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  • La iglesia de Santa Ana con árbol y césped

    25 de mayo de 2023

    Mira que le cogí cariño a la iglesia de Santa Ana. La hemos visto por delante, del otro lado y ahora tenemos un documento único y estremecedor con los dos laterales del campanario que fueron hechos con el mismo material que la nave, que vista desde aquí solo se ve de un color hasta la extensión del campanario en la que jincaron las ocho campanas. A propósito, de haber subido el campanario, que no lo hice porque en Irlanda no parece madrugar la gente, solo habría podido llegar hasta los treinta y seis metros, hasta la pequeña terraza que hay antes de que se alce la parte final del campanario que contiene las campanas.

  • El salto desde Fuvamulah a Guraidhoo

    24 de mayo de 2023

    El relato comenzó en Desde Utrecht a Fuvamulah

    Después de acabar de bucear el día anterior, el último día era de reflexión y espera ya que no podemos volar en las veinticuatro horas siguientes a la última inmersión por razones de seguridad. Mi avión salía a las cinco de la tarde y me dio tiempo de recorrer la parte de la isla que me faltaba, sacar dinero de uno de los dos cajeros automáticos de la isla y hasta ir a almorzar al restaurante que esta en el lago sur de la isla, que fue fabuloso, con una vista preciosa del lago y como era al mediodía,, no había moscas ni mosquitos, que he leído que por la noche aquello es criminal. Todo seguía mayormente inundado después de la tromba del día anterior, pero te puedes mover saltando charcos. Después de comer me recogí en mi habitación porque nos llevaban al aeropuerto a las tres y media y me dediqué a gandulear, ya que la bolsa la había hecho por la mañana con todo lo mío.

    A las tres y media nos llevaron al aeropuerto a un australiano y a mí. Creo que fuimos los últimos en hacer el check-in. El sistema es super-raro, después de facturar, pasan tu maleta por rayos equis y-griega y zeta y miran lo que hay dentro y después te hacen salir a la calle porque no se puede entrar en la terminal hasta que el avión esté aterrizando. La parecer cancelaron el vuelo saliendo de Fuvamulah de las cinco de la mañana por poca gente y aquel iba petado. Alguien me dijo que los maldivianos pueden comprar billetes de avión super-baratos, el gobierno los subvenciona, como los barcos y los extranjeros pagamos una pasada. Cuando aterrizó el avión tenía pinta diferente del que usé para llegar a la isla y resultó ser un Dash-8 300 que creo que es la primera vez que me subo en ese modelo. Deve tener como para cuarenta pasajeros. El desembarque fue rapidísimo y el embarque aún más rápido, el piloto encendió los motores, quitó el freno de mano y aunque parecía que íbamos a salir con retraso, al final recuperó casi todo el tiempo y salimos con cinco minutos de retraso. Me tocó pasillo y las ventanas estaban ralladísimas, con lo que el Áncestral, desde el cielo, no podrá tener vídeos para ver por el 6G celestial. En algo más de una hora llegamos a Malé, aterrizamos y nos hicieron ir a la terminal, que estaba a menos de cien metros, en guagua. Lo de las maletas era un escándalo porque llegaron tres aviones y allí no se sabía cuáles estaban sacando. Cuando encontré la mía, reuní la bolsa que llevaba en la mano con todo lo de valor con el resto, que mi bolsa es muy grande para la cabina de esos aviones.

    Después salí y fui a buscar un cajero automático de dólares a la ciudad, yendo en el barco que conecta el aeropuerto con Malé. No encontré ninguno así que saqué algo más de moneda local. Después fui a un restaurante pijo, el Citron by Lemongrass, una compañía que tiene varios. Me pedí un Kotta de atún y me lo comí. Aún me quedaba un rato para el barco rápido a Guraidhoo, así que callejeé para descubrir el lugar del hotel del último día. Después fui al barco, que me habían reservado sitio, se lo dije y pagué. Para los extranjeros son 385 rupias locales, los nativos o no pagan o pagan mucho menos. Aquello se petó, suerte que me reservaron asiento y a las diez de la noche en punto salimos y fuimos a todo meter a Guraidhoo por la noche. Vinimos llegando sobre las diez y media y me estaban esperando los del sitio en donde me voy a quedar. Me acompañaron a su pensión, me lo explicaron todo y me metí en mi habitación. Tenía que levantarme a las siete. Sobre las cuatro de la mañana me desperté con un mega-apretón y eché la madre de todas las diarreas, o sea, una semana comiendo cutre, voy un día a uno bueno y la comida estaba en mal estado. Después me levanté de nuevo a las cinco, a las seis, a las siete, fui a desayunar y antes de irme volví a echar unos chorros ralos y aquí lo dejo para no juntar dos días.

    El relato continúa en Buceando en Guraidhoo, primer día. Esto es otro mundo

  • Otra vista de la Iglesia de Santa Ana

    24 de mayo de 2023

    Ya vimos la iglesia desde la parte delantera, en la que se veía la diferencia de materiales en su construcción, pero es que mirándola desde atrás es aún más flipante porque el campanario es que tiene dos lados con piedra gris y el trasero y el que está por la derecha y no hemos visto con la misma piedra roja que la nave de la iglesia, que esto es lo que sucede cuando construyes rapiñando materiales de otros edificios abandonados. En la parte superior del campanario hay como otro edificio que se hizo posteriormente y que es en el que están las ocho campanas de su campanario. La maquinaria del reloj pesa dos toneladas y al parecer, fue el primero de cuatro caras hasta que se puso el del Big Ben en Londres.

