La belleza del cine es su capacidad para tocar fibras dentro de nosotros y estimular emociones. Eso cuando hablamos de buen cine porque con el malo únicamente podemos aspirar a aburrirnos. En esta edición del Latin American Film Festival he descubierto un montón de buen cine y particularmente un país, Chile, que pasa desapercibido por este lado del Atlántico pero que está creando algunas de las películas más interesantes que se pueden ver hoy en día en castellano. Una de esas historias fue Mi mejor enemigo.
Unos julays se tocan las pelotas en la Patagonia
En España no se estudia mucha historia de los Países de Latinoamérica. En realidad no se estudia nada. Es como si no existieran. Nos empapamos monarquías de todos los países europeos, millones de datos inútiles, pero no sabemos nada de aquello que ocurre en los países de América. Gracias a esta película me enteré que Chile y Argentina estuvieron en 1978 a punto de ir a la guerra por un quítame allá esas islas. Un grupo de soldados chilenos es enviado a defender un lugar de la frontera y por una serie de desgraciadas casualidades acaban perdidos en el medio de la nada. Entre los soldados se desarrollan las típicas relaciones de amor y odio en este tipo de situaciones en las que la convivencia forzada termina por sacar lo peor de cada uno. Mientras están perdidos aparece un grupo de soldados argentinos que también han de defender su territorio y de alguna forma terminan viéndose obligados a tratar entre ellos. El contacto humano en esta situación límite termina por hacer que entre ellos surja la amistad o algo muy parecido, que esta gente se vean como seres humanos sin país ni credo y cuando se miran se dan cuenta que no son tan distintos, que aquí y allá la gente quiere lo mismo, vivir y ser felices. Al cruzar la línea que separa las órdenes de lo que manda el corazón encontraremos una gran historia de relaciones humanas.
No conocía a ninguno de los actores, no tenía prácticamente ni idea de la trama de la película pero os puedo asegurar que es fantástica, que engancha y nos hace cuestionarnos un montón de cosas que creemos porque sí. Es una película bélica sin guerra, un drama poderoso que cala bien hondo y que te deja pensativo. ¿Patria? ¿Deber? ¿Amistad? Nos hacen creer que somos muy distintos, mejores que los otros pero cuando los vemos cara a cara descubrimos que son iguales a nosotros, que no hay diferencia entre un bando y el otro.
Una bellísima historia rodada en un entorno único. Un canto a la amistad. Sería una obra maestra si se hubieran currado un poco más algunos de los personajes y les hubieran dado carácter. Tenemos unos cuantos muy bien definidos y otros que parecen comparsas y que están allí nada más que para hacer bulto. Aún así, merece la pena verla.
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