El Parque Nacional de Erawan y el tren


El relato comenzó en Otro de esos saltos gigantescos

Tailandia es el país en el que son maestros a la hora de crear veinte tipos de excursiones a partir de una. En todos los sitios a los que voy tienes la excursión que quieres hacer y después las variantes, con paseo sobre elefante (torturado con una silla sobre su lomo), rafting en balsa, rafting en bote, caminata, sin caminata, es siempre una base con diversas variantes que se han de hacer en el mismo lugar, con lo que así llenan el coche con más gente.

Yo quería hacer una que se llamaba Erawan & Train combo y que tenía la mañana en el Parque Nacional de Erawan nadando y caminando entre los siete niveles de cascadas que hay en el mismo y por la tarde un paseo en tren en la famosa vía que se construyó en la Segunda Guerra Mundial usando presos holandeses, británicos, australianos y americanos (en menor medida). Me recogían a las ocho menos diez, así que a las siete y cuarto estaba desayunando. Éramos en total diez turistas, el conductor, la guía y una aprendiz de guía. Lo primero fue una hora y algo de coche hasta el Parque Nacional, por «la» carretera de la zona. Paramos antes de entrar al parque ya que dos julays iban a hacer la excursión a lomos de los elefantes por la jungla. Para aquellos que creáis que eso es fascinante, los elefantes sobre su lomo solo pueden llevar unos cien kilos de peso y las sillas que les ponen encima para cargar dos turistas pesan cincuenta kilos. Además, esos elefantes son separados de sus madres a los dos años y la manera de entrenarlos es a base de torturarlos hasta que se someten completamente y pierden toda ilusión. Recordad esto si algún día se os ocurre hacer una excursión de ese tipo. Nosotros seguimos y al llegar al parque nos pusieron un pequeño vídeo y la guía caminó con nosotros hasta el lugar en el que estaba la primera cascada (o la séptima, si contamos de arriba a abajo). Yo miraba a la chama, encochinada que no veas y pensaba que no debe ser tan duro cuando esa bosta lo hace varias veces semanalmente, pero allí mismo nos explicó que ella se quedaba esperando por nosotros abajo y teníamos cuatro horas para subir hasta donde quisiéramos, bañarnos y relajarnos. El lugar es muy popular entre los tailandeses, que vienen allí sobre todo los fines de semana. También nos explicó que para evitar que la gente deje basura, no se puede llevar comida y la bebida, has de pagar una fianza de cinco leuros por botella que quieras subir y que te devolverán si la enseñas al regresar. Nos marcaron las botellas y cobraron la fianza y cada uno se fue por su lado. Yo opté por ir de un tirón hasta la séptima haciendo fotos y después bajar bañándome en todas y cada una. A esa hora el calor ya apretaba, con unos treinta y dos grados y más tarde iba a alcanzar los treinta y seis. En los alrededores de la primera catarata había monos.

La segunda estaba cerca y lo mismo sucedió con la tercera, aunque ya para entonces yo iba en cabeza y los demás se habían quedado algo rezagados. El sendero para ir de una a otra estaba en buenas condiciones y al ser el final de la temporada seca, no había demasiada agua y no había demasiadas zonas con peligro de hostia al resbalar. La tercera catarata fue la primera de las espectaculares, con una caída de agua preciosa y un pequeño lago con islote en el lugar, algo que seguramente algunos ya lo habrán visto en cierto vídeo. Desde la tercera a la cuarta había que caminar algo más de un kilómetro, o más bien ascender por la montaña, esquivando escorpiones,, mosquitos, lagartos venenosos y demás bichos locales, pero mereció la pena porque la cuarta desde que la vi se convirtió en mi favorita. En la catarata había un tobogán natural, al que podías acceder para lanzarte después de jugarte la vida y no tenía demasiados peces en el lago, ya que alguien pensó que molaría mazo poner los peces esos que te comen la carne de los pies y que la gente paga por meter las pezuñas en piscinas llenas de los mismos para que te devoren (eufemísticamente llamado masaje). Desde esta piscina a la quinta fue otra tirada, con el camino volviéndose más arisco y duro y con los mosquitos más insidiosos. A partir de esta y para llegar a las dos últimas, es prácticamente una escalada, con algunos tramos con escaleras de madera y en la que vas sin resuello alguno y sudando por todos y cada uno de los poros del cuerpo. La sexta no me pareció gran cosa y hasta ese punto y desde la tercera no me había cruzado con nadie, con lo que me temía que igual iba a llegar allá arriba y estar solo. Al alcanzar la séptima, había un grupo de jóvenes tailandeses y una pareja que cuando los oí hablar supe que eran mexicanos. Ella posaba en todos los rincones y el venga a hacerle fotos en plan modelo, solo que celulítica y bigotuda. Después de hacer las fotos, hice un pequeño vídeo y me bañé, aunque duré poco en el agua porque estaba lleno de peces y eran como pirañas, picoteándote para arrancarte la piel muerta, según los asiáticos. Ya de regreso, bajé a la sexta y me bañé, ya que allí había zonas libres de peces, después seguí a la quinta y me bañé un rato largo y pasé aún más tiempo en la cuarta, sin lugar a duda mi favorita y una en la que no molestaban los peces. De alguna otra excursión había un chamo que casi no hablaba inglés con dos pavas americanas. Una al parecer no sabía nadar mucho y no paraba de decir Oh My God. Consideré seriamente el ahogarla. Por suerte se fueron al rato y me quedé yo con otra gente que no hacía ruido. Según había ido pasando el tiempo el parque se había ido llenando poco a poco con turistas y locales y daba la impresión que cuanto más me acercaba al primer nivel, más gente.

