Que sea lo que Dios quiera


Antes que nada, decir que el título es la traducción que más me gusta de uno de mis dichos favoritos en inglés, let the chips fall where they may, que creo que leí o escuché por primera vez en el libro Twilight y que se quedó grabado a fuego en mi cabeza. Ahora que tenemos claro el título, vayamos al meollo de la cuestión. Llevamos ya un tiempo en medio de una guerra corporativa en la que yo estoy en el epicentro, con una pava que se pensó que sería un paseíllo triunfal y parece que hay más obstáculos en el camino de los que pensaba. Justo antes de irme de vacaciones la situación estaba en el punto ese en el que el pitorro de la olla express empieza a girar y mi último día ya le expliqué a mi jefe que habría terremotos incontrolados durante mi ausencia y yo sería el culpable. También se lo predije a los de marketing y comercial. Resultó que el lunes, cuando yo estaba entre mi segunda y mi tercera inmersión o quizás tras las mismas, sucedió el terremoto. La cerda asquerosa, perra zarrapastrosa o zurriaga rencorosa, como la queráis definir, que aquí todo vale, lanzó su ataque exigiendo que se publicaran sus temas, los mismos que nadie más en la organización quería publicar. Lo hizo ordenando a alguien de marketing que lo hiciera porque yo estaba de vacaciones y no tenía substituto. MENTIRA. La persona que recibió la orden, respondió mandándola a tomar por culo y añadiendo al correo a mi jefe y mi vicepresidente y desmontando una a una todas las mentiras que había puesto. Yo tengo una persona que hace algunas de mis cosas cuando estoy de vacaciones y lo sabe todo el mundo, incluyéndola a ella porque es mi antigua jefa y su más-mejor-amiga en la oficina. Habían más mentiras que no vienen al caso. Lanzó una segunda andanada ordenando que dejaran de hacer su trabajo y le hicieran el suyo y el director de marketing la mandó a tomar por culo, explicando de nuevo todas las mentiras que dijo y entre ellas, la de que ella no tenía autorización para hacer las cosas, algo que yo había solicitado una semana antes para ella y los suyos aunque no es mi trabajo y que había informado previamente a mi jefe y a unos cuantos más. La tercera onda de mentiras cambió a que no sabía como hacerlo y la neutralizaron diciéndole que su amiga la podía ayudar y que yo le había explicado todo en multitud de ocasiones, con testigos, pero al parecer la polla que chupa no tiene proteínas suficientes y su cerebro debe estar atrofiado. Después llegamos a la cuarta ola de terremotos y aquí fue donde se hundió en el fango de su propia gran mentira. Confirmó que desde el penúltimo día de octubre tenía autorización para enviar su basura y al hacerlo, ya cuando alguien le preguntó por qué espero exactamente dos semanas, en las que yo estuve trabajando para hacerlo, no pudo responder. Esperó con alevosía, para poder ser la víctima, nuevamente. A partir de ahí, hubo una sucesión de reproches, insultos y malos rollos y todo concluyó con la gente de marketing pidiendo que los quitaran de la conversación por correo porque no les interesaba seguir en una discusión de mentiras.

Yo volví una semana más tarde y mi correo estaba inflado con esta basura y con una reunión con mi vicepresidente y mi jefe. Allí, les expliqué que yo llegué al punto ese en el que sea lo que Dios quiera, que ya me da todo igual y que entiendo que lo mejor es que yo me vaya y ella no tenga a nadie más a quién culpar con sus mentiras. También expliqué que a partir de ahora, es personal, que me niego a acudir a ninguna reunión en la que ella esté presente, me niego a hablar con ella, me niego a recibir órdenes de ella y que no le daré ni los buenos días, que para mí está muerta y enterrada. A mi vicepresidente, que es del tipo cobarde que quiere hablar las cosas siempre sin solucionar nada, lo que le preocupó fue la parte en la que yo aviso que me quiero ir. El problema es que por la mitad de mi trabajo hay un contrato con el país del sol naciente por el que ellos pagan una pasta que cubre mi salario y tres más. No hay nadie más en Europa que pueda hacer eso porque requiere un conocimiento muy específico que nadie más tiene, no pueden contratar a nadie porque no tienen autorización para hacerlo y si yo me voy, cuando llega la hora de enviar el informe para justificar el dinero, alqo que sucede cada tres meses, se sabrá que yo no estoy, se cortará el grifo desde el otro lado y es más que probable que tengan que echar a dos o tres personas, de los de mi lado, de los de mi vicepresidente. Eso disparó todas las alarmas. Seguramente lo haga, si encuentro cualquier cosa igual o mejor fuera, me iré y yo no he buscado porque sé que si lo hago encuentro, pero eso va a cambiar.

