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  • Traviesas de la línea ferroviaria

    19 de mayo de 2021

    Sigo avanzando por el camino que en su día fue la línea ferroviaria de la muerte y en algunos puntos quedan algunas traviesas originales de la línea, las que pusieron los soldados presos y los esclavos mientras los japoneses, con su bondad tan absoluta, los torturaban y los mataban. Por aquí también se pueden ver algunos árboles que han encontrado su hueco en la zona por la que antes pasaba el tren. Por la izquierda se ven las rocas. Estos árboles no tienen muchas raíces y cuando hay temporales de viento y lluvia, siempre se caen unos cuantos, pero con la misma velocidad que caen, crece otro montón porque allí está lloviendo todo el tiempo y la temperatura es de treinta grados y aquello es como una incubadora para este tipo de vegetación.

  • Esa cosa tensional o así

    18 de mayo de 2021

    La semana pasada fui el protagonista de un drama dramático que igual comenzó antes sin yo enterarme. La primera vez que fui consciente del tema fue el martes por la tarde, cuando tenía un ligero pero intenso dolor de cabeza, algo que para vosotros los seres humanos superiores igual es normal pero para mí es altamente extraño, ya que la falta de neuronas tiene la ventaja de que es rarísimo que se produzca un dolor de cabeza, que al estar el cabezón vacío, hay más espacio para todas. El miércoles, cuando me desperté, tenía un vértigo del copón y levantar el cabezón en la cama era toda una aventura y el dolor de cabeza se transformó en algo continuo. Ahí comencé a tomarme una pastilla de paracetamol 500 por la mañana y una por la noche, como hacía desde que era imberbe. Esa noche, el vértigo aumentó y cuando hice las paradas técnicas en el trono mágicamente iluminado, levantarme de la cama era un suplicio por el vértigo. Por la mañana del jueves, volví a tomar un paracetamol y ya asumí que sucedía algo muy malo y truscolano conmigo y que definitivamente no era normal. Lo raro es que durante el día, el vértigo estaba ahí, pero era tolerable y de hecho, ese día fui a correr, un poco aterrorizado por si un golpe de vértigo me hacía caer pero no sucedió nada. Por la tarde, el dolor de cabeza comenzó a aumentar y me tomé una nueva pastilla de paracetamol. Como el jueves era día de fiesta nacional, no podía ir a mi médico, que además, tenía un mensaje en su página güé anunciando que estaba de vacaciones.

    La noche del jueves al viernes fue un martirio y exactamente a las cinco y veinticinco de la mañana me desperté y ya no pude dormir más, del vértigo y del dolor de cabeza, que me obligó a jincarme una tercera pastilla de paracetamol. A las ocho de la mañana, cuando se abrió la veda de la consulta del médico, llamé y le expliqué a su asistente, que no estaba de vacaciones, que seguramente mi deceso era inminente y que no me extrañaría que explotara mi cabezón y provocara graves daños en las casas de la zona. Como todos sabemos que los asistentes de los médicos holandeses minimizan todo para quitarles trabajo, lo mejor es incrementar el drama hasta niveles de nominación al Oscar para que te hagan caso y me premió con una cita para ese mismo día a las once y media de la mañana con una doctora de un centro de salud cercano, casualmente la doctora de familia de mis vecinos, que el viejo, pidió hora hace una semana por dolores en el pecho y como no usa el sistema de exageración, se la han dado para la semana que viene, el viernes, que yo les digo y les repito que hay que llorar en el teléfono, hay que gritar, hay que montar espectáculo para que la asistente no te filtre. A las once de la mañana, o más bien a las once y diez, salí andando de mi casa para ir a esa doctora, que tiene la consulta en el centro de salud en el que está la farmacia de nuestro barrio, esa en la que entras y te garantizan al menos una hora de espera hasta que te dan tus medicinas. Dos minutos después del momento en el que tenía mi hora, salió la doctora y me dijo que la acompañara, como en el programa aquel de Isabel Gemidos. Entré en la consulta y le expliqué el tema del vértigo y del dolor de cabeza y como el vértigo venía de ambos oídos, no de uno. Ella me dijo que creía que eso era spanningshoofdpijn, que además de poder traducirse como truscoluña no es nación, según GooglEVIL, es dolor de cabeza tensional o algo así y tras tocarme el cabezón por el cuello, me dijo que el músculo que sujeta el cabezón por el lado izquierdo y que sube desde la espalda hasta el cabezón, estaba más tieso que la polla de un julay con sobredosis de viagra. Además, me dijo que en ese caso el paracetamol no hacía una mierda, aparte de reducir el dolor de cabeza pero no solucionaba nada y que lo mejor era tomar ibuprofeno. También me explicó que al parecer, si pesas más de cuarenta kilos, que yo estoy casi en ese peso perfecto como muchas de mis amigas bulímico-noréxicas, que en realidad hay que jincarse dos pastillas de paracetamol 500 cada ocho horas, que menos que eso no funciona. Del ibuprofeno, en cantidades de 400mg, me dijo que con uno cada ocho horas iba más que servido y que de seguir el dolor y el vértigo el lunes o el martes de esta semana, que pidiera hora con mi médico. Según salí de allí fui a la droguería, recomendado por ella ya que me dijo que podía comprar eso en la farmacia, perdiendo una hora de mi vida y pagando tres veces más o ir a la droguería y comprar ese medicamento que se vende sin receta médica, mucho más barato y saliendo de la tienda en un par de parpadeos, como realmente sucedió. Ya sabiendo el problema y teniendo un remedio, que por un momento pensé en contactar con Virtuditas para que me hiciera un rito de exorcismo o algún otro de las Meigas, que ella le hace muchos al Ancestral y mira lo bien que lo conservan en la nevera grande de estas horizontal que le han puesto en su keli, le hice masajes a la zona con el pulpo que vibra y que me compré en la tienda esa de deportes de los diez mandamientos, en donde también me compré como una pelota de masajear la espalda a la que también le di caña. Esa noche, dormí siete horas y veintidós minutos y por la mañana, aunque tenía un pelín de vértigo al salir del catre, no tenía dolor de cabeza y ambos problemas se fueron reduciendo durante el fin de semana. La razón por la que sucedió esto no está clara aunque la pava me dijo que puede haber sido una mala postura durmiendo o al estar sentado usando el computador. En cualquier caso, ya ha pasado. Eso sí, como el domingo me ponían mi primera, ya seguí jincándome el ibuprofeno hasta el martes para reducir el dolor, si se producía alguno, del pinchazo, que fue muy ligero y solo el lunes en el lugar en el que me pincharon.

