Distorsiones

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    4 de abril de 2005

    La semana pasada transcurrió en gran parte con el relato sobre el viaje a la península arábiga. Todas las anotaciones de ese viaje están agrupadas en una categoría creada a tal efecto, Arabian Tour 2005. El índice global del viaje se encuentra en la anotación Arabian Tour – Indicey después siguen el resto de anotaciones: Comienzo del viaje, Arabia Saudita, Qatar primera parte, Qatar segunda parte, Omán primera parte – llegada a Moscate, Omán Segunda parte – Camino de Sur y  Omán tercera parte – Sur que es la última de las anotaciones publicadas. Aparte de este empacho de viajes, tenemos un par de cosillas sueltas. En la categoría de Folclore Nórdico he colgado una nueva foto de setas en Más setas en el bosque y seguimos asombrándonos con las cosas de los neerlandeses en Academia de rácanos.

    Finalmente, ya casi he completado la serie Arquitectura Efímera, basada en los títulos de las canciones del álbum con dicho nombre. Como todos sabéis, siendo especial predilección por estos cuentos cortos y hasta el momento estoy muy satisfecho de como ha quedado la serie. El arte de decir que no es el nombre de la historia.

    Y esto es todo. Durante la semana que viene seguiremos con el relato del viaje a Omán e intercalaré algunas cosillas sueltas. Espero con ansia esos regalos que siempre me han animado a seguir adelante. Os recuerdo que la lista de cosas que ansío la podéis encontrar en:

    • Wishlist en Amazon UK
    • Wishlist en Amazon USA
  • Omán tercera parte - Sur

    3 de abril de 2005
    Arabian Tour 2005

    Ya llevamos siete días contando la historia de este viaje. Si quieres seguir el orden de lectura apropiado, deberías retroceder a Comienzo del viaje y después continuar con Arabia Saudita, Qatar primera y segunda parte, para alcanzar Omán, del que ya se han publicado los capítulos Moscate y Camino de Sur. Aún queda mucho por contar, así que quizás deberías mirar los episodios anteriores antes de continuar leyendo si aún no lo has hecho.

    El lugar en el que me encuentro y sobre el que hablaré en las anotaciones sucesivas está en las cercanías. No puedo desvelar su nombre así como no puedo desvelar su función. Me siento como Mayra Gomez-Kemp en el 1, 2, 3. …. y hasta aquí puedo leer.

    Sólo diré que me siento como un alemán en las pelis de Nazis, o como alguno de esos británicos en pelis de África. Aquí dentro hay un montón de gente, cerca de seis mil trabajadores. Casi todos se quedan dentro del complejo las 24 horas del día. Las mujeres son las únicas que se van por la tarde. Son todas del pueblo que está cerca. No se les permite quedarse en el Hotel contenedor ?campamento??, eufemístico nombre por el que se conocen los barracones en los que dormimos (A propósito, podéis hacer clic en la foto para verla en grande). Hay diferentes grupos de barracones, según las clases. Están los Senior, los Junior, los Contractors y finalmente Local staff. En cristiano serían los Gerentes, los cargos medios, las subcontratas y la tropa. Yo pensaba que pertenecía al grupo de Subcontratas, pero parece que pertenezco al grupo de los cargos medios, que a todos los efectos es similar al de los gerentes, de hecho, compartimos cantina y bares con ellos. Los otros se deben quedar en algún otro sitio, hacinados me imagino, porque aquí, por si aún no lo habéis captado, hay esclavitud encubierta. Todo este país, como todos los del golfo Pérsico funcionan a base de los esclavos que importan de Asia. Una esclavitud relativa, pero esclavos al fin y al cabo. En nuestro comedor no pueden entrar hindúes ni similares, que han de comer en un comedor aparte. En nuestro campamento tienen también prohibida la entrada. Pueden hablar con nosotros, pero nosotros podemos ignorarlos u ordenarles lo que se nos ocurra. De todo esto me he enterado a través del hombre con el que voy a trabajar, un holandés que me ha dicho que está asqueado de este país, que esto es la edad media en el siglo XXI. No hay nada que podamos hacer para cambiarlo, salvo tratar en la medida de lo posible de ser amables y respetar a toda esa pobre gente que tiene unos sueldos miserables y se desloma por sacar este país adelante. Hay profesiones de lo más variadas aquí, trabajos que en Europa serían inadmisibles. Hay un tipo cuya única misión es hacerte el café y traértelo a la mesa. El hombre va vestido como un camarero de un restaurante de lujo. Permanece encerrado en el cuarto de la cafetera hasta que alguien lo llama. Entonces va, lleva el café que se le ha pedido y vuelve a su cuarto, un espacio de dos por dos sin ventanas en el que está encerrado. Hay una mujer que no sé muy bien que hace, pero que da lástima. Está en un rincón, como castigada. Los japoneses son unos cabrones con esta gente y los tratan al trapo. Lanzan órdenes directas y esperan que las ejecuten inmediatamente. Por lo que me han contado, llamar hijosdeputa a estos amarillos es quedarse corto.