Ese mismo día hubo una cena para celebrar los cuarenta años trabajando de un chamo y yo no acudí. Hubo gente que preguntó por mi ausencia y nadie tenía una respuesta clara, aunque mi jefe y los dos amigos que acudían y que ya no trabajan en la empresa sabían la razón. En las horas en las que me prostituyo por una nómina, en esas estoy en el mismo edificio que esa rebenque de zurriaga, pero en mi tiempo libre, por ahí sí que no paso, así que como ella iba, yo no fui. La cosa es que este tipo de información tiende a filtrarse, es un tipo de aceite muy fino que se cuela por cualquier pequeña rendija. Eso sucedió el martes, pero el lunes, además de la reunión y de mi ausencia en la cena, hubo otro evento significativo.

El arretranco pollaboba cumplía cincuenta años, obesos y muy mal llevados y para celebrarlos, trajo tres tartas a la oficina e invitó a todo el mundo a las diez y media para comerlas. En años anteriores, su invitación es muy concurrida y las tartas se acaban en cuestión de minutos. Por descontado, yo no tenía intención ni de felicitar ni de acudir y me quedé en mi puesto trabajando. Mi amigo el Moreno me mandó un mensaje diciendo que no iría porque tiene meridianamente claro quién es su amigo. Lo que yo no sabía es que a fuerza de mentir, durante la semana que estuve fuera, la bola fue girando y creciendo en tamaño y grupos completos decidieron no acudir. Ni los comerciales, ni la mayor parte de los de logística, ni los de marketing, ni los desarrolladores fueron a comer su trozo gratuito de tarta. La farfullera se cogió un berrinche que no veas, se emputó y por supuesto la no asistencia de la gente fue parte de un plan que seguro que organicé yo en contra de ella, algo que no era cierto y que cuando ella se lo restregó a uno de los que no asistieron, este le respondió que no fue porque no le salió de los mondongos. Tuvo que invitar por la tarde para una segunda ronda de tarta y solo acudieron algunos de los que comieron en la primera, ya que para entonces la prepotencia y la chulería de ella con los que no fueron era portada en todos los corrillos de rumores.

Al día siguiente, yo informé a los que suelen recibir algunas de las cosillas dulces que salen de mi cocina que hay un minúsculo cambio, un pequeño detalle. A partir de ahora, todo lo que hago para traer al trabajo tendrá coco rallado entre los ingredientes. Siempre. Magdalenas, brownies, tartas de manzana, lacitos, palmeritas, galletas, todo, todo, todo llevará coco. Se entiende que cuando regalo comida, es una transferencia personal e intransferible, pero me han llegado noticias que ella esa toleta la pilla cuando puede y se la come y en el caso de la tarta de manzana, la chaflameja esa abre la nevera en la que la guardan y se pilla un cacho sin permiso. Sucede que esa bobomierda tiene una alergia extrema al coco, así que el reloj ya está contando los segundos que faltan hasta su próximo intento de afanar comida que no es suya y espero que disfrute de la consecuencia. Veremos como hace esa mequetrefe para culparme cuando roba algo que no es suyo y que casualmente, tiene un ingrediente que le provocará una reacción alérgica. Es uno de los múltiples palos que va a recibir la soplagaitas.

Y de gratis, en la enorme sala en la que trabajamos, yo estoy siempre amulado y hay casi veinte personas que no lo llevan muy bien y ya comienzan a quejarse. Entro en la sala y absorbo toda la energía positiva de la misma y los hundo a todos en la amargura, nadie habla y todos huyen. Ese pequeño regalo acabará por pasarle factura porque mi jefe sabe que yo no quiero estar aquí y él es el que no me deja mudarme a cualquier otro puesto libre en el edificio, algo que haría el problema más evidente. Ya me han informado que estoy en la lista de candidatos a mejor actor ya que salgo de la sala, voy a cualquier otra planta y soy la misma persona feliz como una lombriz en un trozo de mierda a la que están acostumbrados y cuando regreso a mi ordenador, en cuestión de nano-segundos todo el mundo siente como si un dementor les robara la vida …


4 respuestas a “Que sea lo que Dios quiera”

  1. Ambientazo!! Sabes que si le da un parrús este post valdría como prueba, verdad?? No me extraña que te quieras meter bajo el mar, ir a tu oficina es una fiesta ahora mismo que no veas!