Un día en Colonia


Ya que tengo a mis padres por mi casa organizo excursiones y salidas para que no digan que se pasan el día arreglándome el jardín. El fin de semana pasado planeé un día en Colonia, la ciudad alemana a orillas del río Rin que es la cuarta ciudad en importancia de dicho país. Para llegar allí compré billetes para el ICE, el tren de alta velocidad alemán, una maravilla tecnológica que vuela sobre los raíles para llevarte a tu destino puntualmente. Reservé los billetes por internet y los recogimos en la estación de Utrecht Centraal. El domingo, a las 8:42 de la mañana, se cerraban las puertas del tren y comenzaba nuestro viaje. Para mis padres era la primera vez que iban en un tren de Alta Velocidad y alucinaron con el lujo y el estilo. Aquello es como la cabina de un avión pero de una aerolínea de lujo. Según arrancamos pasó la vendedora ambulante y aprovechamos para comprar algo de pitanza y desayunar mientras los campos holandeses volaban por los lados. Para viajar en estos trenes desde Holanda hay que reservar asiento con lo que entras en el tren y buscas el sitio que te corresponde, te sientas y listo. Sin embargo, cuando el tren llega a Alemania aparente se puede subir gente sin reserva que deberá rastrear las pantallas luminosas que hay sobre cada asiento buscando aquellos que están libres. Es un baile de gente con maletas y bultos moviéndose por todos lados tras cada parada. En menos de dos horas salimos del tren en pleno centro de Colonia. A propósito, en el ICE no ponen azafatas como sucede en España que recuerdo que una vez en Madrid estaba en la terminal del AVE y le pregunté a un amigo si la calle de las putas estaba en la estación porque miré al andén en el que estaba situado el tren y había por lo menos cuarenta zorrones apalancados junto a las puertas del tren sin motivo aparente y con la única misión de empalmar a los pasajeros con su apariencia. Esos mismos zorrones carecen de belleza interior así que no tenéis que preocuparos queridas, que nosotros los hombres nos enamoramos de la belleza interior y no del envase.

La estación se hizo en el siglo XIX (diecinueve para aquellos que solo leen equis-palito-equis) y en aquella época el ayuntamiento quería que la gente se bajara del tren y se encontrara con una vista hermosa de la ciudad así que la situaron justo al lado de la catedral de Colonia, la más grande de Alemania y un monumento de esos que te dejan con la boca abierta. Ciento y pico años más tarde uno sale de un tren de última generación, abandona la estación y silba de admiración ante la catedral y esa muestra del poderío divino. El día anterior había hecho una pequeña investigación para ver las cosas que debíamos visitar y ubicar la oficina de turismo, lugar al que nos dirigimos directamente. Allí una joven rubia y bien entrada en carnes nos informó sobre las distintas opciones que teníamos para pasar el día. Justo al lado de dicha oficina (que está frente a la catedral) se puede coger una guagua turística que hace una gira por la ciudad de dos horas. La empresa es la Cologne Coach Service Busreisen GmbH y el precio es de quince euros por cabellera. Como faltaba una hora para la salida nos fuimos a pasear junto al río Rin, la gran arteria europea y una gran vía de comunicación. A la altura de la ciudad el río es de más de trescientos metros de ancho y hay varios puentes que unen ambas orillas. Hay muchas empresas de cruceros con las que se puede dar un paseo de una hora o dos por el río. Antes de volver al lugar en el que íbamos a tomar la guagua nos pegamos unas salchichas alemanas que estaban de morirse.

El paseo turístico fue muy didáctico. Yo no tenía ni idea de la importancia de esta ciudad en la historia de Europa y no sabía que en tiempos del imperio Romano Colonia fue una de las ciudades importantes en esta parte de Europa. En el paseo la guía no paró de hablar en alemán e inglés y cuando digo que no paró de hablar quiero decir exactamente eso. La mujer hablaba a toda velocidad para que le diera tiempo a decir las cosas en ambos idiomas y nos bombardeó con tal cantidad de información que aún alucino. Visitamos varias ruinas de la época romana y luego fuimos al museo de la historia de la ciudad, un edificio precioso en el que pudimos ver la historia de la villa desde sus orígenes hasta hoy en día. La catedral por ejemplo se ha construido a lo lardo de seiscientos años y en ese tiempo se cambió el estilo en varias ocasiones. Las murallas de la ciudad se han conservado en un montón de sitios y visitamos gran parte de ellos. En un momento determinado cruzamos al otro lado del río Rin y desde un mirador pudimos hacer fotos de la ciudad con su espectacular y bellísima línea de edificios. No solo la catedral es bonita, el antiguo ayuntamiento tiene un campanario que es una hermosura y hay muchos otros hitos que resaltan. Las torres de la catedral tienen unos ciento cincuenta metros de altura y se pueden ver desde un montón de kilómetros a la redonda. Tras las dos horas de paseo teníamos una idea bastante clara de la ciudad y su historia. Nos fuimos de paseo por la calle de las tiendas y cuando nos entró el hambre buscamos uno de esos restaurantes alemanes con comida típica. Encontramos el Brauhaus Sion y allí nos apalancamos. Decir que esta gente comenzó con el negocio de la cerveza y la restauración en 1318, es decir hace más de seiscientos ochenta años. Casi nada. El local es de esos con enormes mesas y decorado con jarras antiguas de cerveza y con las paredes llenas de cuadros de la ciudad. Me comí un plato con una mezcla de las diferentes carnes que tienen allí dentro y casi me muero porque las cantidades eran brutales. Sentía como mi estómago alcanzaba y superaba todos los límites conocidos pero no podía parar de comer esa carne de cochino cocinada de una forma tan rica. La barriga me caía sobre el cinturón del pantalón sin que pudiera hacer nada por evitarlo e incluso caminar se volvió difícil. Además de una comida excelente y unas cantidades brutales, los precios son muy asequibles. Por descontado si eres musulmán y aspiras a pasar la eternidad en el infierno no es un lugar al que querrás ir ya que se come carne de cochino en mil formas distintas y se toma cerveza Sion a destajo.

Después de la comida paseamos tratando de bajar la comida y visitamos el interior de la catedral, aún más esplendoroso que su exterior. En esa iglesia se supone que se guardan las reliquias de los tres reyes magos, ya sabéis, los colegas que os ponen los regalos el día seis de Enero, exactamente veinticuatro horas después de mi cumpleaños. También estuvimos viendo con más detalle el antiguo ayuntamiento, las ruinas romanas que allí se encuentran y el edificio Hispano número 2 el cual fue construido después de la segunda guerra mundial para reemplazar al edificio Hispano número 1 que allí se encontraba. Este es el tipo de detalles que hace a los alemanes gente tan rara. Se me ha olvidado comentar que en el museo vimos varias fotos del estado en que quedó la ciudad después de la segunda gran guerra del siglo XX y es increíble como esta gente lo reconstruyó casi todo.

Al final de la tarde volvimos a la estación y cogimos el tren de alta velocidad para volver a Holanda. Ya montaré una serie de fotos de la ciudad próximamente.

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2 respuestas a “Un día en Colonia”

  1. Que guay!!. Dicen que en esa ciudad viven muchos espanoles y que por la noche tiene mucha vida. La verdad que por lo que cuentas parece que esta genial.

  2. El dia que pasamos estuvo muy bien. Mama ya tiene hasta fotos, le compre un album de Kodak con fotos de Bruselas, Gante, Galicia y Colonia y me lo dieron antes de salir para Berlin. Ya veras las fotos.