  • El camino del tren

    18 de mayo de 2021

    Aunque se ven árboles por todos lados, el suelo de la zona en la que se hizo el Paso del infierno es muy rocoso y esos árboles no tienen grandes raíces. Los soldados presos y los esclavos, con picos y otras herramientas, tuvieron que picar una jartá hasta igualar el terreno para la vía ferrea, no solo en el famoso paso, también en sus alrededores, como en el lugar de la foto, en el que a la derecha se puede ver el ángulo en el que venía la montaña y que tuvieron que reducir para crear la línea. Mirando hacia el fondo se ven varios árboles que han encontrado su hogar en esta zona, ya que esta línea se usó durante dos años y después del final de la guerra, fue abandonada.

  • La primera

    17 de mayo de 2021

    Desde que informaron que empezaron a mandar invitaciones para el vacunorrio a los que se ponen la vacuna de la gripe, yo creo que le he hecho al menos cuatro males de ojos a la cartera, porque como sé la hora a la que pasa, me pongo en el ventanal de la parte delantera de mi keli esperándola y cuando veo que no se detiene en mi puerta para poner alguna carta, es que me da una rabia que no veas, aunque la pobre no tiene culpa ninguna, pero todos sabemos que a falta de algo mejor, es preferible siempre culpar al mensajero. El viernes iba con retraso, me cansé de esperarla y salí y en la media hora que estuve afuera fue cuando llegó y encima, como no estaba, me dejó una nota informándome que podía ir a recoger el paquete que había intentado entregarme a la tienda que está a un kilómetro de mi casa y que hace de oficina de correos, pero al día siguiente. Te juro que si se me cruza ese día por delante cae muerta por la maldición isletera que le jinco.