    En realidad no he hecho nada porque llegamos tarde. Me han tenido toda la tarde sentado escribiendo todo esto y mirando alrededor, más que nada para hacerme una composición de lugar. Las reglas del lugar son curiosas. Está prohibido silbar, está prohibido decir palabrotas, está prohibido hacer ruido, sobre todo después de las diez de la noche, no se permite tener comida en los barracones ni dispositivos de ningún tipo para cocinar, actos que se consideran hostiles y que conllevan la expulsión directa de las instalaciones. Lo mismo sucede con quien sea pillado ?obrando?? en cualquier lugar que no sea un baño (Para aquellos que desconozcan el término obrar, favor de sustituir la palabra por cagar). La expresión que usan es ?Will be removed from the Camp?? que yo traduciré libremente por ?será removido del campamento??. No se pueden apagar cigarrillos en el suelo, no se puede cambiar de barracón sin permiso escrito de la administración, no se puede realizar contrabando de substancias ilegales en el sultanato, ni se puede socializar en la cantina, que es un lugar estrictamente para comer.

    En el comedor se puede elegir entre tres tipos de comida. Japonesa, Europea e Hindú. La hindú es picante, la japonesa pues a su estilo, aunque nada parecido a lo que se come en los restaurantes que pululan por doquier en Europa y la Europea aunque jamás la había visto parece la más normal. Por lo que me han dicho de la hindú, es como fuego de picante. Ya lo intentaré otro día, que tampoco me quiero abrasar la garganta por la noche, que no tengo ni idea de si se puede beber el agua del grifo y no pienso averiguarlo. De mi barracón he hecho fotos, que subiré algún día de estos. RetreteEl baño es de película, como podéis ver en la foto que he puesto (haced clic para verla en grande). Hay varios que leen esto que se morirían sin jiñar en este recinto. Me han dicho que hay gente que lleva viviendo aquí siete años en estas condiciones. Yo creo que no sobreviviría al primer mes. En el comedor habían un montón de moscas, pero nadie parece notarlas y por lo que me han dicho, hay que preocuparse más de los comedores sin moscas. He visto a más de un camarero con tres o cuatro al hombro, como si fueran piratas con sus loros y de hecho, las putas moscas son del tamaño de nueces, que las cabronas están super bien alimentadas. Aún no he visto un solo perro o gato en este país, así que me temo que la vida para las mascotas domésticas en estas tierras sea muy difícil sino imposible.

