Una historia de verano – 4 –


Comenzó en Una historia de verano – 1

Lo mejor del fabuloso día del Carmen es que Yola podía hacer la ronda de todas las vírgenes y después del encontronazo de las dos principales, la oficial y la Loba Herida, aprovecharon para ver la que estaba en el salón de cierto julandro y por la tarde, emocionadísimas, se fueron a la calle Luján Pérez para ver la procesión de la virgen del Carmen de las chabolas del Confital, que básicamente recorría calles de la parroquia de San Pedro y como el cura se negaba a sacar en procesión a su santo, la gente se volcaba en esta oportunidad de expresar su folclorismo y hasta cortaban sus propias calles ilegalmente y le hacían hasta alfombras a la virgen, que hacía su ruta por la tarde porque muchos de los que la llevaban y seguían trabajaban.

Esta última es una virgen pobre y en lugar del trono y los trajes fastuosos, iba bien parca de ropa y la ponían encima de un seiscientos con su trono de madera. El seiscientos debía ser el primero que salió de la cadena de producción, tenía décadas en sus ruedas y ya no llevaba muy bien ciertas cuestas y por eso, el lugar perfecto para ver la procesión era en la calle Luján Pérez, entre las calles Ayacata y Gamonal. Allí se producía un incremento de la cuesta considerable, algo conocido por todo el mundo.

Legendarias son las historias con las guaguas de la línea veinte, las viejas, aquellas que tenían una palanca de cambios gigante y que tenía forma de eLe y que cuando el chófer cambiaba las marchas, hacía un ruido tremendo cuando soltaba el embrague. Más de una vez, una de esas guaguas, al llegar a ese tramo de la calle Luján Pérez, la guagua se quedaba sin fuerza, el chófer pisaba el embrague para meter la primera y subir y la palanca se rompía y el chófer se quedaba con la palanca en la mano mientras la guagua, en punto muerto, perdía rápidamente la velocidad, comenzaba a retroceder ganando en velocidad y los pasajeros sufrían un ataque colectivo de pánico y gritaban a todo pulmón, ¡Cristiano, cristiano!, mientras el chófer salía del estupor en el que había quedado y observaba aterrorizado que iban a chocar y pisaba el freno, deteniendo la guagua en seco, que no los gritos, que se duplicaban o triplicaban según transcurrían los segundos y las más viejas y las que más exigían un asiento, saltaban como gacelas corriendo hacia las puertas y gritaban pidiendo que las abrieran para poder huir de aquella trampa mortal.

El ayuntamiento de las Palmas de Gran Canaria, después de reventar aquellas guaguas, a las que les sacó todo el jugo, en un acto de bondad suciolista, se las donó al pueblo cubano, cuando aquellos trastos ya valían para poco.

Por eso iban allí a ver la procesión de la virgen de las chabolas, porque el seiscientos, cuando llegaba con su procesión, con la Virgen encaramada en su trono sobre el techo del seiscientos y sus chabolistas del Confital por detrás, engalanados y con sus zapatillas de calamar, con todos cantando y lanzando vivas a la Virgen del Carmen, el coche se detenía justo en la esquina con la calle Ayacata y el conductor, se santiguaba, metía la primera y rezaba a la virgen del Carmen para que obrara el milagro.

Yola, su madre y todas las marujas del barrio estaban allí, en la parte de arriba de la cuesta, arengando a la virgen y esperando el momento. El seiscientos comenzaba a soltar embrague, empezaba a moverse, lentamente, centímetro a centímetro y el conductor pisaba más y más el acelerador, lo cual provocaba una nube tóxica por detrás, directamente hacia los devotos, que ponían algo de distancia con su virgen. El coche comenzaba a subir aquel tramo de cuesta de cincuenta metros y cada vez le costaba más, iba perdiendo fuelle y el chofer seguía acelerando, el humo cada vez era más negro, el ruido del motor más intenso y en algún momento, a mitad de la cuesta, el motor se calaba, o se recalentaba, o reventaba, el coche perdía la poca velocidad que tenía, por instantes Yola y las suyas podían ver como dejaba de moverse hacia adelante y empezaba a moverse hacia atrás.

En algún momento de aquel segundo terrorífico, los del Confital se daban cuenta de lo que estaba sucediendo y todos a una se lanzaban a correr hacia el coche y entre todos comenzaba una lucha contra el coche y su virgen del Carmen, que querían ir hacia atrás mientras que ellos querían que subiera aquel tramo de la cuesta. La gente empujaba por detrás, veinte, treinta fieles, mientras gritaban y como siempre, en algún balcón, alguien le cantaba a la virgen y al final de la cuesta, Yola, su madre y las amigas de su madre se descojonaban a carcajada limpia, aquel era el segundo momentazo de fervor religioso del día, uno impagable, que podía haber salido de alguna película de los hermanos Marx.

Los gritos de los que empujaban, intentando sincronizarse para conseguir su objetivo, se mezclaban con los gritos de los espectadores, a ambos lados, en las aceras, llenas de gente que estaba allí para ser testigos de esto. Cuando, tras un esfuerzo titánico, lograban llevar el coche y a su virgen a la parte llana que seguía a la cuesta, tronaban los aplausos y los gritos a la Virgen, a la que poco menos que consideraban la artífice de un milagro que no había ocurrido. Con todo el mundo sudado, la procesión necesitaba al menos dos minutos para recuperarse, para que el motor del seiscientos volviese a responder y para que todos se pusiesen en sus puestos. En este tramo de la procesión no les dejaban hacer alfombras de serrín, quizás porque sabían que con serrín en el suelo, aquello se convertiría en una misión imposible.

Yola, su madre y sus amigas aprovechaban aquella parada para salir corriendo por la calle Luján Pérez hacia el tramo final, totalmente cubierto con alfombras y en el que Marilola la Tetúa siempre le cantaba a la Virgen y se acaba montando otro sarao.

Continúa en Una historia de verano – 5 –


3 respuestas a “Una historia de verano – 4 –”

  1. Has tenido muy buena idea escribiendo este relato, porque te sirve para recordar lugares y calles tan conocidas por ti… 🙂
    Salud

  2. Y para tener contenido para YO NUNCA, que a base de provocar recuerdos encuentro historias. Y además, Maléfica se pone caliente como una burra, que también es bueno.