  • Sexto día de buceo en Fuvamulah, mi encuentro con el tiburón zorro

    23 de mayo de 2023

    El relato comenzó en Desde Utrecht a Fuvamulah

    Llegamos al último día de buceo en Fuvamulah, que no el último día en la isla, ya que al ser todos grandes expertos en el tema subacuático, es bien conocido que después de una traca de buceo como esta, tienes que poner veinticuatro horas entre tu última inmersión y tu vuelos para que no explotes en el avión y les llenes la cabina de mielda de la peor, que es algo que puede suceder y ha sucedido. La rutina es la habitual, levantarse a las seis, jiñote, ducha sin jabón y a desayunar con encochinamiento máximo, duolingo y a las siete de la mañana, camino del club de buceo. Para nuestra primera inmersión nos dijeron que volvíamos a Farikede y que íbamos a ver si teníamos suerte con los tiburones martillo, pero en plan relajado y en lugar de correr y correr, dejar que ellos se acerquen a nosotros. Nos tiramos al agua y nos dividimos en tres grupos. Nuestro grupo se encontró con un enorme tiburón gris de arrecife y en el fondo marino del agua del mar vimos algún tiburón martillo pero estaba muy profundo, así que hicimos la inmersión en el azul y nos hartamos a ver azul pero no hubo tiburones martillo.

    Regresamos a puerto y aproveché para finiquitar con el club de buceo y después fui por la lonja a flipar con el descuartizamiento de los atunes, que es como que lo único que quizás comió esta gente durante la pandemia truscolana y podemita, que viven rodeados de ellos. Cuando llegó la hora de la segunda inmersión nos dijeron que el sitio no tiene nombre, que es una pared que básicamente empieza a la altura de la residencia en la que me quedo y va subiendo hacia Kedevari, con lo que como ya hice la que continúa esa, habré hecho prácticamente la mitad noreste de la isla. El Dive Master nos dijo que era ir como mucho a veinticinco metros, ir viendo la pared vertical, que es preciosa y disfrutar, sin preocuparnos por cosas grandes. Comenzamos y ciertamente, era preciosa, llena de corales y de peces pequeños, diminutos, medianos, peces ballesta que no me atacaban y una cantidad ingente de vida. La corriente nos empujaba con lo que íbamos sin esfuerzo recorriendo la zona, todo super-híper-mega genial. En un punto determinado, nos hemos dividido en dos grupos, yo voy en cabeza con un chamo del club que tiene una cámara de fotos profesional en una carcasa y que va haciendo fotos, él iba a unos veintidós metros y yo a diecisiete. Me avisa y señala hacia abajo y me indica que bajemos. Yo estaba haciendo un vídeo así que no paré y fui descendiendo. Al llegar a treinta y tres metros, tengo dos minutos antes de entrar en descompresión y allí hay un fabuloso y precioso tiburón zorro, en una estación de limpieza, dando vueltas para que lo limpien. Nos quedamos en un lado y el animal ni se inmutó y estuvimos allí casi dos minutos en un momento fabuloso. Después subimos lentamente a los quince metros. El segundo grupo llegó más tarde y lo vieron, pero nunca llegaron a estar tan cerca como nosotros, que ellos no llevan de copiloto a su Ángel de la Guarda, que yo nunca me deshice de él de pequeño. Fue un momento mágico. Después seguimos un rato más por el arrecife y salimos a superficie alucinando en todos los colores y alguno más.

    No veas lo excitados que salimos. Nos fuimos a comer a donde las hamburguesas de atún, que están de fábula y después me regalé como premio un helado, aunque la heladería, que aquello es una heladería, fue una decepción, ya que tienen helado de chocolate o de vainilla, que me parece muy miserable en cuanto a sabores. Regresé al club para la tercera y última inmersión en el zoológico de los tigres. Éramos nueve y nos tocaba a las dos de la tarde, con marea llena. Había poca visibilidad y la verdad que la inmersión empezó muy mal, la corriente nos agitaba y los tiburones no se acercaban y no parecían ser capaces de comerse las dos cabezas de atún enorme que tenían. Cuando llevábamos allí como veinte minutos, quizás más, cambiaron de posición a algunos de los buceadores, nos pusieron haciendo una línea y trajeron una de las cabezas a dos metros de nosotros. Un tiburón tigre enorme, una hembra, se acercó y se la zampó, con el acojono nuestro que si la cabeza esa rueda un poquito, que estaba en una rampa y nosotros por debajo, allí hay una escabechina. Después trajeron la otra cabeza y la pusieron aún más cerca de mí y vino otro tiburón y la escena es terrorífica y fascinante, con el animal que casi no puede cerrar la boca porque es que no le cabía todo aquello, pero se lo jincó como una gran campeona, que también era una hembra, creo que casi todos los tiburones tigre que hemos visto son hembras, al parecer los machos aparecen cuando empieza la temporada del chimpún. Como no vino ningún grupo después de nosotros, estuvimos casi cincuenta minutos y pese a la mala velocidad, fue un espectáculo.

    Al salir me despedí de la tropa y regresé con los que están en mi residencia, aunque igual vuelvo a ver algunos al día siguiente, que tengo todo el día para caminar y pajariar. Por la tarde salí más tarde a cenar y pasé de caminar, no sé, como que mi Ángel de la Guarda me motivó a gandulear y resultó que caían unas trombas de agua brutales, con lo que no conseguí mi cuota de pasos diarios, pero chico, no me mojé. A la hora de la cena cogí un paraguas, fui a cenar, que me pedí un curry Maldiviano de pescado que estaba de que te cambas y mientras cenaba, cayó el diluvio, pero brutal y después de cenar tuve que esperar como quince minutos para salir del sitio y regresar. En las calles, el agua saturaba el sistema de drenaje y en algunos sitios, no había manera de pasar sin meter el pie en la susodicha, con lo que tener unas cholas Moisés ayuda pero que muchísimo.

    El relato continúa en El salto desde Fuvamulah a Guraidhoo

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