    Después de cenar y de escribir un rato mi diario había quedado con el colega holandés al que he venido a ayudar en el bar del campamento. Junto al bar hay pistas de tenis, de squash y una piscina. Todos estos equipamientos están disponibles para los V.I.P cada día de seis a diez de la noche. Los hindúes, siguiendo la norma de la casa, juegan al fútbol fuera del campamento en un campo de tierra que se han montado ellos mismos. Cuando entré en el bar estaban poniendo partido de fútbol de la Premier league y unos cuantos ingleses lo miraban atentamente. En una mesa habían tres japoneses, incluyendo el que había venido conmigo en el viaje al campamento. Me acerqué a saludarlo. El otro era el jefe de administración de la obra, otro gerifalte. Hablé un poco con ellos y todos se pelearon por pagarme mi primera cerveza. Me senté por allí a mirar la gente y un poco el partido. En esas entró otro amarillo y empezaron todos a agitar las cabezas. A mí eso me da un montón de miedo, porque el cuello humano no está hecho para esos tremendos cabezones y esta gente se empeña en menearla como si de una coctelera se tratara. Estoy seguro que tienen infinidad de problemas de cuello por culpa de eso. Además, cuando están agitándolas levantan unas ventoleras horrorosas. Yo siempre me acuerdo de esas pobres madres que tienen que parir esos hijos cabezudos. Supongo que los echarán en cuclillas para que la gravedad ayude algo, porque si no, no veo por donde les pueden salir. Cuando llegó mi colega se quedó asombrado de ver a los asiáticos en el bar. Según él, era la primera vez en las 6 semanas que llevaba trabajando en este sitio. Aún se asombró más cuando le dije que me habían pagado la copa y cuando mi japonés vino en persona a presentarse y decirle que habíamos venido juntos al campamento. El hombre no se lo podía creer. Pero es que un poco más tarde, otro de los japoneses, picado porque me habían pagado la copa, vino e invitó a toda la barra a cerveza y finalmente extendió la invitación a todos los que estábamos en el bar, que éramos unos diez sin contarlos a ellos. Eso fue el acabose. Para que después haya gente que dude de mi capacidad de obrar milagros. El que regaló las bebidas fue el jefe de administración. Lo mejor de los japoneses es que te pagan las bebidas y no hay que darles coba. Eso me gusta.

    Los japoneses siguieron privando cerveza como locos y meneando los cabezones en su mesa mientras nosotros bebíamos a costa de ellos. Más tarde me fui a mi contenedor-vivienda y caí muerto en la cama.

    El relato continúa en Omán cuarta parte – Sur

  • Omán Segunda parte - Camino de Sur

    2 de abril de 2005
    Arabian Tour 2005

    Ya llevamos seis días contando la historia de este viaje. Si quieres seguir el orden de lectura apropiado, deberías retroceder a Comienzo del viaje y después continuar con Arabia Saudita, Qatar primera y segunda parte, para alcanzar Omán, del que ya se han publicado el capítulo Moscate. Aún queda mucho por contar, así que quizás deberías mirar los episodios anteriores antes de continuar leyendo si aún no lo has hecho.

    El segundo día es el día en el que me transportan finalmente al lugar en el que voy a trabajar. Alguien me tiene que recoger por la mañana para ir a ese sitio, ubicado en Sur, una localidad en la parte más al este de la península arábiga. El colega aparece con quince minutos de retraso, aunque ya empiezo a estar acostumbrado a las esperas así que ni me inmuto. Mientras permanezco en la recepción, no dejan de bajar manadas de hindúes que se van del hotel. A los hindúes les retienen el pasaporte en recepción y no se lo dan hasta que han hecho el Checkout (ya no me acuerdo de la palabra en español, así que si alguien tiene a bien iluminarme, lo agradeceré). Los tratan a patadas, arrinconándolos a un lado del mostrador y torturándolos negándoles el pasaporte. Esto que en Europa sería indignante, visto lo que he visto hasta ahora, no me extraña nada. Aunque en teoría la esclavitud no existe, me pregunto cuales son los ?derechos?? reales que tiene esta gente, si es que tienen alguno. Entre medias de todos los hindúes bajan dos mujeres, indias también. Parece ser que el tío les quiere cobrar y ellas no están dispuestas a pagar, porque quien las contrata lo debe hacer. Empieza el típico festival de gritos, todo muy correcto, sin decirse palabrotas, pero a grito pelado. Tras el forcejeo, llaman a alguien que habla con el conserje. Después esa misma persona habla con una de las mujeres por teléfono y finalmente vuelve a hablar con el conserje. De todo esto salió que las mujeres han de pagar la estancia de una de ellas, que aparentemente no era esperada y se hospedó en la habitación de la otra.

