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  • El caos dentro del orden

    28 de mayo de 2006

    Ya sé que soy extraño y que me fijo en cosas que a los demás les pasan desapercibidas. Seguramente tendrá algo que ver el que me alimentaron con el preparado lácteo Millac cuando era pequeño, esa pseudo leche que se consumía masivamente en las Canarias y que nos atrofió a todos. A unos los hizo chandaleros, a otras pencas, a otros directamente gilipollas y a mí me convirtió en Pedro Sartén. Las Canarias se me quedaron pequeñas muy pronto. Tuvo mucho que ver el haber conocido el mundo desde pequeño, esos dos veranos en los Estados Unidos, las vacaciones en Galicia, en Madrid o en Barcelona y los amigos en Alemania y la península. Pronto supe que en Gran Canaria no había sitio para mí, al menos no el que yo quería y esa certeza provocó la chispa que produjo el trabajo en los Países Bajos y mi emigración a estas tierras bárbaras del norte.

    Y aquí ando, disfrutando como un enano con todo lo que sucede a mi alrededor. No hay dos semanas iguales y no tengo tiempo para el aburrimiento. Cada siete días forman un capítulo de un libro alucinante en el que se escriben cosas asombrosas. Este último capítulo ha sido el de la cena con mis amigos sudafricanos, el de la lluvia imparable y la estancia en Kamerik cocinando para mis amigos y acabando a las tres de la mañana en el jardín fumando un puro mientras un hornillo nos calentaba. También ha sido el del rodaje de televisión del que quizás hable uno de estos días y el del Zeskamp, evento del que hablaré y profusamente en la semana entrante. Igual hasta me animo y pongo alguna foto, si es que salió alguna bien, que no las he tomado yo y aún no he comprobado el resultado. He llegado al domingo tan cansado que mañana tendré que esconderme en algún rincón de mi empresa y tratar de recuperarme, ya que tengo cena con mi jefe y su novia y tendré que dar lo mejor de mí mismo ya que se espera mucho de mí. La semana entrante se prevé tan caótica como la que nos deja hoy. Seguro que el gran Dios proveerá.

    El agotamiento me puede pero me gustaría reflexionar hoy sobre el caos y el orden. Partiendo del mismo material genético la sociedad nos moldea a su antojo y creamos sociedades distintas. Algo que siempre me llama la atención en Holanda es el movimiento de masas. En España cuando te mueves por una zona muy concurrida siempre hay contacto físico. Vas al mercado y la gente te toca, te empuja, te aparta y a nadie parece importarle. Es una sociedad en la que se busca de alguna forma esa invasión de la privacidad, ese asalto físico a nuestro cuerpo, el continente del alma. En los Países Bajos sucede exactamente lo contrario. Los sábados me gusta ir al centro de la ciudad y pasear cambiando de rumbo aleatoriamente. Nadie tropieza conmigo. La gente se aparta, te esquiva, te evita y de ninguna forma o manera llegas a tocar a nadie, salvo que sea para una transacción económica. Hay ocasiones en las que me quedo quieto en medio de la multitud, cierro los ojos y los noto pasando a mi alrededor como fantasmas, siguiendo rutas que jamás se cruzan. Al principio me resultaba extraño y echaba de menos algo aunque no sabía muy bien qué era y después de un par de años me di cuenta que lo que me resultaba anómalo era la falta de contacto humano, la palmada en la espalda, el abrazo, el roce casual. Para subsanarlo eduqué a mis amigos y conocidos, pervertí su programación social y la modifiqué para que me consideren una excepción. Ahora la gente nos ve y se asombra porque nos abrazamos, nos rozamos y además del contacto visual emulamos aquel que yo adquirí por nacimiento en un país latino. Algunos días en el tren o en la calle rozo a alguien, pongo una mano en un hombro, empujo suavemente y siempre noto la cara de sorpresa de la persona que recibe dicho trato. Se alteran y sienten tremendamente incómodos. A mi amigo el Rubio le tomó meses comprender el por qué nos tenemos que abrazar cuando nos vemos. Al principio se quedaba quieto, completamente en tensión y me decía que lo hiciera rápido. Ahora a veces se me olvida y me detiene y me recuerda que se me está olvidando algo. Lo mismo sucede con su mujer. El otro día estaba en su casa y llegó su madre y cuando nos despedíamos la mujer se quedó pasmada cuando nos vio despidiéndonos. Le preguntó a su hijo por qué a ella nunca la abrazaba y a mi sí. Algo tan latino, tan habitual en nuestra cultura aquí se convierte en un suceso extraordinario.

