Posesión Invernal


Aún estoy padeciendo las secuelas y las precuelas del momento más terrorífico de toda mi vida y de las vidas de todos los demás. A uno no lo prepararon en la Educación General Básica para esto y si eres de cualquiera de los sistemas pseudoeducativos que le siguieron pues aún peor, que a vosotros ni os enseñaron a calcular integrales de tercer grado con la punta de los dedos.

Mi drama comenzó en algún momento del otoño, cerca del día de todos los que la espicharon. Me había cocinado para cenar algo sencillo, un plato de pollo con beicon y puerro y guisantes con beicon de guarnición y después de poner la loza en el lavavajillas regurgitaba la comida en mi sofá eléctrico, lanzando esos buchitos adorables hacia el cielo como si estuviera aún en mi más tierna infancia. Después escribí algo para mi bitácora que por supuesto fue celebrado con gran algarabía por mi club de fans, los cuales no cesan de alabar mi asombroso estilo y mi prodigiosa prosa, algo que yo les permito porque ante todo un Príncipe de la Blogosfera ha de ser modesto y sencillo y yo me debo a mi público y he de predicar con los ejemplos y aunque en ocasiones preferiría hacer como la Pantoja y ponerme unas gafas de sol con cristales del tamaño de señales de tráfico, respiro hondo y los desprecio a todos por igual.

La noche continuó su ritmo habitual, con visitas a mis bitácoras favoritas, a las páginas de sexo que ninguno vemos y acabó con el visionado mensual de la película ALIENS, una tradición que comenzó en los tiempos del VHS y que mejoró considerablemente con la llegada del DVD. Hoy por hoy me sé diálogos completos y me sigue gustando tanto como la primera vez.

Me acosté, me coloqué la férula dental y antes de darme cuenta ya estaba dormido.

Aquí debería haber acabado el día pero es que a las cuatro menos cinco de la mañana me despierta un ruido extraño, como si alguien estuviera taladrando en las paredes. Me quedo quieto escuchando y el ruido se detiene. No se oye más nada por la casa, un silencio completo garantizado por las paredes de hormigón que te impiden escuchar a los vecinos y proporcionan un buen aislamiento. Estaba quedándome dormido de nuevo cuando comienza el insidioso ruido. Definitivamente era como un taladro o al menos un motor de sonido peculiar pero no parecía venir de casa de mis vecinos sino que salía de algún lugar de mi casa. ¡Me cagué todo! Yo me he visto suficientes películas japonesas de terror para saber que estas cosas no pueden acabar bien. Comprobé que no hubiera el espíritu de ninguna niña nipona en el techo de la habitación con su larga melena y esperando que me mueva para agarrarse a mi chepa y miré que la puerta del armario estuviera totalmente cerrada. Agarré la linterna que hay en la mesilla de noche por si se cortaba la luz, encendí las luces y me levanté. Me acerqué sigilosamente a la puerta y el ruido continuaba. De repente se paró. Salí del dormitorio y bajé a la planta baja. Allí no había nada ni nadie, todo parecía normal. Subí y fui al dormitorio de invitados. Tampoco había nada anómalo, las cosas estaban en su sitio. En ese instante comenzó de nuevo el ruido y del susto casi se me camba la peluca. Salí a la escalera y allí lo sentía más cercano. Me faltaba por mirar en el baño y con cuidado abrí la puerta. Puse un par de metros de distancia por si el psicópata tenía un cuchillo eléctrico o algo parecido y grité: ¡Hiji! ¡Hiji! No pasó nada, el ruido continuó. Con la linterna rastreé pero no se veía nada. Al final no me quedó más remedio que entrar a mirar. Primero no aprecié nada extraño pero al mirar hacia la ducha lo vi. Unas luces familiares brillaban en el rincón. Cautelosamente abrí la puerta de cristal y agarré la máquina de afeitar con gran cuidado. La apagué. El ruido cesó pero tras unos segundos todas las luces que tiene se pusieron a parpadear y volvió a arrancar. Casi me da un pasmo de la impresión. La volví a apagar y ella se encendió.

Estaba claro. El espíritu de algún muerto se había apoderado de mi máquina. Seguimos luchando y como vi que no le podía ganar la bajé a la cocina, la metí en tu tupperware y la dejé encendida para que se vaciara la batería y poder expulsar al espíritu como Dios manda.

Por la mañana todo parecía normal y la puse en su cargador. Siguió funcionando sin problemas y nunca más se supo del espíritu. Hasta esta semana. Un día después de llegar a Gran Canaria para las vacaciones navideñas escucho un sonido familiar proveniente del baño. Me acerco y veo que la máquina está encendida. El puto espíritu es español y al venir a su tierra se ha emocionado y ha reposeido mi máquina. Esta vez no la puedo controlar, no obedece a mis órdenes y la arranca y para en intervalos de cincuenta segundos. He terminado por dejarla en el garaje de la casa y rezar para que la batería se agote pero lleva dos días y aún le queda mecha al muy jodido. Cuando vuelva a Holanda probaré por última vez a recargarla y si el espíritu no se va tendré que tirarla y comprarme una nueva y es una pena porque a esta le tengo mucho aprecio.

La máquina poseída

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4 respuestas a “Posesión Invernal”

  1. Escena para no perderse: el supermachosuperduro con la linterna enfocando al baño y gritando Hij!!! Buenísimo! Lo de la niña nipona por poco hace que no llegue al baño de la risa…ffffff….

  2. oria, siempre escribo para divertirme y para poder leer las historias chorras que me gustan. Y por suerte sigo pasándomelo bien.