Visitando al Turco


Ayer me aventuré en la capital de papel del reino, Amsterdam, ya que donde se cuece todo y donde está el poder de los Países Bajos es en la Haya, ciudad que pese a serlo de hecho, no se considera la capital y se deja ese honor para Amsterlandia, pero un honor vacío, sin nada de nada, salvo por el antiguo palacio Real en el que de cuando en cuando hacen banquetes a julays supuestamente importantes que visitan estas tierras tan por debajo del mar. La razón era visitar a mi amigo el Turco, que había llegado la tarde anterior de dos semanas en Turquía y debe hacer cuarentena, con lo que teóricamente no puede salir de su casa, aunque después, como no te controlan en el aeropuerto, esto depende totalmente de ti. En días soleados y bonitos, él se viene a mi casa, salimos con las bicicletas (que yo guardo la suya en mi chabola de las bicis) y después hacemos una barbacoa, pero como ayer sabíamos que el tiempo sería una mielda pinchada en un palo, le dije que yo me pasaba por allí. Mirando la cantidad considerable de opciones que tengo para abrigarme, elegí una parka para no llevar la mochila, puse un pantalón de lluvia en la bolsa de la bici y como la parka tiene unos bolsillos gigantescos y casi dantescos, todo lo que quería lo podía llevar conmigo. Salgo de mi casa, voy a medio camino de la estación de tren central de Utrecht y en mi cerebro se despierta una neurona dormida y me doy cuenta que la mascarilla está en la mochila. Hago un giro de ciento ochenta grados y vuelvo a mi casa a recoger mi mascarilla, la banda de silicona que uso por detrás del cuello para agarrarla, ya que a mí lo de usar los orejones me molesta un montón y ya que estaba, cogí un par de caramelos para tener algo que chupar en el camino. Volví a andar el camino previamente desandado y finalmente llegué a la estación de tren, bastante vacía, como la ruta, porque poco a poco aquí el drama de la segunda ola va calando y la gente se está recogiendo más y más, sobre todo por la sensación que tenemos que el gobierno improvisa tanto o más que otros y por ejemplo, con las mascarillas, solo son obligatorias en el transporte público y la semana pasada el gobierno ha dicho a las empresas que ellas pueden o no decidir si son obligatorias para acceder a las mismas, con lo que puedes estar en un centro comercial en el que no hay que llevar mascarilla y quieres entrar a tu tienda favorita de ropa chichona y te la tienes que poner porque para ellos es obligatorio y en la siguiente tienda vas a cara descubierta y después te acercas a comprarte un helado y te obligan de nuevo a ponértela. Esto es de locos y todos, todos, todos en el país claman al gobierno para que sean ellos los que definan la norma pero como dijeron en marzo que las mascarillas no servían de nada y sus expertos siguen erre que erre conque no sirven de nada, los expertos no cambian su opinión y el gobierno está entre la espada y la pared, ya que si ellos dan la orden, será una consideración política y no de los supuestos expertos, esos que se ganaron el título en una tómbola de bingo periférico, ya que nunca antes hubo una pandemia así y ellos tampoco parecen ser capaces de explicar como es posible que te digan que no son necesarias pero sí son obligatorias en el transporte público.

Como iba a casa del Turco, que está en el centro-centrísimo de Amsterdam, a cien metros de la keli de Anna Frank, que siempre que estoy allí y meo pienso que comparto cloacas con la chama, obviamente en un tiempo distinto porque ella ya no vive allí. También es como una calle por detrás del Palacio Real. Por eso y teniendo en cuenta la lluvia, mi cerebro infravalorado determinó que en lugar de mi ruta habitual de tren a la estación de Amsterdam Amstel y desde allí metro hacia el centro, me era más conveniente ir en tren hasta Amsterdam Zuid (que vimos hace unas semanas en cierto vídeo de aterrizaje alucinante) y desde allí iba en la nueva línea de metro hasta Rokin, que está cerquita de la keli del Turco. En el tren íbamos cinco en el vagón y uno estornudó con su mascarilla puesta y los demás vimos la luz al final del túnel y comenzamos a tararear nuestros propios réquiems, que así es la paranoia actual. El metro también iba bastante vacío y tenía cuatro asientos para mí. Al salir de la estación, opté por seguir usando la máscarilla en la calle, por provocar, que la gente te mira como si estuvieses chiflado y yo los miro con ojos de terrorista musulmán de mielda sin mochila con explosivos pero con una parka que igual ya los oculta y según sienten la intensidad de la mirada, bajan la cabeza y como que se encogen, algo similar a los truscolanes cuando declaran independencias de siete segundos y salen por patas en portabultos de coches.