  • Molino de viento De Eendracht en el club de las 500

    28 de mayo de 2006
    Molino de viento De Eendracht en Weesp

    Molino de viento De Eendracht, originally uploaded by sulaco_rm.

    La primera de las fotos de molinos de viento en llegar al club de las 500 ha sido esta. Espero que mejore el tiempo pronto para poder darme un paseo por los alrededores del mismo y hacerle algunas fotos nuevas que siempre he tenido especial debilidad por este molino.

    Technorati Tags: fotos, molinos de viento, Holanda, windmill, windmolen

  • Albóndigas en salsa

    27 de mayo de 2006
    albondigas-en-salsa_9756795822_o

    Hoy no tengo el cuerpo como para muchos trotes, o más bien no tengo la cabeza en su sitio así que tiraremos de la socorrida sección de cocinillas y dejaremos para otro día el relato de lo que ha sucedido en este largo puente de Mayo.

    No sé si será la alteración producida por la primavera o qué pero llevo un tiempillo probando nuevas recetas, planeando platos para cocinar y en definitiva, disfrutando en la cocina. Esta semana me arriesgué con un plato clásico que revisité después de encontrar su receta en uno de los libros de cocina que tengo (y que ando leyendo). Se trata de las albóndigas en salsa. Yo de siempre he sido fans de las albóndigas. Me encantan. Cuando mi madre las cocina me empacho y me pongo como un cerdo. es uno de los platos que más me gustan. Sin embargo nunca había sido muy bueno cocinándolas, hasta ahora. He encontrado una receta exótica y que al mismo tiempo es muy fácil de hacer. Esta semana las he cocinado dos veces. Una en mi casa para probar y depurar las instrucciones y la segunda vez fue ayer en casa de mi amigo el Rubio, en donde cociné para él y su esposa. Sin más preámbulos vayamos a por la receta.

    Los ingredientes: 500 gr. de carne picada, 3 cucharadas de pan rallado, 3 dientes de ajo, 3 yemas de huevo, sal, pimienta negra, un poco de cáscara de limón, 2 cebollas, 2 pimientos rojos, mantequilla, tomate triturado, aceite de oliva, harina y pimienta de cayena.

    La implementación: Primero decir que con estas cantidades saldrán unas dieciocho albóndigas, suficiente para alimentar a tres. El tiempo total de preparación yo diría que es de alrededor de una hora, aunque no todo el tiempo cocinando. Lo primero es servirte una cerveza y que tus amigos se sienten en la cocina a hablar. Después mezcla la carne picada con el pan rallado, las yemas de huevo. Añade el ajo después de pasarlo por la prensa de ajo y también la cáscara de limón cortadita muy fina (Una variedad que no he probado aún pero que haré sería el dividir la masa en dos antes de poner el limón y a una mitad echarle la cáscara de limón y a la otra cáscara de naranja. Así saldrían albóndigas con dos sabores. Con todo mezclado, salpimentar y dejar reposando.

    Después de este trabajillo uno se puede tomar un descanso y continuar con la conversación mientras el olor a ajo lo envuelve todo. Cuando queráis seguir se pelan las cebollas y se pica fina. Lo mismo con el pimiento rojo. En un caldero (o una sartén grande) se echa mantequilla y rehogamos la cebolla hasta que esté blanda. Después se añaden los pimientos y el tomate triturado (yo puse como 300 ml. de tomate) y se deja rehogando a fuego medio durante unos veinte minutos. De cuando en cuando le añades agua si ves que se está quedando muy seco.

    Mientras esto se cocina calienta aceite en una sartén pequeña para freír las albóndigas. Haz las albóndigas del tamaño de una nuez con la masa de carne. Pásalas por harina y fríelas en la sartén (unos 8 minutos más o menos). yo comienzo con cuatro, después pongo unas pocas más y así sucesivamente hasta que están todas hechas. Cuando las vas sacando las puedes poner a escurrir el aceite sobre papel de cocina.

    Antes de juntarlas con la salsa, salpimenta la salsa y ponle un poco de pimienta de cayena. Añade las albóndigas, mezcla bien y sirve. Se puede acompañar de arroz, ensalada o papas al horno, por ejemplo papas pequeñas cortadas por la mitad y cocinadas con su piel.

    La receta es simple y efectiva. Al ponerles tanto ajo las albóndigas tendrán un fuerte sabor al mismo resaltado con toques de limón bastante curiosos. La salsa de cebolla y pimiento está deliciosa. Es uno de esos platos en los que tienes que coger pan y rebañarlo hasta dejarlo limpio como una patena.

