Ya casi hemos llegado. Puedo oler esas tres letras mágicas que concluirán esta sucesión desafortunada de eventos. Me preocupa que no seas capaz de encontrar el camino entre tanta letra sin ton ni son así que te quiero indicar la ruta y para ello deberás retroceder a Memorias de Sudáfrica. Camino al fin del mundo y después seguir con Por fin en uMhlathuze, Mi vida en uMhlathuze, Es un mundo lleno de zulúes , Hluhluwe Imfolozi Park, Greater St. Lucia Wetland Park, Richards Bay y una cena para recordar, Richards Bay – Martes negro, Richards Bay – miércoles de calvario y finalmente llegarás a Richards Bay – jueves de pasión.
Me levanté más excitado que las amígdalas de Garganta Profunda y tarareando el Siete Horas de Bebe. Me duché, obré por última vez en aquel retrete e hice la maleta. Fui a desayunar saltando como como un cabrito de contento. Me empaqué a comer: huevos revueltos, tostadas, salchichas, panceta de cerdo, zumo, café con leche, cereales y yogur. Me tuvieron que sacar de la mesa a rastras porque estaba que no podía moverme.
El plan era sencillo: si no sucedía nada antes de las doce de la mañana me podría marchar. Si había un problema, por pequeño que fuera, me tenía que joder y quedar otra semana. Una mente maquiavélica como la mía a estas alturas ya no se permitía errores y decidí jugar sobre seguro. Tras más de una semana y media en Sudáfrica ya conocía más o menos como pensaban los zulúes y cuales son sus puntos débiles. Camino de la oficina del cliente le pedía al colega que me llevara a una tienda. Compré una caja de bombones para cada operadora y otra para la chica de seguridad. Hice lo mismo con las operadoras del otro cliente. Pensé en flores pero no estaba muy seguro de que funcionaran. Anteriormente había visto que los zulúes tienen muy desarrollado el instinto de la propiedad y que les gusta recibir regalos. Cuando le di a la vigilante los caramelos Fisherman’s Friends, los guardó sin echar una mirada a las demás y jamás les ofreció uno y desde ese momento yo obtuve ventajas muy evidentes en mi trato. Lo mismo pasó cuando le regalé a otra de las chicas una moneda de un euro. Así que opté por el chantaje emocional que esto no podía fallarme.
Llegamos a las oficinas y mientras mi colega se iba a la sala de servidores yo regalé los bombones. Una caja para cada una y otra para la que me permitía pasar sin ningún control. Cada una de las cajas envuelta en papel de regalo. Desaparecieron en milisegundos de la vista y todas se desvivieron en atenciones hacia mí. Les expliqué de una forma clara y sencilla que si se producía algún problema ese día y yo no me podía marchar, tendrían que devolverme los bombones. Me aseguré de que captaran el concepto. Después de eso me fui a despedirme de los jefes. Me di el paseo de rigor por la planta de los directivos estrechando manos y escuchando buenos propósitos. Todo el mundo parecía encantado de la vida porque los problemas se habían solucionado. Yo parecía ser el único que dudaba pero lo cierto es que comparado con el sistema que me encontré, aquel era mucho más estable y gracias a pequeñas modificaciones las chicas podían hacer su trabajo más fácilmente. Allí todo el mundo daba por supuesto que volveré para la segunda fase, término con el que se refieren a las inversiones programadas para el año 2006 en las que incorporarán una nueva tanda de aplicaciones de mi empresa y lo complicarán todo aún más.
La despedida de las chicas fue muy tierna, con todas cantando algún tipo de canción zulú tradicional y despidiéndonos en zulú. Les prometí que las llamaría de vez en cuando para hablar con ellas y he cumplido mi promesa.
Nos fuimos al otro cliente, los que usaban nuestro servidor para otras cosas. Por allí también todo estaba tranquilo desde que les prohibimos eso. Les di a las chicas su regalo y les conté las condiciones para recibir el mismo. Mientras hacía la gira de los gerentes y estrechaba manos a diestro y siniestro me mandaron un mensaje al móvil dándome las gracias. En el caso de este cliente también tenían que ampliar la memoria de varios de los equipos y allí todo el mundo juró por las bragas de Madonna que así lo harían. Ya eran las diez de la mañana y solo quedaban dos horas hasta que pusiera tierra de por medio. Sobre las once nos despedimos de la tropa para ir al aeropuerto. Con sólo tres vuelos regulares al día no es que sea un lugar muy concurrido pero uno nunca sabe y como sigan el black empowered podemos tener algún problemilla. La segunda despedida fue tan entrañable como la primera solo que estas no me cantaron. Siempre tuve más confianza con las otras.
