Una tradición que he intentado mantener a lo largo de estos años de vida nórdica es la de volver a casa para la noche de San Juan. Por casa me refiero al concepto de España. En un par de ocasiones he ido a Málaga y en otras a Gran Canaria. El año pasado no fui porque mi amigo el Moreno se empeñó en visitar las Canarias justo unos días antes y me tuve que volver sin poder darme el chapuzón de rigor.
Este año gracias a mi visita de incógnito lo tuve más fácil. En la isla de Gran Canaria se celebra la noche de San Juan en todas partes pero en la ciudad de las Palmas de Gran Canaria coincide además con las Fiestas Fundacionales, nombre inventado por una retardada mente para eliminar la connotación religiosa que supone reconocer al Santo Patrón de la ciudad. En fin. Normalmente son fiestas muy concurridas en las que todo el mundo acude a la playa de las Canteras para darse un chapuzón a medianoche y de paso ver los fuegos artificiales.
Quedé con unos amigos para la ocasión. Aunque salí con tiempo de mi casa con la esperanza de encontrar aparcamiento, cuando vi el tráfico que había asumí que sería misión imposible y puesto que gano un buen dinero y me lo puedo permitir, metí el coche en uno de los aparcamientos privados que se encuentran en el epicentro de la movida, que total por cinco euros menos no voy a morirme de hambre. Una vez el coche estaba a buen recaudo me reuní con los colegas y nos fuimos rodeados por la multitud a la playa. Llegamos un cuartillo de hora antes de la medianoche. Según la prensa local allí se congregaron doscientas mil personas. Si la misma concentración de humanos se mide siguiendo el nuevo sistema implementado en el ayuntamiento de Madrid y que tan buenos resultados les está dando con las manifestaciones populares, allí había un millón doscientas mil personas por lo menos. Algo digno de figurar en el libro Guinness de los récords teniendo en cuenta que en la isla no puede haber más de novecientas mil personas. Las implicaciones de esta medida apoteósica son varias. Toda la isla, es decir, toda la isla sin excepción estaba allí. Para completar el número echamos mano de los fantasmas corpóreos de todos los fallecidos en los últimos veinte años o así y seguramente llegamos a la cifra. Uno se para a pensar en esto un poco y se da cuenta que un pollaboba hace dos mil años agarró cuatro barras de pan y dos jarras de vino y las multiplicó un par de veces y se monta un revuelo de cojones y el dichoso julay acaba siendo el corazón de una corriente religiosa y sin embargo unos policías hacen unos milagros exponencialmente más asombrosos y sacan gente hasta de donde no la hay y la gente ni se plantea el comenzar a adorarlos.
Volvamos al evento. Un millón doscientas mil personas esperan la medianoche mientras en ambos extremos de la playa se maceran los fuegos artificiales. Tras un huevo de años de dominio aplastante popular en la ciudad de las Palmas, una alcaldesa nefasta y un montón de escándalos inmobiliarios y de todo tipo están haciendo tambalearse los cimientos de dicha hegemonía y se están viendo con el culo al aire. Como el populacho español es de los más inteligentes de Europa y de los que mejor recuerdan, el ayuntamiento ha decidido tirar la casa por la ventana y organizar los más mejores fuegos artificiales de la historia, algo que recordarán los votantes el año que viene puesto que tienden a olvidar las cosas malas y solo se acuerdan de las buenas. Después me dicen a mí que no es un país de borregos. Los hay por millones.
Dos minutos antes de la medianoche me quito la ropa y me preparo para el baño. A la hora en punto salgo cual cabra que tira para el monte hacia el agua y me doy el chapuzón correspondiente acompañado de los conjuros y hechizos de rigor. El agua estaba calentita, calentita. Supongo que con tantos millones de personas meando a la misma vez no hay océano atlántico que se resista. Salí del agua y durante los siguientes treinta minutos disfrutamos de un espectáculo precioso y que encima estaba duplicado.
Una vez terminó decidimos no ir a los conciertos que había en ciertos puntos de la ciudad y optamos por la charla distendida de un grupo formado por dos españoles, una brasileña y una húngara. Luego dirán que mi círculo de amistades no es lo suficientemente internacional.
Llegué a casa a las cuatro de la mañana y a las nueve estaba en pié y una hora más tarde tirado en la playa aprovechando el sol del último día …