    Cuando llega mi transportista, es uno de estos con chilaba blanca hasta los dedos de los pies y con un gorrito pequeño que empiezo a asociar con los folclóricos locales. Los de Arabia Saudita y Qatar se dan más al trapo de cocina para cubrirse la cabeza. Esta gente prefiere esos pequeños gorros que les dan más pinta de turcos, pero que quedan mejor. Los gorros tienen intrincados dibujos bordados, que imagino significarán algo, pero que no creo que pregunte. El tipo que me recoge es de natural callado, sobre todo porque casi no habla inglés. Me dice que tenemos que ir al aeropuerto a recoger a alguien que viene con nosotros. Ese alguien resulta ser un japonés muy simpático que llega desde Italia. El hombre ha pasado toda la noche viajando, pero aún así está fresco como una lechuga. Cuando ya estamos todos comenzamos nuestro viaje a Sur, unos trescientos sesenta kilómetros y cinco horas de carretera, según me cuenta el japo. Resulta que el tío es un gerifalte de la compañía que está construyendo el complejo al que vamos, que por culpa de la clausula de confidencialidad de mi empresa no citaré. El hombre habla bastante (aunque yo le entiendo a medias y el chofer directamente no le entiende). Me cuenta que viene todos los meses para un par de días de reuniones y que suele ir también por otros países europeos. Un trabajo de esos es lo que me molaría a mí, corriendo por esos mundos de Dios y durmiendo en aviones. Ese tipo de trabajos siempre les tocan a otros . El japonés me regaló también un montón de cupones que según él se usan para comprar alcohol en la cantina del campamento, o algo parecido. Yo por si acaso los cogí y no le hice el feo.

    El hombre me pone un poco al día de la cultura del país. Resulta que el sitio al que vamos es en donde supuestamente Gulliver comenzó alguno de sus famosos viajes. Es un lugar que ha sido puerto durante más de mil años y que recientemente se ha enganchado a la ola del progreso, tratando incluso de promocionarse como destino turístico. Como supongo que os imagináis, el viaje por carretera es espectacular y tedioso. En realidad fueron seis horas, en las que me cansé de ver montañas totalmente desoladas y páramos en los que raramente crece algún arbusto. Ya comienzo a acostumbrarme a la forma de conducir de esta gente, una conducción sin reglas que provoca más de un susto. También comienzo a captar algunas de las normas locales. Cuando el coche que viene de frente te pica las luces te está avisando que hay camellos, burros o cabras cruzando la carretera o muy próximos a ella. Cuando eres tú el que los ves frente a ti, pones las luces de emergencia para que los coches de atrás lo sepan. Según parece, lo del atropello de camellos es de lo peorcito que te puede pasar. Los coches no suelen tomárselo muy bien y no es agradable quedarte tirado en el medio de la nada con estos calores, si es que sobrevives al accidente. Hoy si que ha hecho calor. Ya en el aeropuerto había más de treinta grados y la cosa ha ido a peor. Por la carretera que hemos seguido, la única que hay asfaltada y que discurre tierra adentro, debemos haber estado rondando los cuarenta. El aire acondicionado del todoterreno no daba para más. El conductor cerró la entrada de aire de fuera y refrigeraba el aire del interior, pero así y todo aquello era un horno. Después de poco más de dos horas paramos para que el chofer se fumara un pitillo. Nos dejó solos en el coche, con el aire acondicionado a todo meter. Paró en una especie de pueblo que surgió a mitad de camino, un lugar que debe vivir única y exclusivamente de los coches y autobuses que se detienen allí. De la nada apareció un viejo feo como el solo. Tenía los pocos dientes que le quedaban negros y dislocados. Su piel estaba más arrugada que una pasa y su sonrisa, más que amigable, era siniestra. Es el primero que veo que tiene la chilaba un poco sucia. Llevaba un trapo mugriento que agitaba continuamente. El viejo renqueó hasta el coche y se puso a quitar el polvo, pero solo en las partes que estaban más limpias. Nos miraba sonriendo y agitaba la mano. El japonés me dijo que esta era la primera vez que veía algo semejante y que lo mejor era poner los seguros e ignorarlo. Unos hombres que estaban más adelante le gritaron algo, pero él ni caso. Siguió quitando el polvo de las ventanas. Para ayudar la faena, se secaba el sudor con el trapo y después aprovechaba esa humedad para limpiar, con lo que conseguía transferir toda la mierda a su frente y todo el sudor a nuestros cristales. Era algo tan obsceno y horroroso que no podía dejar de mirarlo. El conductor apareció cuando el viejo estaba en medio de la faena y lo espantó a hostias. El tío se quedó quieto delante del coche y nuestro conductor le hizo un gesto para que se hiciera a un lado o nos lo llevábamos en el radiador como un mosquito. El hombre a regañadientes se quitó. Después de eso siguieron más de tres horas entre dunas, montañas, cabras, burros y camellos. Este año es que llevo el agua conmigo a todas partes y parece que un par de días antes de que llegara se abrieron los cielos y cayó toda el agua que esta gente espera para todo el año. El resultado son barranqueras corriendo que cruzan alegremente la carretera. También se ve algo de verde en las laderas, ya que las plantas aprovechan esta tregua para completar su ciclo en un par de semanas. Las cabras, burros y camellos hacen su agosto comiendo todo lo que pueden. Esto es lo que en Europa se llama el tiempo de las ?vacas gordas??.

