Un fin de semana en Estambul


Cuando volví de las vacaciones navideñas en Gran Canaria no sabía que un par de semanas más tarde estaría comprándome un billete para ir a Estambul. La culpa fue de mi amigo el Turco. Su mujer, la Turca, está embarazadísima y me habían pedido que les comprara el famosísimo Tummy Tub, un artilugio inventado por holandeses para bañar a los bebés y que no se puede conseguir en Turquía.

Tummy Tub

Lo compré por Internet en una tienda que lo ofrecía mucho más barato que las tradicionales de escaparate y comadreo y menos de veinticuatro horas después de hacer el pedido el cartero lo dejaba en casa de los vecinos de la acera de enfrente, lo cual no sería un problema de no ser porque mi calle estaba en plena edad de hielo y para cruzar casi me dejo los cuernos en el suelo.

Estuve mirando para enviarlo por mensajería pero los precios y la incertidumbre de que lograse pasar por la aduana turca me hizo desistir. Mi amigo el Turco insistía además que debía ir a visitarlos y me cameló lo suficiente para mirar precios de billetes. Mi ángel de la guarda estaba ese día centrado y resultó que KLM tenía unos ofertones del copón y conseguí un billete de ida y vuelta a Estambul por 90 eurolos. Avisé y les confirmé que la entrega del artilugio sería en mano a finales de enero.

El equipaje

Como tenía que llevar el mamotreto debía facturarlo ya que no hay universo en el que pueda pasar como equipaje de mano y tuve que buscar en mi altillo un bolso enorme que compré en Nueva York por quince dólares para meter el artefacto. Aproveché y coloqué también en su interior un Queque de yogur y trocitos de chocolate e hice Magdalenas que metí en una bolsa para llevarlas en la mano. Era un montón de equipaje y por culpa del hielo tuve que ir a la parada de la guagua con mucho cuidado.

Con un sony ebook

En el tren al aeropuerto vi por primera vez un lector de libros de Sony. Lo llevaba una julay que agujereaba la capa de ozono con toda la laca que se había echado en el pelo. Me llamó la atención lo poco estiloso que es el cacharro y lo infinitamente lento que es para pasar las páginas. Nada que ver con un iPad, algo muchísimo mejor y que aún sin venderse ya ha revolucionado nuestras vidas.

Dentro del avión

En el aeropuerto había quedado para cenar con el Niño y al final no pudo ser por culpa de la facturación. Tardé una vida entera en conseguir que el Tummy Tub comenzara su viaje hacia Estambul y para cuando lo logré, me quedaba el tiempo justo para pasar el control de seguridad e ir a la sala de espera. No noté que los controles sean particularmente intensos. Todo era como antes del cuasi-atentado de hace poco. El avión iba medio vacío y conseguí una fila completa para mí. Durante el vuelo me dediqué a ver episodios de mis series televisivas favoritas y a comer las viandas que aún sirven gratuitamente en los vuelos de KLM. Llegué a Estambul alrededor de la medianoche y desde el cielo, el lugar se veía completamente nevado.

Mi amigo el Turco me esperaba con los brazos abiertos y tras las muestras afectivas de rigor entramos en su bemeta y nos fuimos a su casa. Su mujer estaba con la cámara de vídeo en la mano esperando el Tummy Tub. Cuando les mandé el mensaje con la foto que podéis ver más arriba avisándoles que lo tenía ella me respondió con uno en el que decía que ahora podía parir con tranquilidad ?? 

Nos quedamos de palique hasta casi las tres y por la mañana a las nueve ya estaba en planta. Se me quedó en Holanda mi guía Lonely Planet pero por suerte sabía lo que quería ver y como llegar al lugar. Llovía un montón, sin pausa y eso determinó que fuera hasta el centro en taxi. La Turca se iba a clases de premamá o algo parecido y esperamos juntos por nuestros respectivos taxis. Mi conductor hablaba inglés y en el trayecto hasta Sultanahmet me puso al día de los resultados y vicisitudes de la liga Turca, Holandesa, Inglesa, Española e Italiana. Me pregunto qué tipo de vida tiene uno cuando ha de ver tanto fútbol para ser feliz.

