Cuando pa’bajo llueve un montón, como ha pasado este año, el precio se paga pa’rriba, por aquí. Recuerdo que el año pasado, en el mejor blog sin premios en castellano, en la anotación Calor y sequía hablaba de como el 2024 había sido uno de los años con más lluvia de todos los tiempos y lo que aquí se llama el déficit de precipitaciones, se pasó casi todo el año alrededor del cero, como veíamos en la siguiente gráfica, en la que la línea negra de la parte inferior es el déficit del 2024 y como nunca cuentan los negativos, cuando la línea toca el fondo, en realidad bajaba aún más. Aquí se mide este déficit entre los meses de abril a septiembre, en los otros seis meses, los oscuros, no se molestan porque básicamente da igual, la vegetación o está dormida con el invierno o está por ponerse a dormir o despertando.

Este año, estamos en mayo, dos meses dentro de la nueva gráfica, y la cosa ya aparenta ser un desastre completo. Estamos al final de mayo y ya parece que queremos superar el nefasto año 1976, en el que hubo una sequía brutal y de hecho, en varios momentos estos dos meses, ya hemos estado con un déficit superior al de 1976. Esto es un desastre y en el país de la lluvia, eso es lo que no hemos visto, el césped está amarillo por todos lados y el nivel de los canales es muy bajo tirando a bajísimo. Ahoritita mismo tenemos un déficit de ciento dieciséis milímetros de agua y desde la semana que viene están pronosticando dos semanas sin lluvia.

Tanto el río Rín como el Mosa están ya en niveles muy bajos y probablemente lo peor está por llegar. El cambio climático no es algo inventado por algún panoli, lo estamos viviendo y sufriendo, igual que calimas en los Países Bajos, con tierra y calor que viene desde el Sáhara y recorre miles de kilómetros e igual que inviernos en los que ni hiela ni nieva, que ya ni me acuerdo de la última vez que saqué mis patines de hielo. Tal y como vamos, pronto empezarán a caernos una tras otra ola de calor y acabaré viviendo en el cine, que allí se está tan a gustito.