Volviendo a casa al alba


Las casualidades de la navegación por Internet igual te han traído hasta aquí desde lugares desconocidos. Este es el último capítulo del relato de un viaje. Si quieres leerlo desde el comienzo, tendrás que saltar a Vueldone con Vueling y al final de cada anotación encontrarás un enlace al siguiente capítulo.

Por lo general intento conseguir billete para volar a horas normales. No siempre es posible y en contadas ocasiones tengo que ir al aeropuerto a horas muy tempranas. Mi regreso desde Madrid estaba previsto para las seis de la mañana, llegando a Amsterdam sobre las ocho y desde allí directo a la oficina para dormitar en mi despacho. El problema es que para salir a esa hora hay que ir al aeropuerto un tiempo antes y como resultado de ello, a las cuatro menos cuarto estaba en la calle. Madrid a esa hora está desierta. Unos pocos taxis y nada más. Me sentía raro recorriendo esas grandes avenidas a todo meter sin que se nos cruzara nadie. El taxista me contó que prefería trabajar en ese turno por el tráfico, porque al menos podía conducir y no tenía que sufrir atascos. Me dijo que es un poco más peligroso pero nada que la barra que lleva junto a él no pueda solucionar. En veinte minutos estábamos en la T4 del Aeropuerto de Barajas. Me deseó un buen viaje y desapareció mientras yo entraba en aquel inmenso templo casi desierto. ?ramos solo un puñado de personas y todos estábamos en los mostradores de Vueling. Aparentemente Iberia no tiene aviones volando antes de las siete. Había un pequeño corro formado por un rebaño de orcos, una banda de gandulas y gandules con piercings en los labios, en las cejas, en las mejillas y por todos lados. Uno solo de ellos estaba en la fila para facturar las maletas pero al parecer les guardaba el sitio a los otros quince. Los que hacíamos cola no estábamos muy conformes con esto pero lo mejor fue cuando abrieron tres mostradores adicionales y ellos quedaron bloqueados por las cintas que separaban las filas. Nos colamos todos y los dejamos allí indignados. Después de facturar me perdí por la T4 haciendo fotos. El sitio completamente vacío da mucho juego, es como una estación espacial.

Pasé el control de seguridad aunque no me dio la impresión que sea muy seguro. Lo que más me llama la atención es que la gente que trabaja allí son de una empresa de seguridad privada, creía que la seguridad estaba a cargo de las fuerzas de protección del Estado pero parece ser que no. Crucé y caminé completamente solo hasta llegar a una máquina de café, donde me serví uno y me senté en un rincón a dormitar durante una hora. Alrededor de los aviones de Vueling un pequeño ejército de trabajadores los ponía a punto y los revisaba para que estén en perfectas condiciones a la hora de salir. A la hora de entrar todo el mundo se abalanza para ser los primeros en pisar el avión y la chica que comprobaba las tarjetas de embarque nos fue entrando por orden inverso, primero los de la parte trasera del avión y al final los de la delantera. Lo anunciaron en inglés y en español pero debe ser un concepto muy difícil de comprender porque algunos lo intentaron y lo intentaron y lo intentaron sin éxito. Los orcos estaban en ese grupo persistente que quería pasar y que eran rechazados porque sus números de asiento no se correspondían con el rango de los que estaban haciendo el embarque.

Una vez todos dentro, tuve suerte y a mi lado había un asiento libre. Volábamos en un avión llamado Elisenda Masana, la pasajera número cinco millones que inmortalizó su nombre en un Airbus. Me coloqué el collarín para dormir y no recuerdo ni el despegue. Cuando abrí los ojos eran las siete y pico de la mañana y por la ventanilla pude ver París. Aterrizamos en la pista de Schiphol que está en el polder, a ocho kilómetros del aeropuerto. Espero que acaben pronto la terminal que están construyendo allí porque eso de llegar y pasarte veinte minutos dentro del avión hasta que llegas al aeropuerto cruzando autopistas y campos enormes no me gusta mucho.

Mi maleta salió de las primeras. Mientras la esperaba me compré el billete de tren y aproveché para comprobar mi correo con el teléfono. Al llegar a Schiphol siempre tengo la sensación de que he llegado a casa. Como iba con tiempo en lugar de irme a la oficina salí directo a mi casa y me di una ducha y me cambié de ropa antes de coger la bicicleta y salir para el trabajo. Así fue como acabaron estas vacaciones en Madrid, Segovia, Salamanca y Ávila.

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4 respuestas a “Volviendo a casa al alba”

  1. Tenía prisa por acabarlo porque esta semana me voy a Roma cuatro días y no quiero que se me mezclen los recuerdos. Yo también me siento en casa en los aeropuertos de Rotterdam y Eindhoven pero mucho más en Schiphol.

    Mis padres van a Bilbao en Septiembre u Octubre y a lo mejor los veo por allí y de paso visito esa parte del país. No sé por qué, creo que Bilbao puede ser una ciudad que me encante.

  2. Dear Sulaco;
    Yo siento lo mismo cuando piso Gatwick (Londres). Hace una semana volvi a Dublin y pude releer una frase que hay escrita en el museo Guinness que dice: » Uno no es de donde nace, sino de donde se siente entendido» .

    Fue una placer el viaje que, aunque breve, estuvo lleno de pequenas anecdotas y cientos de fotos. Me quedo con la voracidad y rapidez con que fotografiamos todo, como si lo fuesen a derribar al dia siguiente para construir pisos de 30m cuadrados y llenarlos de chinos y sudamericanos, locutorios y tiendas de todo a un euro (donde casi nada vale eso!!??!!).

    Ah! Despues de la T4 todavia me diras que no te gustan los aeropuertos !! (sigh)
    Yours sincerely,
    M

  3. La T4 ha sido toda una sorpresa. No comprendo como algo tan feo por fuera puede ser tan bonito, sereno y a la par majestuoso en su interior. Mi aeropuerto favorito sigue siendo Schiphol porque está hecho para humanos que viajan y el rincón con el piano no lo cambio por nada del mundo.

    Tendremos que organizar otro viaje de estos relámpago. Extremadura, Castilla la Mancha o Andalucía.

    También tengo que volver a Irlanda. Me supo a poco la vez que estuve allí y quiero más.