Una vez en la zona cero me dirigí a la Iglesia de Santa Sofía, la cual me había faltado por ver en mi visita anterior. Pagué mi entrada y corrí hacia su interior. ¡ES ALUCINANTE! Una de las catedrales más bonitas que he visto en mi vida. Por suerte acababan de terminar la restauración de la cúpula central la semana anterior (solo les tomó quince años) y he conseguido unas fotos preciosas. Me pasé allí dentro más de dos horas. La recorrí de Pé a Pá dos veces, buscando rincones y recodos desde los que hacer fotografías. En mis oídos sonaba el recopilatorio grabado para recaudar dinero para Haití y entre ellas el Like a Prayer de MADONNA, canción que le da un sentido totalmente distinto al interior de cualquier iglesia.

Cuando salí ya era hora de comer y llovía aún más. En realidad diluviaba y lo primero que hice fue comprarme un paraguas y conseguir un mapa de la ciudad en la oficina de información Turística. En la zona está el mausoleo de algunos de los sultanes así que entré a verlo, aunque no me impresionó demasiado. Una compañera de clase de holandés me había recomendado un par de sitios para comer pero como llovía tanto decidí almorzar en el Tarihi Sultanahmet Köftecisi, un local que ya visité la vez anterior y que es muy famoso por sus albóndigas.

Tras el almuerzo y a falta de buen clima caminé hasta el Gran Bazar o Kapal?çar??. Me perdí en sus callejuelas cubiertas escuchando a los vendedores que intentaban embaucar a los turistas que andaban por allí y que disfrutan enormemente con el regateo. Desde allí bajé andando hasta el Bazar de las especias o M?s?r ?ar??s? en el que compré los dos marcadores que he regalado a Virtuditas y Aliena

Marcador de libro

Para cuando terminé ya iba siendo hora de volver a la casa del Turco y aprovechando que no llovía opté por ir en tranvía y caminar el resto del trayecto. La tarde la matamos hablando, riéndonos y compartiendo vivencias. La mujer del Turco no se cansa de escucharnos contar batallitas y de alguna forma se nos pasó el tiempo y para cuando nos dimos cuenta, eran las dos de la mañana.

El sábado nos dimos el desayuno de los campeones y antes de hacer turismo teníamos que ir por el ginecólogo para una revisión. Mientras ellos estaban ocupados con el médico yo me fui a pasear a un parque cercano. Tras acabar con el trámite fuimos conduciendo por el Bósforo hasta el Rumelihisar? o Castillo de Rumelia. Lo visitamos mientras su mujer nos esperaba en un local no muy lejos. Escalamos las murallas pero con tanta lluvia las piedras eran un poco peligrosas y hubo lugares en los que de puro miedo tuvimos que retroceder, que caer de siete u ocho metros de altura no debe ser muy agradable.

Puente Fatih Sultan MehmetBajo el puente

Almorzamos por la zona, la cual está llena de locales y para entonces la temperatura era de unos once grados, muy agradable. Paseamos por el Bósforo y regresamos a su casa a dejar a su mujer. Nosotros optamos por ir al Museo de Arte Moderno de Estambul más que nada por la vista de su cafetería, la cual está en un punto estratégico con una vista de la ciudad fantástica. El arte moderno no es lo mío y definitivamente, ver lienzos en blanco y huevos de plástico colgados de hilos no me parece arte en absoluto pero todos sabemos que soy un inculto del copón y mi opinión en estos asuntos no es muy válida. Fíjate tú lo poco que sé de arte moderno que no me canso de repetir que la película El señor de los Julandrillos en sus tres partes es una puta mierda del copón.

Terminamos tomando unas cervezas en la cafetería del museo hasta que cerraron, disfrutando de una puesta de sol increíble con la iglesia de Santa Sofía y la Mezquita azul iluminadas por el sol.