Llegué a la keli del Turco y se descojonó de mi cuando abrió la puerta, aunque él y yo somos de los pocos holandeses que hemos estado en países en donde el uso de mascarillas es obligatorio en la calle y lo hemos hecho durante periodos largos de tiempo. Mi amigo quería ir al cine, que es una actividad que yo diría que no encaja muy bien con la cuarentena que no te han ordenado por dejadez del gobierno, que no pone a funcionarios en el aeropuerto a recoger los papeles que nos obligan a rellenar ni te informan de que la tienes que hacer. El problema es que con las reglas que entraron en vigor la semana pasada, la capacidad de las salas de cine se ha reducido a TREINTA julays por película y sesión y un domingo por la tarde, ya está todo AGOTADO, al menos las pelis más interesantes, así que optamos por ver una que se estrenó en una de esas directamente onDEline llamada Greyhound, con Tom Hanks y de la que no haré crítica porque no la vi en un cine, pero puedo recomendar y recomiendo a cierto Ancestral que la busque y la vea porque es de la Segunda Guerra Mundial, con barcos y submarinos y está muy bien. Tras acabar la peli, salimos a dar un paseo (toma cuarentena del Turco) y fuimos a un restaurante de su país del que me ha hablado en varias ocasiones pero estaba cerrado. Los llamó y le dijeron que ya iban para allá a abrir y que mejor nos esperábamos tomando un cafelito en algún lado, lo cual hicimos. Volvimos al sitio y como siempre con el Turco, dice que no va a pedir demasiado y acabamos con una sobredosis de platos que alguno ha visto en los estados de mi Güazá. Después de cenar volvimos a su casa y él quería ver un partido de la liga turca de su equipo favorito y yo elegí ponerme a cambiar un montón de focos halógenos que tiene su casa y que siempre que voy allí me pongo enfermo pensando en la cantidad de vatios que se están tirando a la basura y como mi amigo compró diez de esos LED pero después como que dejó la caja en la que los recibió sobre la mesa y ya considera que es ecológico, yo opté por hacer el trabajo (y lo hice) en un ratito y aún me quedó tiempo para ver más de medio partido que no me interesaba. Ya por la noche, nuestros caminos se separaron y yo volví a mi casa siguiendo la secuencia inversa, primero en el metro hasta Amsterdam Zuid y después en tren hasta Utrecht Centraal, de nuevo con ambos casi vacíos. Me acordé que necesitaba algunas cosas del super y como abren hasta las diez de la noche, entré en los últimos quince minutos y las compré, cuando allí dentro no hay nadie salvo los empleados que reponen y limpian.

Y así pasé un día de esos de otoño en los que si no te pones un objetivo, te quedas pegado al sofá en tu casa y no te mueves, aunque un servidor, que es un ser de naturaleza obviamente superior, se despertó a las ocho de la mañana miré en el teléfono los programas que indican la lluvia y como no empezaba a llover hasta las nueve y cuarto, salí por patas a ponerme la ropa de correr y me fui a correr a esas horas de la mañana y el único cambio que hice fue alterar la ruta (que no la distancia) para estar siempre a menos de dos kilómetros de mi casa por si cambiaba el viento y llovía antes poder volver a casa, que ir a correr con una ducha de agua a nueve grados os puedo asegurar y os aseguro que no mola nada.

,

5 respuestas a “Visitando al Turco”

  1. Y me parece que podría terminar la entrada con algo así como, «Y así va transcurriendo la vida sacrificada de un comequesos feliz en el paro» 🙂
    Salud

  2. que descontrol con lo de las mascarillas no?
    En mi edificio han puesto avisos bien grandes hasta en el ascensor para que no te pase lo de olvidarte de cogerla, y sobre todo que no se te ocurra sacártela dentro aunque vayas solo, ya que es un espacio mínimo con más mínima ventilación. Aquí tendrías que llevarla puesta hasta para salir a correr o andar en bici. Personalmente lo prefiero, uso mucho el transporte público (que han puesto geles en todos los buses) y voy mucho más cómoda sin que nadie me respire encima (eso ya antes del coronavirus, que alguno habría que desinfectarlo por dentro para sacarle olor a podredumbre). Es un coñazo en mi trabajo, multiplica los tiempos y estoy saliendo mucho más tarde de lo que podría antes de tener que hacer desinfecciones y ventilaciones varias… es lo que hay.

  3. Aquí hoy han dicho que en base a los análisis que se están haciendo, casi todos los que trabajan en hostelería están infectados, con lo que ir a un restaurante o un bar es una ruleta rusa. Eso sí, ni los empleados ni los clientes usan máscarilla.