    Cuando llegamos a Sur ya era muy tarde para que poder hacer el curso de seguridad que tengo que seguir antes de empezar a trabajar, así que el japo me dijo que mejor comíamos algo y sugirió un Pizza Hut. He cruzado miles de kilómetros, he corrido por las dunas, por las barranqueras, por la morería, para acabar en un Pizza Hut regentado por hindúes. En fin, que le vamos a hacer. El tío me dijo que ha tenido muy malas experiencias con la comida local y que no quería arriesgarse a pasarse tres días a base de diarreas. Ya tendré tiempo de arriesgarme por mi cuenta. Como soy la élite, yo pagué la comida, con unos precios de puta risa. El japonés agitaba la cabeza que se volvía loco y me decía que cogiera su dinero, pero le expliqué que si mancilla mi honor tendría que matarle y eso lo aplacó un poco. Total, al final mi compañía me devuelve la pasta y todos contentos.

    Después de eso, para ir a nuestro destino, el japo le dijo al conductor que me diera un paseo por la zona para enseñarme el pueblo, así que me he hecho un recorrido turístico por Sur. Tampoco es que haya mucho que ver. Hay una playa, totalmente vacía salvo por dos turistas, hay unos cuantos bares y Coffee Shops y hay muchos negocios con nombres exóticos que no se sabe muy bien qué servicios proporcionan. Y también hay mucho hindú y moros por doquier. Cuando íbamos por la carretera pasamos junto a un chiquillo que andaba sin zapatos por la calzada. Por Dios, fuera deben haber cerca de los cuarenta grados y posiblemente el suelo está a cincuenta grados y el chiquillo caminaba por allí como si nada.

    Así llegué al lugar en el que tengo que trabajar los próximos días.

    El relato continúa en Omán tercera parte – Sur

  • El arte de decir que no

    2 de abril de 2005
    El arte de decir que no

    Al cruzar el pórtico retrocedí mil años. El aroma del incienso me cubrió completamente, despertando recuerdos dormidos desde siempre. La multitud se movía bulliciosamente y yo me dejaba llevar por ellos. Imaginaba como debía ser cuando Aladino andaba por ese mismo callejón, portando su lámpara. Aladino y el genio, maravillándose con los exóticos productos que los vendedores voceaban continuamente. Todos me miraban con una amplia sonrisa y gesticulaban para que entrara en su tienda. Todos me veían como una fuente de ingresos, fuente apetitosa y fácil de engañar.

    Presentía que por esas mismas calles paseó Gulliver en alguno de sus viajes alrededor del mundo. Junto a mí podía sentir los fantasmas de todos los que en los últimos dos mil años habían estado allí. En aquel lugar el pasado se unía al presente y al futuro, formando una entidad única.

