Distorsiones

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  • La mensajera

    24 de enero de 2007

    Un solo dedo lo señalaba. Era el dedo de una niña de siete u ocho años. Se mantenía fijo en él y acaparaba la atención de la gente que pasaba a su lado porque estaba acompañado de un grito constante y agudo. Era una tarde de verano, de esas con calor pegajoso y desagradable que te invita a permanecer en casa o en algún lugar con aire acondicionado y mantenerte lo más lejos posible del exterior, por eso estaba en un centro comercial, los nuevos templos dedicados al consumo que han crecido como setas por todas las ciudades y en los que las hordas de clase media malgastan sus vidas.

    La chiquilla llevaba un vestidito rosa que le llegaba hasta un poco por debajo de las rodillas y unos zapatos blancos con calcetines del mismo color. En su mano, esa con la que lo señalaba, tenía unas pulseras con cuentas como las de los hippies, hecha con algún juego para crearte tus propios abalorios y que supuestamente estimulan la creatividad de los niños. De nada sirve tanta estimulación si después los aparcas delante de una televisión durante horas para que no te molesten.

    La madre volvió corriendo del escaparate donde estaba mirando ropa y le lanzó una mirada asesina preguntando a la niña que le había hecho el hombre malo. La chiquilla se lanzó en brazos de su progenitora. No era un bebé o un niño pequeño incapaz de articular sus pensamientos, era una niña que ya debería saber leer y escribir y que podía hablar perfectamente. En lugar de hablar seguía llorando y llorando. Su madre volvió a fijarse en el hombre, de alrededor de cuarenta años, bien vestido y algo nervioso. Se frotaba las manos continuamente y se veía que estaba por marcharse y dejarlas allí.

    Tras lo que pareció una eternidad la niña volvió a señalarlo con el dedo y lo dijo:
    ? Este señor va a morir hoy ? A los dos adultos les cogió el mensaje por sorpresa. ?l se esperaba otro tipo de acusación que sabía falsa y por eso se había puesto tan nervioso y ella también creía que los llantos eran por algún tipo de abuso.
    ? ¿Qué dices María? ¿Quién te lo ha dicho? ¿Cómo lo sabes?
    ? Unas luces muy bonitas que estaban a su lado. Va a morir hoy. Lo van a atropellar. Las luces han venido a buscarlo para llevarlo hacia otro lugar.

    La sorpresa en las caras de la madre y el hombre eran evidentes. ?l comenzó a relajarse, dejó las manos caídas y una pequeña sonrisa comenzó a romper la seriedad de su rostro. Ya nadie parecía prestarles atención.
    ? María, me has dado un susto de muerte. Discúlpate y vamos ? dijo la madre.
    ? No se preocupe señora, son cosas de niños ? le dijo y se volvió para marcharse.

    La chiquilla y la madre se quedaron mirándolo mientras andaba por la galería en dirección a la salida. Llegó a la puerta principal y salió al aparcamiento. Seguramente aún iba pensando en lo que acababa de sucederle, riéndose de aquella bobería. Su coche estaba en la segunda o la tercera fila hacia la derecha, no muy lejos de la puerta. Aún tenía la sonrisa tonta en la boca cuando recibió el golpe. No lo vio venir. Fue un impacto limpio, que lo lanzó por el aire y al caer se golpeó la espalda contra el capó del vehículo. Su cuerpo adoptó una posición extraña, anómala. El coche frenó bruscamente. Era un Opel azul metálico tuneado, con las ruedas más grandes que el modelo original y alerones por todos lados. De su interior salía una música machacón a un volumen demasiado alto.

    El hombre quedó tirado en el suelo mientras un pequeño río de sangre se comenzaba a formar. Los de seguridad corrían hacia el lugar hablando por sus emisoras, informando de lo ocurrido. La gente corría también y una señora que estaba muy cerca con su carrito de la compra gritaba histérica. El conductor era poco más que un niño, con el pelo cortado de forma extraña y mechas rubias. En su cara resaltaba un piercing en una de las mejillas y un tatuaje asomaba por su cuello. Del asiento del acompañante salió una chica que estaba a punto de comenzar a llorar. Su aspecto era el de una barbie indecente y deformada, falta de ropa y sobrada en carnes. Iba demasiado maquillada.

    Los ojos del hombre se volvían vidriosos por momentos. Los de seguridad le tocaron el cuello para ver si tenía pulso. Por la cara del que lo hizo todos supieron que estaba muerto. El joven se echó a correr dejando su coche y a todo el mundo allí. Aullaba mientras lo hacía. Su chica se mordía las uñas al lado del cadáver mientras un río de lágrimas le estropeaba el maquillaje y le daba el aspecto de una muñeca sucia.