Al llegar al aeropuerto nos ponemos en la cola para facturar. Esto suena normal pero no lo es. Se trata de un avión con cuarenta asientos, así que dice muy poco del aeropuerto el que haya cola cuando casi no tienen que hacer nada. Al llegar mi turno la chica me dice que no encuentra mi reserva. ¡Plof! Ese fue el sonido de mis huevos al desprenderse. Llamé a Holanda a la agencia que nuestra multinacional tiene contratada y les expliqué en pocas palabras el problema. Una vez lo comprendieron también les dije que como yo no saliera de allí, mejor se marchaban del país porque volvería dispuesto a liquidarlos a todos. Desde los Países Bajos llamaron a la aerolínea y en diez minutos estaba todo solucionado, mi maleta facturada y mi móvil sobre la mesa junto a una cerveza de medio litro. Todos los pasajeros estaban en el bar bebiendo y fumando. En la media hora que tuvimos que esperar nos tomamos un litro de cerveza. Allí todo el mundo hablaba y miraba las oscuras nubes que cubrían el cielo. Algunos pensaban que el viaje sería movido y otros que no pasaría nada. Nos llamaron para pasar el control de seguridad y entrar en el avión, que todo se hacía de un tirón. El control fue de risa porque pitaran o no pitaran los arcos los policías te dejaban seguir. Nos fuimos andando al avión. Antes de despegar la mitad del pasaje ya había ido al baño, un pequeño cuarto con una puertita plegable situado en la parte delantera. El piloto nos dijo que no había que preocuparse, que no habría muchas turbulencias y a falta de otra cosa tuvimos que creer en su palabra. Cuando el avión comenzó a correr y nos alzamos sobre el lago que está junto a la ciudad, respiré tranquilo. Richards Bay era historia y comenzaba la vuelta a casa.
Sólo queda un episodio y habrá terminado todo. No te detengo más, salta y corre hacia Aeropuerto de Johannesburgo y un salto de once horas
5 respuestas a “11. Richards Bay – Todo comienzo tiene un final”
la pregunta estúpida del día, pero es curiosidad pura: cuanto cuesta una caja de bombones en Sudáfrica??
Fantástica la historia.
La historia acabará hoy con un capítulo gigantesco que por motivos de continuidad comienza en el avión que me llevaba a Johannesburgo. Lo hice todo de un tirón y después los corté en dos y por eso este pobre está medio cojo.
Me gasté unos diez euros por caja de bombones, dinero con el que en ese país te puedes ir a un restaurante lujoso y pedir un plato que estará de morirte o encochinarte en un restaurante normal con kilos de comida y alcohol a destajo.
Mi empresa ya me ha pagado el dinero de los bombones y ahora le explican a mis colegas de oficina que deben ser más creativos a la hora de trabajar y resolver problemas de esa forma.
Has ido alguna vez a El Hierro en avión?, perdón avioneta, juas
No, pero he hecho un viaje en un ATR42 entre Ámsterdam y Nuremberg en el que el julandrón del azafato acabó pegado al techo en un revencazo que dió el trasto aquel mientras todos tratábamos de mantener nuestras cervezas en equilibrio. Te daban hasta comida en aquel trasto de diez filas de 4 asientos y se veían hasta las maletas facturadas, que estaban separadas por una red de nosotros.
Uno de los cacharros que te lleva a la isla de El Hierro es una avioneta, en la que debes entrar formando un angulo de 90 grados con tu cuerpo (no exagero) y en el que no hay azafatos por que no caben, son 3 asientos en la parte de atras y 2 filas por cada lado del avión de 1 asiento. Una avioneta con todas las letras. La impresión que te llevas cuando te aproximas al aparato en la guagua es terrible, te alejas y te alejas hasta el fondo del aeropuerto en Gando, y piensas «donde coño me llevan, que los aviones estan allá atrás!».