    La marea humana me llevó hacia un recoveco en el que un viejo vendía sus frutas. Sentado en el suelo, su cara ilustraba la historia del lugar. Un pellejo curtido por el sol y el calor, unas manos nudosas acostumbradas al trabajo duro, unos músculos sin grasa, preparados para tan duro ambiente. El hombre vestía una chilaba blanca, inmaculadamente blanca. A pesar de estar sentado en el suelo no se veía ni una sola mancha en su ropa, ni un atisbo de suciedad. Desplegó una enorme sonrisa al verme, una sonrisa que enseñaba sin complejos los vacíos entre sus dientes. Me enganchó con su sonrisa. A veces es tan fácil claudicar.

    Comenzó a ofrecerme todo tipo de frutas. Naranjas, mangos, aguacates, papayas. Yo gesticulaba diciendo que no, pero el no se rendía. Hablaba rápidamente, en árabe, seguramente alabando las bondades de sus productos. Yo no entendía nada y movía frenéticamente la cabeza, tratando de hacerle entender que no quería comprar fruta. El seguía repitiendo su letanía de forma infatigable. A mí no me gusta perder los papeles ni el sitio y el me estaba llevando a su campo de batalla. Me sentí impotente.

    En un descuido me agarró la mano. Ahora era oficialmente su prisionero. De vez en cuando chapurreaba alguna palabra en algo que parecía inglés, pero yo seguía sin entenderlo. Mientras me incitaba a comprar sus productos, mi mente flotaba hacia otros mundos, tratando de imaginar la cantidad de mentiras, traiciones y promesas vacías que se habían forjado en aquellas calles a lo largo de la historia. Yo solo era el penúltimo eslabón de una cadena que no tenía fin. El hombre debía ser uno de los fantasmas que moraban en aquel lugar y todos sabemos que es muy difícil tratar con fantasmas de oficio.

    Sentí que me sacudía la mano y volví a prestarle atención. Se estaba enfadando porque yo no reaccionaba. Es la forma en la que me defiendo. Un mecanismo de supervivencia como otro cualquiera. Cuando la batalla está perdida, me quedo quieto y espero a que acabe todo. Siempre me ha funcionado. No podía comunicarme con él, aunque eso no parecía detenerlo. Me gustaría poder decirle que no sin sentirme mal, pero eso es algo que no puedo hacer.

    Nadie nos prestaba atención. El mundo continuaba su cansina marcha y nosotros no éramos más que una pequeña grieta en el engranaje, un suspiro en un océano de vientos. Miré a los ojos al viejo y vi en ellos vida, pasión, historia, sufrimiento, rabia, odio. Vi tantas cosas que me asusté un poco. Decidí rendirme. Señalé al montón de aguacates que tenía y le indiqué tres con los dedos. La sonrisa del viejo se ensanchó hasta el infinito. Había vencido y lo sabía. Ya podía añadir una nueva muesca en su bandolera. Otro iluso que caía en sus garras. El hombre me los puso en la mano y los tuve que poner en una de las bolsas que llevaba. Me decía algo, repitiéndolo lentamente pero yo no lo entendía. Supongo que era el precio que tenía que pagar, pero yo no conseguía comprenderlo. Hacía grandes gestos. Supongo que quería que negociáramos el precio, pero yo no valgo para eso. Saqué un billete de mi cartera y se lo dí. En su cara vi que no estaba contento con mi actitud. ?l esperaba que yo participara en el juego del regateo, que alargara nuestro contacto y que gritara e hiciera como que me marchaba. Yo no hice nada de eso. Me quedé esperando a que me devolviera el cambio, si es que había algo que devolver. Negociar puede ser al final un maldito ejercicio, sobre todo cuando lo has de hacer con gente como yo, gente que no sabe como hacerlo.

    El hombre asumió que no iba a haber ningún regateo y entre murmullos y maldiciones metió la mano en el bolsillo y sacó un fajo de billetes. Escogió unos cuantos y me los dio. Yo dejé de existir para él en ese instante. Comenzó a buscar una nueva víctima.

    … el arte de decir que no de forma natural
    la ciencia del perfecto adiós, tajante y sin dudar …

    Para leer más historias de esta serie, haced clic en este enlace.

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