    La mujer con la niña salió al exterior y vieron la multitud agolpada en torno al cuerpo y el coche. Ella ya sabía quien estaba allí pero necesitaba verlo con sus ojos. Se abrió paso y cuando por fin pudo ver a la persona atropellada reconoció al hombre al que su hija había señalado. No se dio cuenta que aún llevaba a la niña de la mano y que ella también lo estaba viendo todo. La madre se cubría la boca con su mano libre. La hija lloraba silenciosamente. La niña vio algo que los demás no pudieron ver, las mismas luces que le habían dicho lo que iba a suceder y que ahora revoloteaban alegremente en el lugar. En lugar de tres eran cuatro. Hicieron círculos alrededor de la niña y le susurraron que no se preocupara, que todo estaba bien. También le agradecieron la ayuda prestada y después de eso salieron disparadas hacia el cielo perdiéndose rápidamente entre las nubes que lo cubrían.

    La madre y la hija volvieron a entrar en el centro comercial. Ambas iban en silencio. Una lloraba y la otra aún no había asimilado lo que acababa de suceder frente a sus ojos. Todo había sido muy extraño.

    Este relato continúa en Quizás sea una pesadilla

  • Molino de viento en el Club de las 500

    24 de enero de 2007
    Molino de viento

    Molino de viento, originally uploaded by sulaco_rm.

    Viviendo en los Países Bajos uno está rodeado de molinos de viento y terminas asociándolos con el paisaje. No quedan muchos pero los que hay se cuidan con mimo. Hoy recibimos a este Molino de viento en el Club de las 500.

  • Lunes Negro

    23 de enero de 2007

    Gracias, gracias por tantos buenos ratos, momentos únicos, silencios llenos de sentido. Gracias por todo y hasta siempre

    No quería empezar con algo negativo. Quería que al menos un pedacito de esta anotación sea positivo y alegre.

    Hoy no tenéis por qué leer lo que voy a escribir. Lo hago para mí. Para mi cuaderno de recuerdos porque dentro de un año volveré aquí y no sé si mi memoria seguirá siendo tan buena pero no quiero arriesgarme a olvidar nada. Este es un acto de puro egoísmo. Esta es una mierda de semana. Ya nada la puede cambiar. Es y será una mierda. Todo por culpa de un Lunes Negro, un día de esos que no se merece nadie. Este es el relato de lo que sucedió en momentos puntuales y de como me afectó.

    La semana comenzó a las siete y media cuando me desperté. Me duché, vestí, desayuné y salí con tiempo hacia la estación de tren porque hacía frío y tardo más tiempo con la bici. Afuera todo estaba helado. Por la ventana de mi dormitorio pude ver a una vecina quitando el hielo de los cristales de su coche. Salí por la parte de atrás y avancé despreocupado hacia la estación de tren. Iba escuchando un Podcast de cine. Hacía frío y de repente comenzó a llover, un agua helada, casi a cero grados que quemaba al golpearte el rostro. Al pasar bajo un puente paré la bicicleta y me puse el chubasquero. Seguí mi camino y llegué a la estación con un par de minutos. Subí al tren. Doblé la bicicleta y cuando me iba a sentar me palpé el bolsillo trasero del vaquero. Allí no estaba la cartera. Perdí un latido cuando me di cuenta de lo que eso significaba. Comprobé mis bolsillos pero no había nada. Tampoco en la mochila. Bajé del tren antes de que se cerrasen las puertas y analicé mis alternativas. O se me había perdido o la dejé olvidada en casa. Como había parado para colocarme el chubasquero no estaba muy seguro. Volví a casa siguiendo la misma ruta, mirando atentamente al suelo por si la veía por algún lado. Cuando llegué al puente paré y perdí un par de minutos rastreando la hierba. No había nada. Seguí hacia mi casa y al llegar miré en la mesa, en la cocina y en aquellos lugares donde suelo dejarla. No estaba. Subí al baño y rebusqué en los pantalones sucios. Tampoco estaba allí. No la vi en el dormitorio de invitados que es el lugar donde suelo cambiarme y tirar las cosas sobre la cama. Comencé a ponerme nervioso, asumiendo que estaba perdida y que tendría que avisar inmediatamente al banco y la policía. Miré en la mesa del ordenador y estaba escondida entre papeles. Respiré aliviado. Comprobé la hora y pensé que podría llegar a tiempo para el siguiente tren. Salí de casa y volví a la estación llevando el chubasquero puesto. La lluvia mojaba los guantes y el frío me entumecía las manos. En mi cara no sentía nada. Llegué a la estación y pude ver el tren saliendo en dirección a Hilversum, un minuto antes de tiempo. Me dio un montón de rabia. Cuando estoy allí nunca sucede, siempre se retrasa y el día que solo aspiras a que sea puntual, el conductor decide irse antes. Tuve que esperar veinte minutos por el siguiente tren. Me subí desde que llegó, doblé la bicicleta y me senté a esperar. A la hora de partida no salimos. Cinco minutos más tarde nos dijeron que estaba roto y no sabían cuanto tardarían en arreglar la avería. Nos recomendaron tomar otro diferente. Bajé y caminé hacia el andén que nos habían dicho con los otros pasajeros. Cuando ya estábamos acomodados dijeron en ese tren que habían reparado el primero y que saldría antes. Volví a cambiarme de tren. Con más de un cuarto de hora de retraso nos pusimos en camino. Ya eran más de las diez de la mañana. Al llegar a Hilversum comenzó a llover fuerte, justo en el momento en el que salía de la estación. Llegué al trabajo empapado y muerto de frío cerca de las once. Estaba de muy mal humor y por culpa de tanto retraso no había podido acudir a una reunión muy importante.

