Una luz se apaga en una ventana y el edificio pierde consistencia y desaparece tragado por una bruma otoñal que gusta de abrazarlo todo y desdibujar los perfiles. En la calle un perro ladra y el sonido de sus ladridos llega con eco solo acompañado por las pisadas de una mujer que camina sola en la noche. Por el sonido de sus pisadas se deduce que lleva zapatos de tacón de aguja. Es un martilleo seco y consistente que todos hemos oído en alguna ocasión y que nos trae a la memoria recuerdos de grandes actrices del pasado, devoradoras de hombres en blanco y negro que hacían y deshacían en el mundo sin que ningún hombre pudiera evitarlo. El ruido se aleja de donde me encuentro, difuminándose lentamente. Es muy tarde y no quiero testigos que vean lo que voy a hacer.
Finalmente el silencio vuelve a reinar. A lo lejos escucho algo que posiblemente sea una pelea de gatos, los príncipes de la noche, esos animales que gustan de pasear en las calles cuando todos se retiran y que de cuando en cuando luchan por un rincón, o por algo de comida o por una buena hembra.
Miro hacia la casa. Sé que está vacía. Se fueron por la mañana. He estado todo el día controlándola discretamente, sentado en una cafetería, comiendo en el restaurante que está cerca, paseando descuidadamente por los alrededores, siempre tratando que nadie repare en mí y que me recuerden en el futuro. Tendré que luchar con la alarma pero no me asusta porque conozco la clave. Siempre usan los mismos cuatro dígitos para todo. Se rodean de medidas de seguridad y después no saben como usarlas. Cada uno debería tener su propia clave secreta e intransferible, algo que nos permitiera una identificación unívoca. El mundo sería otro. Por suerte no es así.
Salté la valla del jardín y fui a la parte posterior. Allí podría trabajar tranquilamente. Las luces del jardín estaban encendidas señalando el pequeño camino que serpenteaba entre la hierba y las plantas. La puerta trasera no es tan recia como la delantera. Resulta paradójico que de cara a la calle pongan una buena puerta y en la parte posterior no se preocupen igualmente por su seguridad. Es una de esas puertas con una gran ventana en el medio. No me tomó mucho acabar con la cerradura. Los años de experiencia con un juego de ganzúas han servido para algo. Al abrir la puerta la alarma comenzó a pitar, avisando que tenía unos segundos para neutralizarla. Fui al panel de control y puse el código. Un pitido largo sentenció mi acción y se quedó en silencio. En la pantalla se podía leer que el sistema estaba desactivado. No pude resistir la tentación y cambié la clave poniendo una que ellos seguro que no conocían. Me imaginé las caras que pondrían al volver e intentar apagar el sistema. Una lástima no poder estar allí para verlo. También sería divertido el saber que al mismo tiempo que fallaban el sistema avisaría a la policía y tendrían que explicarles que ellos no estaban tratando de robar su propio domicilio.
Subí a la planta alta con una sonrisa tonta en la boca imaginando la escena. Fui directamente al dormitorio principal. Aunque nunca había estado allí dentro conocía de memoria el plano del edificio. Me sorprendió un poco la forma en la que lo tenían decorado, muy decadente, con muchos objetos colgando y reposando de cualquier rincón que se prestara. Aquello debía ser una pesadilla para la persona que se encarga de limpiar. No encendí las luces por si alguien pasaba por la calle y miraba o alguno de los vecinos se desvelaba y salía a coger el fresco a la ventana. Llevaba un pequeño puntero con un led que produce una luz blanca. Busqué el pequeño cuarto que sirve de vestidor. Cerré la puerta y encendí la luz. No había ventanas así que era seguro. No me costó nada encontrar la caja fuerte. Estaba en un rincón, delicadamente cubierta por sábanas bien dobladas. Las puse a un lado y me agaché. No tenía una rueda de esas con números como las que se ven en las películas. El teclado era como el de los teléfonos baratos que hay siempre en los hoteles y en la pequeña pantalla se podían ver los dígitos. Volví a usar la misma clave que había desactivado la alarma y de nuevo se produjo la magia. El ruido de una cerradura desbloqueándose me lo confirmó. Mis pupilas se agrandaron mientras abría la puerta de la caja para buscar mi objetivo.
Esta historia continúa en Una caja de ébano
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