En el otoño del año 2006 estuve en Berlín pasando unos días de vacaciones con mis padres. Por supuesto que el viaje está muy documentado en los archivos de la bitácora y entre las cientos de fotos que hice, la de este cartel que sirvió para ilustrar la anotación Carnaza pa? las bestias se ha ganado hace unos días su invitación para el Club de las 500
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Golfas
Llevo más de tres años hilando fino y completando mi Hembrario, ese repositorio de palabras que uno escuchaba de pequeño por las calles de la Isleta y que eran capaces de sintetizar lo que se pensaba sobre una mujer de una manera categórica y unívoca. No ha sido un camino fácil y hasta ahora, después de más de treinta anotaciones si hay algo que tengo claro es que jamás terminaré de escribir este Hembrario porque de cuando en cuando recordaré alguna palabra o alguno de mis viejos amigos la mencionará de pasada y las alarmas se dispararán. Por otra parte, es una ventaja el saber que cada cierto tiempo llega una nueva anotación de este Hembrario. Hoy hablaremos de las golfas.
En el diccionario de la Lengua Española de nuestra Real Academia se define a las golfas como prostitutas, mujeres que mantienen relaciones sexuales a cambio de dinero o como personas que prestan un servicio remunerado si quisiéramos decirlo en plan dos punto cero y que suene algo fino. En muchos lugares valdrá con esta definición pero en la Isleta, una golfa era algo distinto. En aquel mundo las golfas eran chicas o mujeres de las que se tenía la certeza absoluta que ofrecían su cuerpo a los hombres por puro placer o quizás por unas copas. Mientras que con los petates se tiene la sospecha de que lo hacen o siendo un poquito más ordinario, que follan, con las golfas hay certidumbre. Una chica puede por tanto ser un petate y evolucionar hacia golfa sin ningún problema.
Recibir el calificativo de golfa no conllevaba la carga negativa que puede tener la puteta o los putones verbeneros. Las golfas del barrio eran conocidas y su grupo muy estable. Algunas de ellas fueron previamente pendones y como sucede con algunas de estas clasificaciones, la misma mujer podía pertenecer a varios de los grupos dependiendo de quien fuera la que criticara.
Las golfas descubrían su condición cuando su madre o alguna de sus tías las arrinconaban y les reprochaban que estuvieran avergonzando a la familia por convertirse en golfas. Era un momento tenso pero que pasaba bien pronto. Una golfa es consciente que si Dios la equipó con un montón de extras es para usarlos y no para que se pudran por falta de uso. Son mujeres que viven su sexualidad como parte de su cultura social y pese a lo que se decía de ellas, no eran promiscuas ni hacían nada malo. Su único error era posiblemente haber confesado el pecadillo a alguna amiga de lengua larga y afilada que las traicionaba y repartía la información por el barrio.
En ocasiones el calificativo de golfas les llegaba directamente de sus madres, avispadas e inteligentes que detectaban esos sutiles cambios que delatan el paso de nivel. El problema es que esta conversación tenía lugar a grito pelado y cerca de alguno de los múltiples patios de la casa y el efecto megáfono enviaba el mensaje alto y claro hacia todos esos oídos que a falta de otra cosa mejor que hacer, estaban siempre al loro rastreando el ambiente y a las que conocíamos como noveleras y alcahuetas. Todo este ecosistema está intrínsecamente relacionado y como veis, el estigma de unas era el combustible que necesitaban otras.
En mi barrio llegó un momento en que el número de golfas llegó a ser tan alto que la palabra cayó en desuso. Sucedió en los años de la Movida, muerto y enterrado el Cuervo y con las mujeres reclamando la libertad que hasta ese día les había sido negada. Ahora la palabra golfa ya ni siquiera tiene esa fuerza despectiva. Si eres mujer y sigues el ciclo de la vida, a menos que consigas refrenar las hormonas y las ansias burras de tu hombre hasta firmar el contrato, tarde o temprano podrás mirarte al espejo y verás a una golfa y créeme, no hay nada malo en ello.
Todos conocemos golfas y de no ser así, si estás leyendo esto y no te viene a la cabeza el nombre de alguna conocida que sea una de ellas, o vives en el planeta de los machos o hemos vuelto a la Edad Oscura y hemos perdido las libertades que conquistamos en el último cuarto del siglo veinte.
Deberíamos celebrar a las golfas con un día de fiesta nacional, un día que se podría llamar el día Chabeli, de niña a mujer.
Puedes leer más anotaciones relacionadas con esta en el Hembrario
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Tiran más dos tetas que dos carretas en el club de las 500
Hace menos de cuatro meses que vimos por primera vez estos dos tetones y ya han conseguido su pase para el exclusivo Club de las 500. Poco más se puede decir de esos pezones que asoman tímidamente gracias a la generosa ventilación que el diseñador ideó para esta camisa. Conviene recordar que hay un enlace a la versión extendida de esta misma foto en donde se puede ver la cara de la propietaria de esta delantera en la anotación original, la cual se llamaba Tiran más dos tetas que dos carretas.
