Siempre que hacemos algo, nos quedamos con la sensación que podemos llegar un poco más lejos, que con algo de esfuerzo habríamos superado esos doscientos cincuenta metros adicionales que separan la satisfacción personal del vanagloriarse. Un pensamiento tan estúpido e inadecuado para el autor de la mejor bitácora sin premios en castellano no me viene después de haber sufrido dos horas de reuniones con un puñado de amarillos que no saben decir que no y que responden a todo que sí aunque ni siquiera son conscientes de lo que les estás pidiendo. Tampoco me vino al tiesto al hilo de algún problema enorme que traía al universo e incluso a mi empresa de puto culo y cuesta abajo y que yo, con un golpe maestro y sin que se me cambe ni uno solo de los pelos del culo, logré resolver.
En realidad todo viene de una cena con amigos. Uno de ellos aceptó hace casi tres meses el pasarse por mi casa con su esposa a cenar hoy. Ya sé que puede parecer raro pero no lo es. Aquí usamos eso que algunos conocen como agenda y que te permite planificar tu vida social y ordenarla un poco. Si como yo, no perteneces a una banda pero tienes un montón de amigos y todos te quieren y te aprecian tanto que no dejan de solicitarte, es imprescindible el llevar algo de orden. La gente va llenando mi agenda con citas y más citas y cuando uno me pide un jueves con ciertas restricciones, acabamos en el futuro más lejano que finalmente llegó.
Nunca más se habló nada del asunto, seguimos con nuestras vidas, nuestros intercambios de mensajes telefónicos y de correos y casi sin darnos cuenta, llegó la semana. Incluso cuando andaba de vacaciones por Galicia en algún lugar de mi enorme cabeza una subrutina seguía trabajando en el asunto y programando el menú. Sé que les gusta comer y disfrutan enormemente mientras que yo además de la compañía, me lo paso fantástico haciendo la comida. Fui poniendo y quitando platos, cambiando unas cosas por otras hasta que más o menos tenía decidido que comenzaríamos con unas Lentejas con chorizo y a partir de ahí seguiríamos con unos pimientos de piquillo rellenos, una receta que aunque he hecho en infinidad de ocasiones, siempre se me olvida hacer la foto (por pura glotonería) y en esta ocasión no ha sido distinto. Después tenía varias opciones y durante algunos días pensé que organizaría un festival de montaditos pero finalmente opté por un Pollo acaramelado al limón y aunque inicialmente lo iba a acompañar de Puré de papas terminé eligiendo unas Papas arrugadas. Para postre inicialmente iba a hacer unas Cristinas o bollos suizos pero se me quemaron un poco cuando las hice el día anterior y opté por el plan de emergencia que suponía hacer una banana tarte tatin, un postre que se prepara del revés y que está delicioso.
Con las ideas claras y los ingredientes en la cocina, las cosas fueron saliendo solas y para cuando llegaron mis amigos ya lo teníamos todo más o menos listo y nos sentamos a hablar y comer. Como la gente te halaga tanto llega un momento en que te insensibilizas y realmente no sé si les gusta la comida o no, pero al menos rebañan el plato y aunque los ves con cara de querer vomitar, siguen engullendo lo que cae en sus platos. El postre lo hicimos juntos, para mostrarles lo fácil que es de preparar ya que hay muchos que piensan que cocinar es algo místico y mágico que requiere de unas habilidades especiales.
Siempre es agradable recibir amigos en casa y saber que cuando se van, el abrazo que te dan es de corazón (o eso, o por la caja de Magdalenas que se llevan con ellos). Yo me quedé llenando el lavavajillas, recogiendo la cocina y la mesa un poco, cansado pero feliz y ya con la cabeza en otro sitio, pensando sobre lo que quería contar esta noche en mi pequeño diario secreto. Fue en ese instante, mientras el lavavajillas comenzaba su sinfonía que me acordé que mañana por la mañana comienzo un nuevo proyecto en mi empresa y tengo una reunión con el equipo que lo llevará a cabo, unas doce personas. Una de las tradiciones en mi trabajo y mi marca de la casa es que en esas primeras citas regalo magdalenas a todo el mundo. Deseché la idea porque ya estaba cansado y decidí no hacerlo pero también en ese momento recordé lo importante que es ese cuarto de kilómetro adicional, lo fácil que pueden ser las cosas cuando pones algo de voluntad y como todo aquello bueno que haces te es devuelto multiplicado por ciento y esto me dio la fuerza necesaria para volver a encender el horno, preparar la masa y hacer doce Magdalenas del carajo que mañana llevaré conmigo a la oficina y regalaré a mis compañeros.
Dicho y hecho. Media hora más tarde las sacaba y las dejaba enfriándose y ahora sí que me he sentado a escribir y de regalo, aquello que quería contar pasó a un segundo plano y otra anotación totalmente distinta e inesperada se cocinó en mi cabezota. Al final ya le estoy sacando provecho a ese cuarto de kilómetro adicional y que no te quede duda, merece la pena el recorrerlo.