El Palazzo Vecchio o Palacio Viejo es el antiguo edificio del Ayuntamiento de Florencia, aunque en la actualidad es mayormente un museo. En su entrada hay una copia del David de Michelangelo. El palacio se comenzó a construir en 1299, o sea, a finales del siglo XIII (equis-palito-palito-palito para los más duchos en las mágicas artes de las letras). La torre se le añadió más tarde y no está centrada en la estructura del edificio. El reloj de la torre es del siglo XVII. El corredor Vasariano, que ya hemos visto en algunas fotos, lo comunica con el Palazzo della Signoria, al otro lado del río Arno. Originalmente, el David de Michelangelo estaba en el lugar de la copia.
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Helarte no es solo pasar frío
Con más de cinco grados bajo cero, podemos considerar que finalmente ha llegado el invierno y ahora es cuando uno comprueba que por más que estés preparado, el frío es el frío. Dicho esto, hay que puntualizar que helarte no es solo pasar frío y si no os lo creéis os podéis pasar por la ciudad de Florencia y disfrutar con todo ese arte que está repartido por sus plazas, calles, museos, iglesias, jardines y edificios varios. Hasta visitar la ciudad yo pensaba que Roma era el lugar del universo en el que más arte se había repartido por las calles pero me equivoqué. Florencia está llena, de banda a banda, de preciosas esculturas, de cuadros, murales, edificios, puentes y rincones pintorescos. Allí es donde uno por fin comprende la sutil y casi inapreciable diferencia entre helarte y el Arte. Y definitivamente, no es pasar frío.
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Ponte Santa Trinita
Desde el Ponte Vecchio hay una vista preciosa del Ponte Santa Trinita o Puente Santa Trinidad si lo decimos en cristiano. Por supuesto que habéis notado los preciosos arcos elípticos que tiene y sé a ciencia cierta que sabéis que es el puente más antiguo del universo con este tipo de arcos. El central mide treinta y dos metros. Se construyó en el siglo XVI y los alemanes lo destruyeron durante su retirada en la Segunda Guerra Mundial y fue reconstruido usando las piedras que se lograron rescatar del río Arno y usando nuevas que se trajeron de la misma cantera que las originales. Personalmente, me gusta mucho más este puente que el afamado Ponte Vecchio y la vista del río con el puente me parece preciosa.
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Cerveza, resaca, cine y nieve
El jueves llovía con prisa y sin pausa y aunque había pensado ir al cine decidí dejarlo para otra ocasión ya que no me apetecía ir hasta el cine en bicicleta y llegar empapado en agua a dos grados. Aún así, estaba feliz como una lombriz sin saber lo que el futuro me deparaba a corto plazo. Justo antes de acostarme me llegó un mensaje del Rubio informándome que por circunstancias de la vida que han sido y serán así, al día siguiente podíamos vernos en Utrecht e irnos a cenar juntos con lo que mi plan pospuesto para el cine se volvía a posponer. Por supuesto estás cosas nunca van bien y el viernes nos encontrábamos en la estación central de Utrecht y tras el abrazo vergonzante de rigor comenzábamos a parlotear sin parar y nos dirigíamos al Café Olivier Utrecht el cual estaba más petado que una oficina del INEM. Se supone que debíamos esperar tres cuartos de hora para conseguir mesa pero al parecer mi Ángel de la Guarda estaba de buenas y tras quince minutos nos sentamos, aunque en ese corto periodo de tiempo nos bajamos dos cervezas.
Tuvimos una cena fantástica regada con unas cervezas exquisitas y ya puestos, lo convertimos en mi celebración de NO-Cumpleaños. Hablamos de todo y de nada, hicimos un repaso de once años fantásticos de amistad, nos reímos con nuestras boberías, parloteamos con las chamas de la mesa de al lado y criticamos al que diseñó el baño de hombres del local, tan bien hecho que cuando abres la puerta y hay alguien en el meadero, no solo te diriges de frente hacia su polla sino que todas las tías que están en la puerta la pueden evaluar tan a gustito y si les dieran tarjetas con los números, hasta podrían votar como si se tratara de una Europollision. El hecho más estremecedor de los que escuché esa noche fue que nuestra amistad ya no está en nuestras manos. De alguna retorcida manera, ahora está dirigida por sus tres unidades pequeñas, los cuales exigen mi presencia en su casa, demandan actividades que me incluyan y si no me dejo ver el pelo más de dos semanas, comienzan su propia campaña de acoso a sus padres hasta que me vuelven a ver. Los chiquillos me ven como parte de su familia y eso es lo que hay. Probablemente por culpa de ellos nuestra última guerra de silencio fue antes de nacer la unidad número 1. Por supuesto que comparamos nuestros iPhone 4S para ver quien lo tiene más blanco y más lleno de programas interesantes y hablamos de nuestros iPads, nuestros tesooooooorooooss ya que no hay ninguna duda que somos Apple y seguramente lo seremos por mucho tiempo.
Cuando salimos del local, a tiempo para que el Rubio cogiera el último tren hacia su casa íbamos templadísimos por decirlo de alguna manera. Nos despedimos en el andén, fui a buscar mi bicicleta y cuando comenzaba el regreso me llamó y hablamos en todo el trayecto de vuelta, algo habitual ya que no hay mejores conversaciones que las de los borrachos yendo en bici o tren. Esa noche dormí diez horas de un tirón y por la mañana era como si se me hubiese subido un demonio a la chepa y me estuviera aplastando. No tenía dolor de cabeza, solo una sensación que además se ajustaba bastante a la realidad de seguir borracho. Ese día había planeado ir al cine pero de nuevo lo tuve que posponer. Como tenía claro que no iba a ser el día en el que descubriera una nueva partícula o la cura definitiva contra el cáncer y ni siquiera iba a escribir un libro capaz de competir de tú a tú con el Quijote, opté por irme al super, comprar lo que necesitaba y ponerme a cocinar, tarea mecánica y entretenida en la que puedo pasar horas. Preparé un montón de Donuts, otro montón de Cruasanes y ya puestos, unas Gambas en salsa de tomate mientras me ponía al día con las series televisivas que sigo e intercambiaba con el Rubio informes sobre el Estado de cada uno. De alguna manera el sábado se me pasó volando y gracias a nueve horas de sueño más llegué al domingo por la mañana fresco y listo para finalmente ir al cine. Después de un buen desayuno, marché para Amsterdam y pasé el día yendo al cine y caminando por la ciudad, tranquila y sin tantos turistas como en otras épocas. Al regresar a casa, nevaba ligeramente y durante la noche, un manto blanco, tenue y que seguramente no durará mucho lo cubrió todo. Parece que finalmente ha llegado el invierno y es probable que este fin de semana podamos patinar por los canales.