También pasé un gran rato en la tercera cascada y decidí saltarme el baño en la segunda y la primera. Diez minutos antes de la hora a la que nos habían dicho que teníamos que regresar (en total teníamos cuatro horas en el parque), regresé haciendo algunas fotos en la segunda y la primera y enseñando las botellas para que me devolvieran el dinero de la fianza. Después me acerqué al restaurante en el que nos daban el almuerzo y me junté con los otros. Con lo de las excursiones es siempre una lotería. Te puede tocar un grupo en el que hay buena onda y todos acabamos de amigos para siempre (hasta que acabe la excursión) o te toca un grupo indiferente y no hay trato. Esto último fue lo que sucedió ese día. Cada loco iba con su tema. Comí fideos tailandeses con verduras y pollo (Pad Thai, creo que lo llaman) y desde allí salimos hacia la estación de tren de Kra Sae. Como casi todos los demás, con la barriga llena y la calor tan grande, me dio un jamacullo y me pegué la hora de viaje durmiendo una siesta. Al llegar a la estación, hay un montón de puestos para compra de chorradas, recuerdos y baratijas, o lo que la guía llamaba irnos de compra. Primero nos llevó al lugar en el que está el puente de madera, una estructura fascinante e igual que las que se hicieron en la Segunda Guerra Mundial (aunque algo me dice que es más reciente) y en la zona hay también una cueva que ahora es un templo Budista y durante la construcción del tren fue campamento y hospital de los presos. Fui el único que pasó de lo de las copras y caminé sobre el puente casi un kilómetro. Al regresar, esperamos la llegada del tren. El lugar se comenzaba a animar ya que todos los grupos hacen el mismo viaje. El tren apareció sobre las cuatro y diez de la tarde y nos subimos para cruza el puente de madera en el mismo.

No sé, creo que todos pensábamos que iba a ser algo aburrido pero lo cierto es que cuando aquel tren viejísimo empezó a moverse y a menearnos y vimos que nos dejaban abrir las puertas en marcha y salir, correr junto al tren y subir (como en Divergent) y alongarnos por las ventanas, nos rechiflamos todos y empezamos a hacernos fotos y vídeos mientras el tren traqueteaba. Cuando cogió velocidad parecía que en cualquier momento iba a saltar de las vías y nos matábamos allí mismo pero nos reíamos más y más y hacíamos locuras aún más grandes. Los tailandeses nos miraban flipando porque mientras ellos permanecían en el tren, nosotros andábamos con el cuerpo por fuera y de repente venía una rama enorme y nos metíamos para dentro, esperábamos unos segundos y volvíamos a comenzar a coger confianza y salir. Hicimos un recorrido de tres paradas, fantástico. Cuando nos bajamos, el maquinista se hinchó a tocarnos la pita (o como quiera que se llame eso en los trenes) y nosotros aullábamos en respuesta. Desde allí fuimos en la furgoneta hasta el Puente sobre el río Kwai y pasamos en el mismo veinte minutos antes de regresar cada uno a sus pensiones sobre las cinco y media.

Fue un día muy completo y divertido. Esa noche volví a cenar en el Nut’s Restaurant en donde probé su curry de calabaza con cerdo y lo flipé en colores y tres o cuatro dimensiones. Este invierno aprendo a cocinar curry de calabazas, es lo más de lo más. Me acosté temprano de puro agotamiento.

El relato continúa en Elephants World

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2 respuestas a “El Parque Nacional de Erawan y el tren”

  1. Yo metí los pies en un acuario de esos de peces Garra Rufa, daba gustito, eso si, entiendo perfectamente que fueran molestos si estás metido de cuerpo entero con ellos, ufff.

  2. Lo que hizo el del tren fue tocarte el pito 🙂
    Pues debe de ser toda una experiencia bañarse en pelotas y los peces comiéndotelo todo 🙂
    Salud