Una historia de verano – 7 –


Comenzó en Una historia de verano – 1

A Yola le encantaba ir a la casa de su abuela, que también vivía en la Isleta, pero en la zona digna, donde las casas terreras, concepto usado en las Canarias para definir las casas familiares generalmente de una sola planta. Yola solía almorzar al menos dos o tres veces por semana allí, con la abuela, el abuelo y el resto de la familia y la abuela les preparaba comidas increíbles.

Los fines de semana iba a veces y un día, al llegar, se encuentra allí a su abuela, su madre, su tía y una vecina, todas histéricas pa’l coño. Todas aquellas mujeres estaban gritando, alteradas y agitando los brazos sin control y todo eso, delante de la puerta del baño grande, en el pasillo junto a la puerta del patio de las flores, que estaba cerrada. Todas miraban hacia el patio.

Yola supuso que miraban la jaula de los canarios de la abuela, pero no, miraban por todos lados pero por el cristal de la puerta. Su abuela la vio.

– Yola, entra al patio y mata los ratones – le dijo

– ¿Qué ratones? – preguntó Yola

Los que se me metieron en la casa en el saco de papas que mandó el tío Salvador – dijo la abuela – Chacha – gritándole a la madre de Yola – mete a la chiquilla en el patio y que los mate, dale el cepillo de barrer y que no salga hasta que los mate

Pero abuela – d ijo Yola

Ni abuela ni ná. Entra ya en el patio.

La madre de Yola fue a abrir la puerta mientras la chiquilla miraba aprensivamente y se preguntaba por qué, entre todas esas viejas, habían decidido que ella era la única que no le tenía miedo a los ratones, que ella estaba igual de aterrorizada que ellas.

Pero qué haces, subnormal – gritó la abuela

Voy a abrir la puerta para que entre la chiquilla – dijo la madre

Estás loca. Si la abres se escapan. Abre la ventana del dormitorio y mete a tu hija en el patio por ahí y después cierra la ventana, que aquí no se abre nada hasta que los ratones estén muertos – dijo la abuela

Yola estaba por comenzar a llorar y ya se cagaba en el momento en el que decidió ir a casa de la abuela para ver si le daba dinero para golosinas. La madre la trincó del brazo y la arrastró al dormitorio, abrió la ventana, la aupó y le dijo que bajara al patio. Como siempre, el patio estaba lleno de macetas, con muchísimas flores y en el medio de todo aquel vergel, una jaula gigantesca llena de canarios, algunos cantando, otros piando y todos excitados porque la presencia de la niña igual significaba que les limpiaban la jaula, que los papeles de periódico de la bandeja ya estaban llenos de mierda y de restos de la comida, que ellos tenían sus comederos y sus bebederos.

Yola comenzó a mirar por las macetas, con muchísimo cuidado, sujetando el cepillo que la madre le tiró por la ventana antes de cerrar, pero allí no se veía nada. Afuera, en el pasillo, la abuela, la madre, la tía y la vecina, le gritaban dándole órdenes, pero con la puerta cerrada lo único que se oía era el barullo.

Junto a la jaula había una maceta grandísima con cuatro patas y miró debajo de esa pero tampoco había nada. Hizo una ronda por el patio y por ningún lado había ratones. Miró hacia la ventana de la puerta del patio y les gritó que allí no había ratones. La abuela fue al dormitorio, abrió la ventana y le gritó:

Mueve las macetas, totorota, que seguro que están debajo de alguna – dijo la abuela – Y hazlo rápido, que yo con esta angustia no puedo preparar el almuerzo y como tu abuelo entre de la partida de cartas de la calle y no lo tenga listo, ya verás la que se monta.

Si Yola antes tenía miedo, ahora era pánico, pánico a que uno de los ratones le saltara y la mordiera, pánico a morir allí, en el patio de las flores y a que nunca jamás sacaran su cuerpo, que su abuela prefiere el pestazo de un muerto a un ratón.

Decidió comenzar por la zona pegada a la puerta del patio. Movió la primera maceta y no había nada. Siguió con las otras, una a una, mientras por la ventana, intentaban controlarla, aunque tenían un ángulo de visión muy escaso, así que todas las mujeres se movieron al comedor y la miraban desde la ventana de allí. Cada maceta que movía y en la que no había ratón le daba confianza, la hacía creer más y más que su abuela se había equivocado y allí no tenían ratones. Poco a poco iría avanzando y finalmente podría salir y marcharse.

Movió la siguiente maceta y un ratón salió corriendo despavorido. Yola comenzó a gritar a pleno pulmón. La abuela comenzó a gritar. La madre comenzó a gritar. La tía comenzó a gritar y a darle golpes a la ventana y la vecina comenzó a gritar y a correr en dirección a la calle para ir a la tienda de Lucianito y contarle a todo el mundo quién tenía ratones en su casa.

Cuando Yola por fin se calmó, siguió la ruta del ratón y descubrió que estaba intentando esconderse por debajo del lateral de un plato que había bajo una maceta. Con el cepillo en la mano, puso la mayor distancia posible entre ella y la maceta con el ratón y con el palo del cepillo, empujó la maceta y cuando el ratón comenzó a correr, la chiquilla reaccionó dando cepillazos en el suelo intentando pillarlo.

El ratón hasta gritaba mientras corría y ella también gritaba y todas las mujeres, salvo la vecina que se fue a criticar, gritaban y Yola intentaba seguir al ratón mientras daba palos con el cepillo, sin saber muy bien lo que estaba haciendo hasta que de alguna manera, consiguió darle al pobre bicho, que se quedó quieto, moviéndose ligeramente y todas las mujeres desde el pasillo comenzaron a gritar aún más ordenándole que lo golpeara, que le diera y le diera y le diera hasta asegurarse que había muerto.

Yola no podía pensar, aquello era como una pesadilla y esperaba despertarse en cualquier momento con la cara pegada a la tabla que le pusieron en su cama para que dejara de caerse por la noche, que la chiquilla es que no ganaba para hostias al caerse de la cama y su padre estaba hasta los güevos de los gritos y los lloros de madrugada, bueno, él y todos los vecinos, que con los ladrillos de papel de las casas baratas los gritos los podían oír todos. Finalmente el ratón dejó de moverse.

Continúa en Una historia de verano – 8 –


2 respuestas a “Una historia de verano – 7 –”

  1. Que te ha dado a tí esta semana con historias de bichos repugnantes? Voy a contar yo otra anécdota mía con estos seres del infierno (junto con los mosquitos). En mi época de estudiante los fines de semana curraba en mi tierra de infancia, no en la ciudad donde estudiaba, así que volvía a mi casa, y allí estaba sola. El caso es que entró un ratón por la puerta que da al patio trasero, por supuesto yo me subí a la encimera de la cocina, y en un alarde de valentía cogí el palo de una escoba y conseguí encerrarlo en el baño acercando la puerta. Era el único baño. Me pasé el fin de semana yendo a ducharme y demás a casa de la vecina (que ya me dijo que ni de coña entraba a matar al bicho)… después de un día conseguí convencer a mi tía de que viniese a hacer de exterminadora. Total: escoba, guantes…no llevaba casco porque no tenía uno integral… abre la puerta como si fuese a desactivar una bomba, yo me alejo al otro lado de la casa (porsiaca) y de repente empieza a escojonarse de forma incontrolable. El ratón se había caído al retrete, no había podido salir y allí estaba muerto. Tiró de la cadena y listo. Y yo me pasé varios fines de semana sin apoyar el culo en el váter no fuera a ser que volviera el ratón buceando….