Hoy venía andando desde el cine pensando sobre algo que escribir y lo único que me venía a la cabeza eran pensamientos sueltos, reflexiones sin hilo ni argumento, así que me temo que no habrá una historia. Tampoco me apetece hablar de cine, aunque tengo cuatro películas por comentar, pero están en mi vivero, macerándose, esperando el momento para salir. Mientras caminaba, distraído con los sonidos y los olores de mi ciudad, me dio por pensar en los contadores de historias, los antiguos juglares que recorrían pueblos y caminos parando en cualquier lugar y conseguían vivir sus vidas sólo con su encanto para encandilar a su audiencia. Eso se ha perdido. Llegaron los medios de comunicación y los mataron. La información se popularizó, la tecnología la puso en cada casa y aquellos hombres y mujeres que echaban su vida sólo para arrancar una perdida emoción de alguien en su audiencia se fueron, se convirtieron en historia.
Con la tele y la radio, a los narradores no les quedó más remedio que volverse humoristas. Se reconvirtieron para sobrevivir. En una sociedad que no te da más de cinco minutos de gloria, tuvieron que pelear como fieras por un puesto en el Olimpo catódico. Lo malo no es alcanzarlo, sino mantenerse. ¿Os habéis parado a pensar en la cantidad de humoristas que hemos visto alguna vez por la tele y de los que nunca más se supo? A veces, años más tarde nos enteramos que han muerto, que acabaron sus días enterrados en un nicho frío y húmedo sin que nadie hablara de ellos, salvo cuando han muerto. Es en ese momento cuando una pequeña luz se enciende en los cerebros de los crueles espectadores, lo recuerdan por un instante y sin haber terminado de saborear el café que se están tomando ya los han olvidado nuevamente.
Internet parece estar enterrando la tele y la radio. Ahora uno escucha lo que quiere y cuando quiere. Tenemos una vasta tela de araña envolviendo nuestras vidas en la que colgamos nuestras fotos, nuestros sueños, nuestras vidas y sobre la que caminamos para ver/oir/hablar con nuestros amigos, gente que en ocasiones no son más que letras que surgen en la pantalla de nuestros programas de mensajería. Encontramos almas afines y nos fundimos con ellas sin importarnos el aspecto físico, sin mirar la clase social o la edad. Bailamos juntos en una red etérea que nos abraza y nos acuna mientras estamos en ella. Contamos nuestras vidas sin recato alguno, compartimos sentimientos con gente que puede estar a miles de kilómetros de nosotros pero que sentimos físicamente a nuestro lado, apoyando sus manos en nuestros cansados hombros para conformarnos. Algunos se limitan a devorar todo este contenido caótico que se multiplica a cada segundo y que los entes económicos aún no han conseguido dominar y rentabilizar de una manera óptima. Son estas personas, las que están escondidos hay detrás, entrando furtivamente en páginas a las que han llegado gracias a infinitas permutaciones del azar los que animan a los otros a seguir, los que con su aliento, con su iteración, su perseverancia al volver cada día buscando más nos dicen que aunque ya no haya juglares, hay algo nuevo, algo que aún no ha terminado de definirse, una nueva raza de contadores de cuentos, cuentos a veces siderales, a veces medievales, a veces reales, pero que no son nada más que cuentos.
Y los que estamos jugando en esta red y lanzando a la misma estas pequeñas perlas, muchas veces adornadas con faltas ortográficas, casi siempre mal compuestas y sin novio, seguimos sorprendiéndonos al saber que hay alguien ahí detrás, alguien que quiere leer nuestros desvaríos, que suelta una carcajada o una lágrima y se sorprende porque ha llegado a creer en lo que leía, alguien que si se para a pensar o si le preguntáis os dirá que todo esto es una farsa y nada más que un entretenimiento barato, pero que a escondidas, a solas en la oscuridad, sigue buscando en los destellos de su monitor esas pequeñas historias sin ton ni son, esas argumentaciones imposibles que caen por si mismas pero que están ahí, para recordarnos que debemos creer en los demás, que pase lo que pase, hagamos lo que hagamos, somos animales gregarios y por más que quieran intentar dominarnos, somos maravillosamente imprevisibles y capaces de hacer las cosas más absurdas.
Y vosotros, ese pequeño grupo que escucha a este descerebrado, a este mediocre contador de historias, vosotros sois los que aportáis el combustible que mueve esta casa. Espero que no perdáis la fe.
Creed.