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Caminos sin salida
Mi percepción de la vida y del camino que he recorrido hasta este momento siempre ha sido la de un sendero retorcido y lleno de encrucijadas. No puedo ni quiero saber lo que me depara el futuro porque eso le quitaría toda la gracia pero sí que me gusta tener presente los errores que he cometido hasta este momento para asegurarme de no volver a repetirlos. En algún instante de mis primeros seis años de vida tuve conciencia de mi Yo, comprendí que era un ser vivo y a partir de ahí un cóctel de circunstancias me hizo desarrollar un ego gigantesco. Crecí con la absoluta convicción de tener el mundo girando alrededor mío, sabedor que nada existía en aquellos lugares en los que yo no estaba y que todas y cada una de las personas, lugares y circunstancias que formaban los capítulos de mi vida estaban ahí únicamente para que yo las pudiera disfrutar.
En la adolescencia dejó de preocuparme si yo era el centro del mundo y en su lugar me angustiaban infinidad de pequeños asuntos. Los estudios, los amigos, la política mundial, la música, el cine, la vida como tal, todo parecía carecer de sentido y daba bandazos mientras la cara se me llenaba de granos y me crecía pelo por todo el cuerpo. En esos años mejoré y ajusté una capacidad innata para la manipulación. Era un sistema defensivo muy bueno. Ya que el mundo parecía tener vida propia, procuraba ajustar las fronteras que lindaban conmigo y modelarlas a mi antojo y para mi conveniencia. El sistema funcionaba muy bien pero requería demasiado esfuerzo y después de un tiempo decaía mi interés por aquellas personas que podía manipular.
Tropezando y volviendo a levantarme aprendí que aunque manipular estaba bien, aún era más divertido el sorprenderte con los giros inesperados de la vida. En lugar de saber lo que todos y cada uno harían en cada momento me volví un adicto a las sorpresas, dejé de elegir los lugares a los que había que ir o las películas que teníamos que ver y me dejé llevar por la corriente. De ese tiempo, al igual que de los anteriores, tengo buenísimos recuerdos. Era consciente que en mi interior seguía dormitando todo el poder para moldear a la gente y llevarlos hacia donde quería pero voluntariamente renunciaba a esa ventaja para introducir un poco de azar en la ecuación.
Pasaron los años, comencé a trabajar y cuando todo parecía encajar en su sitio y mi futuro estaba escrito en la arena me rebelé contra él y opté por tomar el control y cambiar el rumbo. Cada uno de esos momentos cruciales en los que he abandonado un camino para seguir otro han sido siempre el resultado de muchas horas de reflexión. Miro hacia atrás y procuro evaluar las ventajas e inconvenientes de aquello que tengo, el lugar hacia el que me lleva y si realmente es lo que yo quiero hacer. Pongo sobre la mesa las alternativas y creo diferentes escenarios para ver lo que podría suceder y las consecuencias que tendría. Ya sé que esto me convierte en un bicho extraño pero si hay otras formas de actuación, yo no las he aprendido. En cada uno de esos momentos, tras pensarlo muchísimo me vuelvo a reinventar, encuentro el sendero que quiero seguir y me lanzo hacia él sin ninguna duda.
El más drástico de esos cambios fue el día que vi claro que quería emigrar y dejar un lugar idílico, un trabajo de por vida, un círculo de amigos fantásticos y comenzar desde cero en otro país, en otra sociedad y sin saber lo que podría suceder. Como imaginaba que mis amigos montarían campañas para desanimarme me moví sigilosamente y para cuando se corrió la voz ya era demasiado tarde y tenía un trabajo en otro país y un billete de avión de ida. Salí de mi casa con veinte kilos de equipaje y un espíritu indomable y resuelto a derribar cualquier barrera que me pusieran por delante.
Después de los años transcurridos no solo no me arrepiento sino que celebro cada día el haber elegido ese camino. Por cada puerta que dejé atrás descubrí que habían varias que podía abrir y cada una de ellas me llevaba a un lugar aún más increíble que el que acababa de dejar. En todas y cada una de las facetas de mi vida salí ganando.
Así llegamos hasta hoy en día. Sigo sin saber lo que me depara el futuro y tampoco me interesa averiguarlo. Soy feliz, mi vida es como este tronco, retorcida y llena de caminos sin salida, callejones que no conducían a ningún lado y de los que escapé para seguir avanzando hacia adelante y en cada una de esas intersecciones me las apañé para elegir una buena opción. No saber lo que me queda por descubrir me permite abrir los ojos cada mañana con la misma curiosidad, afrontar el presente con la seguridad que da el estar convencido que pase lo que pase, hasta aquí el viaje ha sido fantástico y seguro que la mejor parte está aún por venir. Pese a todo, no conviene renegar de las decisiones que me han llevado hasta aquí y es bueno mirar hacia atrás de cuando en cuando para recordarlas.
La foto la hice en Lage Vuursche, paseando una tarde de sábado por el bosque. Esta es la segunda de una pequeña serie de reflexiones que comenzó con El camino y continúa en La fuerza del camino