Aunque sólo han transcurrido tres días desde que volví de mis vacaciones en Malasia y debería dejar pasar algo más de tiempo para distanciarme un poco y ser algo más parcial, lo cierto es que me apetece escribir sobre mis impresiones, las cosas que he visto, experimentado, descubierto y las conclusiones erróneas con las que viviré el resto de mis días.
Mi viaje comenzó con los sones magistrales del Viva la vida de Coldplay, canción de uno de los tres discos que puse en mi iPod mini ya que el resto del espacio lo dediqué a los audiobooks que me llevé para poder escucharlos mientras viajaba. También puse un libro en la mochila y volvió tal cual, yo ya no soy animal de gastar los ojos leyendo, no sólo es que sea algo que no me guste, es que me aburre tremendamente. Prefiero el formato audiobook, alguien que lee la historia y que te permite vivirla de una forma mucho mejor ya que a veces no solo te enamoras del relato sino también de la voz que te lo narra. Viva la vida es una forma de enfrentarte al mundo, buscar lo positivo, derrochar karma con aquellos que cruzan tu estela y no esperar nada a cambio y de esta forma recibes cinco veces más de karma que lo que gastas.
Salí de mi casa tenso aunque decidido. Si comienzas una aventura y no tienes miedo, no eres muy normal. No saber lo que va a suceder, no tener muy claro en donde estaré dentro de tres días o lo que haré te mantiene con la guardia alta y al final, cada paso será una nueva sorpresa que no sabes a donde te conduce.
Todavía recuerdo los comentarios y las advertencias de muchos por irme solo de vacaciones. Supongo que lo hacen con buena voluntad pero mi primer descubrimiento fue que hay lugares a los que hay que ir solo y Asia es uno de ellos. Las cosas que he experimentado no habrían sido las mismas si hubiera ido con un grupo. He encontrado un universo totalmente distinto a lo que había imaginado y al mismo tiempo he podido disfrutar de mi interacción con el mismo. He conocido gente increíble en este viaje, gente que como tú recorren la zona solos, hombres y mujeres que parecen tener en común un gen que los vuelve distintos, el gen HACHE que al mismo tiempo te hace sociable y te permite no depender de otros. Con muchos he intercambiado correos y con varios de ellos sé que seguiremos en contacto durante mucho tiempo. He escuchado historias preciosas con las aventuras que han tenido en otros países y he sentido envidia y al mismo tiempo me han entrado ganas de visitarlos. Me he sentido miembro de una hermandad en la que el viaje de cada uno es lo importante, lo que da sentido a las vidas.
He visto lugares increíbles, sorprendentes, cosas que ni siquiera puedo explicar con palabras. Creía que vivía en el País del agua pero ahora sé lo equivocado que estaba. He visto tal concentración de naturaleza que hace parecer a Holanda un desierto. He sudado como nunca antes, con oscilaciones de hasta dos kilos diarios solo por el agua que perdía. Y pese al calor extremo y a la humedad altísima, me he seguido moviendo, sin detenerme por ir chorreando agua y disfrutando de cada instante.
No he tenido problemas con la comida, ni con el hielo ni con nada. He probado tanto como he podido, he disfrutado tomando los mejores zumos y batidos de mi vida y aunque con el primero temblé un poco de miedo, después ya decidí que lo mejor era disfrutar y confiar en todos los que me decían que ese país es muy seguro y así ha sido.
He aprendido que un chalet en Europa no es lo mismo que en Asia, que aquí es un casoplón y allí es algo casi peor que una chabola pero en donde puedes dormir y hasta pasarlo bien y que una habitacion pueden ser cuatro paredes de madera o algo aún peor con o sin ventilador y en donde los animales que habitan se disputan el espacio contigo.
Me ha sorprendido el racismo de unos y de otros. Los malasios tienden a despreciar a los chinos e hindúes, los chinos también desprecian a todos y los hindúes tanto de lo mismo y aún así, los tres grupos cohabitan en el mismo país. Los malasios son una gente encantadora, agradable, servicial y que con pequeños detalles te hacen sentir como en familia. Los chinos van a lo suyo, lavanderías y restaurantes de comida china y no hay mucho trato con ellos y los hindúes para mí son lo peor, parecen buitres sobrevolando sobre ti para pillar tu dinero, no te dan la mano a menos que sepan que te pueden sacar algo, son deshonestos y nunca dicen toda la verdad. Del poco trato que he tenido con ellos he concluido que la India va directa a mi lista negra, encabezada por las dos Coreas, esos dos países (que son el mismo) en los que todos los dioses del mundo depositaron sus ovejas negras y agruparon a los desechos que no se atrevieron a eliminar y en la que también está la ciudad de Ginebra, en Suiza, el lugar en el que vive el marico hechicero. Mi sorpresa por el tremendo desprecio y repulsión que me producen los hindúes es aún mayor porque los musulmanes de Malasia son gente muy normal, la mayoría pasan totalmente de la mierda de la religión y aunque se dicen musulmanes, ni practican ni les importa un carajo si el profeta enculaba a sus seguidores o no.
En este viaje también he inventado un nuevo verbo, emburkar, para referirme a esas pobres desgraciadas que mayormente vienen de los países de Oriente Medio y que van tapadas desde las uñas negras de los pies hasta la raíz del pelo de la cabeza y que pasean por la playa de esa guisa mientras el hijoputa que se las folla y que sí que sabe disfrutar de la vida muestra huevos con su micro-tanga. Un tío que le hace eso a una tía es un cabrón de mierda y si su Dios lo permite, que sepa que me cago en la puta que lo parió y que cuando muera, si quiere que me espere que arreglaremos cuenta y le escupiré en la cara, porque un Dios que permite eso es un mierda que no merece otro calificativo. Si además no permite comer carne de cochino ni tomar alcohol, ese Dios es un hijoputa elevado a la tercera potencia.
He visto que se puede ser pobre y también ser muy pobre y aún así, ser feliz y disfrutar de lo poco que se tiene. Para algunas de las personas con las que me he cruzado, tener medio euro era la diferencia entre un buen o un mal día y aún sabiendo que están al borde del abismo, compartían lo poco que tenían.
Me ha sorprendido que pese a la pobreza, prácticamente no hay delincuencia, puedes moverte con completa seguridad por el país sin que te pase nada, sin que la gente te mire con ojos codiciosos o te sigan para quitarte lo que llevas. He dejado en una chabola que se cae de un soplido mi portátil, mi cámara y los objetivos, miles de euros en equipo y me he ido a cenar tranquilamente y al volver todo seguía allí.
He matado los interludios en los que me movía de escenario escuchando audiobooks o viendo capítulos de la serie El internado, a la cual he terminado por engancharme.
He viajado en aviones, taxis, autobuses, trenes, monorraíles, barcos, barquillos y he caminado kilómetros y kilómetros pese al calor extremo.
He estado solo cuando he querido y acompañado siempre que lo he deseado. Otros que como yo viajaban solo se unían a mi familia y aunque nunca sabíamos cuanto iba a durar la alianza, la disfrutábamos sin pedir nada a cambio. He cambiado mis planes una y otra vez después de escuchar lo que la gente me decía, he ido convencido de una ruta y he terminado haciendo otra y luego otra distinta y aún otra más, según cambiaban los vientos que me guiaban. Sólo sabía cuando comenzaba la aventura y el día en que acababa, nada más y ha sido más que suficiente.
Lo he disfrutado. Muchísimo. Creo que repetiré. Quizás en otro país o quizás el mismo.
He acabado el viaje de la misma forma en que lo empecé, escuchando el Viva la vida de Coldplay.