Mucha agua ha corrido desde que en noviembre del año 2005 comenzó a descender desde los tortuosos recodos de mi cerebro el Hembrario. En aquellos primeros pasos no me imaginaba que casi tres años más tarde aún continuaría añadiendo capítulos a esa infame clasificación que tantas ampollas levanta entre las que se reconocen en alguno de ellos. Aún me queda munición que soltar y aunque ya los grandes grupos han sido definidos, aún tenemos pequeños matices que se pueden hacer en algunos de ellos. Si aún no me odias, si crees que soy una bella persona y que todo lo que se publica en esta bitácora es prosa sensible y delicada, deberías entrar en el Hembrario y te aseguro que cuando acabes de leerlo tu opinión será bien distinta. La Isleta, el misterioso ecosistema en el que crecí es el vivero del que han surgido algunas de las palabras más hermosas del español. Mirando en google he descubierto que al parecer la palabra Pacharcona no existe fuera de esta bitácora, nadie habla de ellas y hoy trataremos de subsanar esta grave carencia ya que aquí han sido nombradas sin explicar el grupo al que identifican.
En el Hembrario podemos decir que primero vienen las Potrancas, hembras obesas que evolucionarán en dos direcciones: o se convierten en Bostas o acaban Desbaratadas. Sin embargo, mucho antes de que surja una Potranca, en la fase previa tenemos lo que en la Isleta se denominaba una Pacharcona.
La vida de una Pacharcona transcurre teniendo siempre algo entre las manos que se echa compulsivamente al buche. Tragan todo lo que pueden ya que aspiran a ganar el peso suficiente para pasar a la siguiente fase. En los corrillos que se formaban en las verdulerías, esas tiendas de las que ya nadie habla y que han sido las grandes perdedoras en la nueva sociedad de la desinformación, se señalaban claramente a las Pacharconas, siempre con un cierto deje de reproche porque una chica o una mujer en pleno uso de sus facultades, renunciaba al control de los límites volumétricos de su cuerpo y se lanzaba en una espiral de grasa y perdición de la que todos sabemos que jamás podrá salir. Las Pacharconas ni siquiera son muy conscientes de los cambios que están sucediendo en su cuerpo, no ven la expansión de sus fronteras o quizás no quieren verlo. Ellas se centran en asegurarse que no haya pella de gofio olvidada en la mesa, o plato de chicharrones sin dueño y tragan como si en ello les fuera la vida. Sus cuerpos sufren grandes cambios ya que han de pasar de una complexión normal a la forma desmadejada y característica de las Pacharconas, una figura que aún resembla la clásica femenina pero en la que las curvas y los pliegues comienzan a desaparecer.
Las Pacharconas viven en la negación y en su círculo de amistades nadie hace referencia al problema. Ni siquiera sus madres o familiares más próximos les dirán que se están convirtiendo en Pacharconas, es algo que se oculta a la persona de la que hablamos ya que aún queda la esperanza de la rectificación, aún es posible cortar por lo sano y volver a niveles más normales, ser rellenita, o entrada en carnes, o gordita, pero no Pacharcona.
Las Potrancas siempre tratan de acercarse a las Pacharconas para llevarlas hacia su bando, las animan a que sigan comiendo y ganen más y más pesos para llegar al siguiente nivel, ese en el que la ropa de lycra consigue llevar sus propiedades elásticas al límite. En todas las calles de la Isleta siempre hubo y habrá una o varias Pacharconas, aunque ahora ya no se habla de ellas en la tienda de la esquina.
Si conoces alguna Pacharcona explícale que aún está a tiempo, que puede rectificar y saltar a alguna de las otras categorías del Hembrario, en sus manos está el rectificar y florecer como un Rebenque o quizás incluso aspirar a convertirse en el próximo Putón Verbenero.