Se me ha olvidado comentar que ese día en el mayor periódico del país publicaban un reportaje sobre la Turca y su embarazo. Ya he dicho que el hombre se terminó casando con una presentadora de un canal de noticias muy famosa en el país. Le dedicaron la portada de la sección de espectáculo y dos páginas interiores completas. Un pedazo de reportaje con un montón de fotos y que hizo que desde por la mañana la llamara todo el mundo. Al parecer al principio del embarazo tuvo algunos problemas con los 3 primeros ginecólogos y en el artículo los ponía a caldo de pota.

La señora que les trabaja en la casa nos había dejado una cena espectacular y nos pusimos tibios a comida. Después tuvimos una nueva tertulia hablando y bebiendo cerveza. Para entonces la mujer del Turco ya me había hecho prometerle que volveré a pasar por allí este año porque soy familia. No voy a negar que me alegra que me inviten. Pasé un montón de años en Hilversum con el Turco y entre nosotros hay una conexión muy especial. Es un buen amigo.

Mi último día en Estambul era más bien medio día ya que volvía a los Países Bajos a primera hora de la tarde. El Turco preparó el desayuno para demostrarme que sí sabe cocinar y a media mañana me despedí de su mujer y nos fuimos. Nuestro plan original era ir a un bosque a las afueras de Estambul y caminar por el mismo pero estaba cayendo el diluvio universal y optamos por un plan alternativo que por supuesto nos llevó a un local en el que seguimos comiendo. Dos horas y media antes de la salida de mi vuelo nos pusimos en ruta hacia el aeropuerto y el atasco que había en la principal arteria de la ciudad era antológico.

Hubo un momento en el que pensé que perdería el vuelo pero al final llegamos al aeropuerto cinco minutos antes de que llamaran para el embarque de mi avión. Nos despedimos jurando que nos veríamos de nuevo en primavera (el Turco me ha prometido que vendrá a Holanda en abril o mayo y pasará dos días por aquí) y atravesé el control de seguridad, el de pasaportes y corrí hasta la puerta de embarque de mi avión en donde ya estaban entrando los últimos. El avión iba petado de gente y salimos a la hora prevista. De nuevo maté el vuelo viendo mis series favoritas y al comenzar la aproximación hacia Schiphol sobrevolamos Flevonice, el lugar en el que estuve patinando una semana antes. Da igual por donde llegue a Holanda, por todos lados reconozco la orografía del país y en algún lugar dentro de mí hay una válvula que palpita porque regreso a casa.

Salí del aeropuerto de Schiphol rápidamente ya que no tenía que esperar por ningún equipaje facturado y cincuenta minutos más tarde entraba en mi casa. Fue un fin de semana fantástico en Estambul, una ciudad que cada vez me gusta más.

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8 respuestas a “Un fin de semana en Estambul”

  1. ¿Y no engordas?
    Lo digo por lo que comes, pero sobre todo por las satisfacciones que te das en esa vida tan sacrificada que llevas…jajajaja
    <Salud

  2. Comparto tu opinión sobre el arte moderno, «pintar » un cuadro, enterrarlo un mes para que coja «vida» no deja de ser un proceso curioso, pero ¿arte? no se yo.

  3. Genín, hoy mi peso es el número de la bestia, 66,6 kilos. Hace un año por esta época estaba en más de setenta. No hay nada como comer bien y evitar la comida basura para mantener tu peso bajo control. Eso y tener la suficiente voluntad para regalar la mayor parte de los dulces que cocinas.

  4. Genín, mírate Así te pudras mamona para que captes por entero el comentario que dejé en la bitácora esa que tú también lees. Como pasa el tiempo, la mamona lleva bajo tierra (o sobre la misma si la incineraron) casi cuatro años. Espero que la sigan torturando allí en donde esté.

  5. que sepas que ya tengo el marcador en mis manos. Precioso! Muchisimas gracias, te aseguro qeu lo usaré un montón, yo si soy de leer mucho.

  6. Me alegro que los dos marcadores hayan llegado a sus destinatarias. Yo soy más de escuchar audiolibros muchísimo. Ayer mismo me acabé por octava vez Twilight y ya voy por la segunda hora de New Moon. Antes del viernes estoy en el tercer libro.