guarda por el excelente trabajo que ha hecho. La compañera que no salió conmigo de la oficina es más que probable que todavía siga encerrada en algún tren ya que el mío fue el último que llegó a Utrecht procedente de Hilversum.