    El sábado, más de lo mismo y como no llegaba y podía recoger el paquete a partir de las tres de la tarde, pues a esa hora decidí ir andando a la tienda y pillarlo, que fue lo que hice. La distancia a pateo son unos nueve minutos y pon el tiempo en la tienda y redondea y yo creo que estuve fuera de mi casa veinticinco minutos. Cuando llegué, me acerco a la puerta de la calle y allí lo veo, un sobre precioso, blanquito, con el sello del estado y con un texto en la parte derecha en neerlandés que viene a decir y dice: truscoluña no es nación y además, en este sobre tienes tu invitación para la vacuna contra el virus podemita y truscolano. Debo haber perdido al menos dieciséis latidos de corazón, antes de tirarme al menos cinco peos para ganar velocidad rápidamente en dirección a mi ordenador. Abrí la carta, escribí la dirección web indicada y tenía que entrar usando el DigiD, el sistema de identificación del gobierno que funciona con un programa en el telefonino o recibiendo un eSeMéeSe. Me identifiqué y fui por todas las preguntas en las que buscan asegurarse que no vengas de truscoluña, que no tengas familia truscolana y que ningún primo tuyo sea podemita o marquesa de Garrapatagar. Con todo correcto y tras diez páginas de preguntas tontas, me sale que puedo elegir entre tres sitios para ponerme la vacuna. El primero era en el recarajo, cerca de Amsterdam pero lejos de Utrecht. El segundo era el mega-centro de vacunación de Utrecht, que está en el recinto ferial y el tercero en un poblacho al triple de distancia de mi casa que el segundo. En el de la ciudad, además, aparecían tres posibles fechas y horas de vacunación y la primera era al día siguiente, o sea, el domingo, a las seis y media, tanto para la primera vacuna como para la segunda, que te ponen cinco semanas más tarde. Elegí ese sin pensarlo más por si me robaban el puesto. Al rato me llegaron los correos de confirmación de la primera y la segunda fecha de vacunación y el eSeMéeSe recordándome que me tengo que vacunar al día siguiente. En la información que me llegó, me indicaban que me correspondía una vacuna mRraNA, de las dos que hay y me indicaban la página güé del gobierno con información sobre las susodichas en un montón de idiomas que no incluyen el truscolano, que hasta ahora a las ratas al menos en los Países Bajos no se les pone vacuna. Si cualquiera se cree que la emoción me quita el sueño, puedo confirmar y confirmo que no es así y dormí mis siete horas y dieciocho minutos. El domingo hice mi vida habitual, caminando entre chubascos y demás, cené a las cinco para ir con la barriguita llena, que ya dice el refrán que así vas con el corazón contento y a las seis de la tarde salí de mi casa en bici y llegué al aparcamiento a las seis y cuarto. Me faltaban quince minutos así que estuve un rato afuera, sin entrar en el recinto ferial de la ciudad, en el pabellón 4, del que no dejaba de salir gente y otros entraban. Finalmente, a las seis y veintidós minutos, entré y me acerqué al primer control de seguridad, en donde comprobaron que tenía la invitación, había rellenado el cuestionario sobre mi salud, tenía mi carné de identidad y enseñé el correo que mostraba el día y la hora de mi invitación. Tras esto me dejaron pasar y fui a otra sala en donde había otro control en el que volvieron a mirarlo todo salvo por el correo con la fecha y hora y le pusieron una pegatina naranja a uno de los papeles, pegatina que me permitió pasar el segundo control de seguridad y llegar al tercer control de los papeles, en donde volvieron a mirarlo todo y la pava me preguntó si los autorizaba para informar a mi médico de cabecera que me iban a poner la vacuna. Como esa era una de las tropecientas preguntas del día anterior, le comuniqué que ya había dado no solo esa autorización, también una segunda para que el GGD, que es el organismo nacional que se encarga de la vacunación, que esto no e España y aquí hay UNA organización, GRANDE y LIBRE, en lugar de doscientas cincuenta. La pava miró la pantalla de su ordenador y confirmó que era cierto. Lo de la autorización se hace porque puede suceder y sucede que quieres ocultar que te has vacunado y no informarán a tu médico de cabecera o no quieres aparecer en las estadísticas y no guardarán información sobre tí, solo te contarán como un número. Ambas me parecen polladas para subnormales, retardados y seres infra-humanos que se creen que les están inyectando un chip de 5G. Tras la pava, me indicó que siguiera adelante y otra chama me puso en una de las cuatro colas, como las de los controles de pasaporte en algunos de los aeropuertos del mundo, antes cuando viajábamos. Delante de mí habían tres personas y pronto yo era el primero porque en el lugar, que a esa hora de la tarde estaba funcionando al cincuenta por ciento de su capacidad, había unos veinte profesionales vacunando. Yo ya iba sin la chaqueta puesta así que me senté, la pava me preguntó en qué brazo quería la bendición, me pidió que lo dejara colgando y suelto y mientras yo miraba hacia otro lado para no desmayarme, lo pinchó y me empetó el chip 5G y un poquito de agua bendita. Tras esto, me puse la chaqueta y seguí mi camino, hacia la zona para la espera, que te tienes que sentar y esperar quince minutos. Llegué a la susodicha a las seis y treinta y seis minutos y me marché a las seis y cincuenta y un minutos. Fui a buscar mi bici y pedaleé de regreso a mi casa. O dicho de otra manera, ya estoy medio-vacunado, en mi interior hay unos chips pequeñitos con mucha mala hostia que cuando vean un virus podemita y truscolán, lo atacarán con saña y lo rematarán mientras yo lo esputo por la boca en forma de flema verdísima. Después de la primera vacuna te dan como un papel impreso que dice que la has recibido y tras la segunda te darán un certificado original y tal y tal hecho por la fábrica nacional de moneda y timbre. El veinte de junio yo ya estaré plenamente vacunado.

    Hoy, aparte de un pequeño dolor en el lugar en el que pusieron la vacuna y unos peos mortales por culpa de las alubias con chorizo que comí el sábado y que me tienen todo el día bufeándome, no tengo ningún otro efecto secundario. Anoche dormí siete horas y dieciséis minutos, dos minutos menos pero dentro de mi sueño normal. Un treinta y cuatro por ciento de esas horas fueron de sueño profundo, un treinta y siete de sueño liviano y un veintinueve de sueños, con unos sueños espectaculares de películas de acción, que yo a falta de cine me estoy haciendo mis propias películas.

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