Westworld


Cuando se acabó True Blood, de la que creo que hablaré mañana porque no sé ni como se me había podido olvidar, todos mirábamos desconsolados a la HBO porque se nos iba uno de los mejores productos televisivos de la historia del universo. Por suerte tenían algo muy especial preparado, toda una serie basada en el libro del fabuloso y añorado Michael Crichton llamado Westworld y yo fui de los que desde el primer día me enganché a ver esa serie que tanto aquí como en España se ha titulado Westworld, aunque al parecer en España cambian la frase del free will is not free por la más sencilla y directa de truscoluña no es nación.

En algún momento del futuro no especificado, los julays más avanzados han creado un parque temático del lejano oeste con androides igualitos, igualitos que cualquier hijo de julay en el que la gente va para tener espectaculares aventuras o echar un kiki, solo que las cosas se empiezan a complicar y retorcer cuando los androides se dan cuenta que los resetean cada rato y empiezan a buscar su propia libertad, o algo así.

Llevamos cuatro temporadas y ya hemos dejado muy atrás la historia del libro de Michael Crichton y en la versión de serie televisiva, la hemos superado mil millones de veces y quizás alguna más. En la serie, durante las cuatro temporadas que hemos visto hasta ahora, se tratan temas muy serios y con mucha profundidad, como la definición de persona, lo que nos hace humanos, la forma en la que nuestros instintos siempre sacan lo peor de todos nosotros. La serie no es para esos que buscan entretenimiento sencillo, te obliga a pensar, a atar cabos, a tomar partido, te fuerza a identificarte con unos protagonistas y a odiar a otros y en la cuarta temporada, la guerra, porque lo que tenemos es una guerra entre humanos y androides que quieren ser libres, escapa del parque y llega a nuestro mundo en el futuro y será cruenta y espectacular. Esta serie es una joya, sigue siempre su ritmo, sus temporadas son cortas y muy intensas y hay que prestar mucha atención para no perderse nada. Hay, sobre todo en la primera temporada, una cantidad considerable de desnudos, algo a lo que en la serie no se le da mucha importancia porque los androides no saben nada del concepto de pudor. Entre los protagonistas tenemos a un maravilloso Anthony Hopkins y a un fabuloso Ed Harris, uno como humano y el otro como androide.

Esta no es una serie para descerebrados y gente que ha perdido la capacidad de razonar ni para podemitas, que son escoria de la peor y prefieren más el verdulerismo y mariconeo zafio de Telajinco.


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