    Si quieres ver otras recetas que he cocinado puedes ir al índice de Mi pequeño libro de recetas de cocina y allí tienes la lista completa

  • Allanamiento de morada

    26 de mayo de 2006

    Una luz se apaga en una ventana y el edificio pierde consistencia y desaparece tragado por una bruma otoñal que gusta de abrazarlo todo y desdibujar los perfiles. En la calle un perro ladra y el sonido de sus ladridos llega con eco solo acompañado por las pisadas de una mujer que camina sola en la noche. Por el sonido de sus pisadas se deduce que lleva zapatos de tacón de aguja. Es un martilleo seco y consistente que todos hemos oído en alguna ocasión y que nos trae a la memoria recuerdos de grandes actrices del pasado, devoradoras de hombres en blanco y negro que hacían y deshacían en el mundo sin que ningún hombre pudiera evitarlo. El ruido se aleja de donde me encuentro, difuminándose lentamente. Es muy tarde y no quiero testigos que vean lo que voy a hacer.

    Finalmente el silencio vuelve a reinar. A lo lejos escucho algo que posiblemente sea una pelea de gatos, los príncipes de la noche, esos animales que gustan de pasear en las calles cuando todos se retiran y que de cuando en cuando luchan por un rincón, o por algo de comida o por una buena hembra.

    Miro hacia la casa. Sé que está vacía. Se fueron por la mañana. He estado todo el día controlándola discretamente, sentado en una cafetería, comiendo en el restaurante que está cerca, paseando descuidadamente por los alrededores, siempre tratando que nadie repare en mí y que me recuerden en el futuro. Tendré que luchar con la alarma pero no me asusta porque conozco la clave. Siempre usan los mismos cuatro dígitos para todo. Se rodean de medidas de seguridad y después no saben como usarlas. Cada uno debería tener su propia clave secreta e intransferible, algo que nos permitiera una identificación unívoca. El mundo sería otro. Por suerte no es así.

    Salté la valla del jardín y fui a la parte posterior. Allí podría trabajar tranquilamente. Las luces del jardín estaban encendidas señalando el pequeño camino que serpenteaba entre la hierba y las plantas. La puerta trasera no es tan recia como la delantera. Resulta paradójico que de cara a la calle pongan una buena puerta y en la parte posterior no se preocupen igualmente por su seguridad. Es una de esas puertas con una gran ventana en el medio. No me tomó mucho acabar con la cerradura. Los años de experiencia con un juego de ganzúas han servido para algo. Al abrir la puerta la alarma comenzó a pitar, avisando que tenía unos segundos para neutralizarla. Fui al panel de control y puse el código. Un pitido largo sentenció mi acción y se quedó en silencio. En la pantalla se podía leer que el sistema estaba desactivado. No pude resistir la tentación y cambié la clave poniendo una que ellos seguro que no conocían. Me imaginé las caras que pondrían al volver e intentar apagar el sistema. Una lástima no poder estar allí para verlo. También sería divertido el saber que al mismo tiempo que fallaban el sistema avisaría a la policía y tendrían que explicarles que ellos no estaban tratando de robar su propio domicilio.

    Subí a la planta alta con una sonrisa tonta en la boca imaginando la escena. Fui directamente al dormitorio principal. Aunque nunca había estado allí dentro conocía de memoria el plano del edificio. Me sorprendió un poco la forma en la que lo tenían decorado, muy decadente, con muchos objetos colgando y reposando de cualquier rincón que se prestara. Aquello debía ser una pesadilla para la persona que se encarga de limpiar. No encendí las luces por si alguien pasaba por la calle y miraba o alguno de los vecinos se desvelaba y salía a coger el fresco a la ventana. Llevaba un pequeño puntero con un led que produce una luz blanca. Busqué el pequeño cuarto que sirve de vestidor. Cerré la puerta y encendí la luz. No había ventanas así que era seguro. No me costó nada encontrar la caja fuerte. Estaba en un rincón, delicadamente cubierta por sábanas bien dobladas. Las puse a un lado y me agaché. No tenía una rueda de esas con números como las que se ven en las películas. El teclado era como el de los teléfonos baratos que hay siempre en los hoteles y en la pequeña pantalla se podían ver los dígitos. Volví a usar la misma clave que había desactivado la alarma y de nuevo se produjo la magia. El ruido de una cerradura desbloqueándose me lo confirmó. Mis pupilas se agrandaron mientras abría la puerta de la caja para buscar mi objetivo.

    Esta historia continúa en Una caja de ébano

    Technorati Tags: relatos

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