¡Espabila totorota!


Uno de los días que estuve trabajando en Nijmegen un compañero de la oficina me invitó a su casa a cenar. Es uno de esos holandeses rubios de metro ochenta y cinco del que podría escribir un libro solo con las cosas que me ha contado. A veces me da la impresión que algunos se inventan sus vidas porque es la única forma de creer lo que te dicen.

Volviendo al tema, como estaba en la zona quedamos que después de trabajar iría por su casa. Con las prisas no pude comprar ningún regalo así que cuando acabé programé mi GPS para que me llevara a un supermercado supuestamente a un kilómetro de la oficina y sigo sus indicaciones. Llego al lugar y aquello es un barrio de viviendas de clase media sin supermercado alguno. Un grupo de gente me ve dando vueltas con la bici y les pregunto por el supermercado que según mi GPS debería estar allí. Se parten la polla de risa. Me dan indicaciones para ir al centro comercial que está en la estación de tren. Paso de la tecnología y sigo las instrucciones humanas con tan mala suerte que después de quince minutos vuelvo a encontrarme con esta gente. Aparentemente he hecho un círculo completo y no he visto el jodido supermercado. vuelvo a intentarlo y esta vez combino las indicaciones con la tecnología. Me encuentro cerca de mi objetivo cuando delante de mí veo dos bicicletas, una con una señora y la otra con su hijo ya mayor. Ella pedalea normalmente pero él va haciendo eses y todo tipo de extrañas maniobras. Ocupan completamente el carril bici y parte de la carretera por lo que miro detrás de mí, veo que no viene ningún coche y me pongo en la mitad de la carretera para pasarlos. Rebaso a la mujer sin más problemas y ella cuando me ve le grita a su hijo que tenga cuidado y se eche a un lado. ¿Qué hace él? No lo que yo esperaba. Yo voy a una velocidad superior a la suya y adelantando por la izquierda y el muy totorota en lugar de echarse a la derecha hace un giro brusco hacia donde yo me encontraba. La Macarena, mi bicicleta mágica y portable se lo comió de una tacada y se empotró en la rueda trasera del tipo deformándole todos los radios. Nos paramos y procedimos a efectuar una evaluación de daños. La mujer me estaba echando una bronca de cuidado a mí, que no tenía culpa ninguna, todo porque su hijo es mongólico y no me refiero a aquellos que pertenecen a la raza mongólica sino a los que padecen mongolismo. Aparentemente yo debo saber eso con antelación y evitar adelantarlos dejando más de un metro de distancia con ellos. ?l no tiene culpa ninguna de haber nacido así pero yo no la tengo por el accidente. Ella se podía haber mordido la lengua y yo los habría adelantado sin que se enteraran pero cuando lo avisó destapó el frasco de la incertidumbre. La mujer ha decidido descargar todas sus frustraciones conmigo y me echa un masque de cuidado del que no entiendo ni la décima parte porque su acento no es el que yo suelo escuchar. El hijo reconoce que fue culpa suya pero a ella no le gusta ese final. Intenta culparme a mí una y otra vez hasta que agota mi paciencia. La corto en seco y fuerzo un cambio de idioma en la conversación. Se acabaron las buenas maneras. Compruebo que mi bicicleta no ha sufrido ningún daño y le digo que en lo que a mí respecta, tiene suerte porque si no tendría que repararme los daños. Continúo mi camino y los dejo atrás, rumiando maldiciones en neerlandés. Por suerte el supermercado está cerca y en una tienda de vinos que hay en el lugar puedo comprar una botella para regalar en mi visita.

No es el único incidente que he tenido recientemente con la Macarena. Un par de semana antes voy hacia la estación el lunes por la mañana igual que siempre. Escucho un audiobook y disfruto con el aire fresco del amanecer. El viaje transcurre sin problemas y ya casi he llegado a la estación. En ese tramo final el carril bici es de doble sentido. Voy por mi carril y veo que viene un tipo de frente hablando con el móvil y despistado. Hay una curva en la que nos encontraremos. El hombre no sé donde coño mira pero no lo hace hacia la carretera. Es uno de esos jóvenes descerebrados que trabajan de dependientes en las tiendas de ropa y que son todo sonrisas hasta el momento en el que pagas y después si te he visto no me acuerdo. Comienzo a echarme hacia la derecha porque me lo veo venir pero decido no pararme. En la curva chocamos. Mi volante golpeó el suyo. En la milésima anterior al impacto se dio cuenta que yo existía y trató de evitar el golpe pero ya era muy tarde. Yo había quitado la mano de ese lado del volante y las leyes de la física se emplearon a destajo moviendo transformando energía cinética. ?l fue quien salió peor parado en el accidente. De nuevo mi bicicleta no sufrió ningún daño. El tipo se disculpó un par de veces y me preguntó si estaba bien. Mi tren salía en unos minutos y por suerte no me pasó nada así que seguí mi ruta. Desconozco si su bicicleta quedó bien.

Es curioso que en un intervalo de dos semanas haya tenido ambos accidentes y en los seis años anteriores prácticamente no me haya pasado nada. Debo tener mis chacras cerradas.


3 respuestas a “¡Espabila totorota!”

  1. Yo opino que deberías comprarte una cadena e ir sacudiendo a los infractores del orden cósmico que se dedican a dar por saco en los carriles bici, verás como se apartan.

  2. ¿No has pensado en ponerte pinchos en las ruedas, a lo Ben Hur? ¡¡A ver quien es el guapo que se arrima a la Macarena entonces!! 🙂

  3. He pensado en ponerle unas ristras de ajo por los lados y un rosario de madera grande en el volante para que la gente se asuste y la respete.