    Me crucé con mi jefe y le comenté que era una mierda de lunes y que todo me salía del revés, que era uno de esos días en que mejor te quedas en la cama. Le dije que esperaba que el día fuera a peor. Después de eso llamé a mi madre. Siempre llamo por la tarde pero de alguna manera sabía que tenía que ser por la mañana. Me tomó tres intentos conseguir la conexión. Las dos primeras llamadas se perdieron en los tres mil kilómetros de distancia. Tenía un mal presentimiento y mi madre me lo confirmó. Se me hundió el mundo. Por la tarde iban al veterinario pero no tenían esperanzas. Corté, busqué un despacho vacío y me eché a llorar.

    La gente que me conoce dice que se sabe inmediatamente mi estado de ánimo, que soy como un libro abierto. Cuando estoy contento hay un campo de energía que irradia de mí y cuando estoy triste se vuelve un agujero negro. Todos lo sintieron y optaron por esquivarme. No podía concentrarme ni trabajar pero hice un esfuerzo. Por la tarde mi compañero de despacho se fue pronto a casa. Supongo que le acojonaba el mal rollo que había allí dentro. La gente que se pasaba para preguntar algo me miraban a los ojos y se iban casi sin hablar. Cuando me quedé solo cerré la puerta y escribí el texto de anoche. Lo hice sin mirar a la pantalla, llorando sin poder parar. No lo revisé ni lo corregí en ese instante. Lo guardé como borrador en GMail y seguí dejando pasar el tiempo. Intercambié un par de mensajes con mi mejor amigo contándole lo que pasaba.

    A la hora de marcharme, mientras andaba hacia la bicicleta lo supe. Justo en ese preciso momento sucedió. No puedo explicar como lo sé pero fue como si un trozo dentro de mi se derritiera y desapareció dejando un vacío enorme. Acababa de morir. En la calle estábamos por debajo de cero grados. Fui a la estación llorando. Las lágrimas duelen cuando hace tanto frío. Se te hielan en la cara. Yo no podía dejar de llorar. Cuando llegué a la estación vi en las pantallas que el tren que debería haber salido quince minutos antes iba retrasado. Fui al andén y las luces rojas de la parte trasera dejaban la estación. Me quedé completamente solo en el andén. Dos minutos más tarde llegó otro tren, el que yo iba a tomar. No había más nadie allí así que fui la única persona que se subió, algo muy extraño. Estaba en un vagón completamente vacío llorando mientras intentaba calmarme escuchando música, el extraño viaje de Fangoria. Llegué a Utrecht y me fui a casa.

    Al entrar largué la bici en el suelo y fui directo a llamar a mi madre. Me contó como fue todo llorando. Yo también lloraba. Ninguno de los dos podía hablar. Imagino que es muy difícil de entender para gente que jamás haya convivido con animales en casa, se convierten en parte de la familia. Así es como me sentía. Uno de los seres más importantes de mi vida se había ido. Me venían a la memoria momentos que pasamos juntos, pequeñas aventuras, desastres caseros, trastadas divertidas. Los años que vivimos en la Isleta, los que estuvimos en el sur de la isla, como se alegraba cuando me veía en el aeropuerto y como sabía desde un día antes que me marchaba de vuelta a Holanda. Recordé estas pasadas navidades, cuando ya temíamos que el final estuviera cerca, recién salida de una operación. Recordé las mañanas que se venía a mi cama y el rato que pasábamos juntos.

    Después de la conversación mandé un mensaje a mi tío con siete palabras y dos frases. Escribí un correo para mi mejor amigo con otras siete palabras y dos frases. El primer mensaje fue en español y el segundo en inglés. Escogí las fotos llorando y después de acabar me fui a ver la tele para intentar distraerme. No pude. Encendí una vela que ardió durante toda la noche. Me fui a dormir completamente hundido. Tardé horas en poder dormirme. Ha sido un Lunes Negro.

    Esta mañana me desperté mucho antes que de costumbre y me fui a trabajar. He estado todo el día sin pararme a pensar, concentrado en mis tareas. Ha sido un día muy productivo. He hecho todo lo que tenía para esta semana y aún más. Al volver a casa pensé en lo que quería decir y en como hacerlo. También en lo que tengo escrito. La semana ya estaba preparada. Durante el fin de semana lo escribí casi todo. Saldrá más adelante. Improvisaré el resto de los días. Seguramente serán historias tristes que reflejen como me siento.

  • Una vela encendida

    23 de enero de 2007
    Una vela encendida

    Una vela encendida, originally uploaded by sulaco_rm.
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