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  • Tulipán Desvaríos

    6 de junio de 2007
    Tulipán amarillo intenso macro

    Tulipán amarillo intenso macro, originally uploaded by sulaco_rm.

    No hay nada más popular en Distorsiones que los Desvaríos, esas maldades surgidas de mi sucia imaginación y si las tenemos que visualizar en un color, solo puede ser un amarillo tan intenso como el de este tulipán. Desde hoy lo conoceremos como el tulipán Desvaríos.

    Si estás pensando visitar Holanda para poder ver estas maravillas, tienes más información en la anotación Guía para el turismo en Amsterdam y Holanda y también puedes ver el Álbum de fotos de tulipanes en el Keukenhof o el Álbum de fotos de Amsterdam

    Technorati Tags: Keukenhof, Tulipanes

  • Farfullas

    5 de junio de 2007

    La humanidad avanza a trompicones y no sucede muy a menudo que una generación pueda ser testigo de un cambio significativo en ese avance. Nuestros abuelos y los suyos y los de estos otros vivieron en sociedades empantanadas en las que el cambio social no era posible, heredaban usos y costumbres de sus padres y los transmitían a sus hijos. Nuestros padres, ese grupo que creció tras la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial, se liberaron de muchísimas ataduras y rompieron con el sistema. No aceptaron sumisos el legado que les venía impuesto y optaron por la revolución. De aquellos lodos surgimos nosotros, frutos de los guateques, parrandas y jolgorios en los que se convirtieron los felices setenta. Por suerte o por desgracia crecimos en un mundo nuevo, distinto, en el que las reglas se escribían día a día y en donde aquello que fue ya no era. Nosotros adoptamos Internet y nuestros descendientes no sabrán vivir sin ella. Solo Dios sabe a donde nos llevarán estos cambios. En esa sociedad en la que crecimos, pulsante y ávida de cambio, antiguas figuras que tenían su relevancia y que ayudaban a mantener la unidad del conjunto vieron como su papel se desmoronaba, como ya no eran necesarias y en silencio se están extinguiendo. Hoy quiero añadir al Hembrario un nuevo grupo, una saga de mujeres legendarias de las que ya no se habla y a las que debemos rendir tributo. Hoy hablaremos de las Farfullas.

    Comencemos por decir que el RAE únicamente reconoce a las Farfullas como personas que hablan balbuciente y de prisa. Por supuesto la palabra solo tiene género femenino. Era impensable el creer que un hombre pueda hablar de esa forma. Sugerirlo sería una ofensa que clamaría al cielo por venganza. En la Isleta, ese paraíso en el que crecí y en donde el saber popular te calaba desde muy pequeño, la palabra farfulla servía para identificar a unas mujeres muy específicas, un pequeñísimo grupo con una misión en la vida. Conviene recordar que cuando éramos niños, cada calle era un barrio, un ente completo con un universo cerrado de personas. Un pequeño grupo de calles formaban la Parroquia, unidos por Dios y la Iglesia, aunque malamente aceptábamos que aquellos extraños con los que teníamos que compartir catequesis fueran de los Nuestros. En la Parroquia se establecía una jerarquía de mujeres al servicio del cura, ese cuervo negro que siempre andaba tramando algo. Su ejército se componía de Beatas y Farfullas. De las primeras ya hablaré algún día porque hay mucho que decir. Las Farfullas eran las mujeres que se encargaban de distribuir la información en el barrio, las que marcaban con su verbo a otras y las acusaban de cosas que no habían cometido. La misión de las farfullas era neutralizar al enemigo, desarmarlo antes que pueda atacar y mantener la fe y la inmoral católica entre los límites de la parroquia. Montaban campañas de infundios contra alguna pobre desgraciada que seguramente lo único que había hecho es no acudir a misa lo suficiente o no atender las necesidades del cura y se ensañaban contra estas mujeres sembrando cizaña. De los labios de las Farfullas surgía la acusación de pelanduscas, ellas eran las que lanzaban esa primera piedra contra las que consideraban sus enemigas. Estaban protegidas por los representantes de Dios en el barrio, que las usaban para controlar a los sujetos rebeldes. las Farfullas se movían con total impunidad señalando con su dedo acusador sin necesidad de recopilar pruebas. Las podías ver en corrillo a la hora de la misa, en la parte de atrás de la iglesia, compartiendo información y fabricando campañas contra aquellas que no eran como ellas.

    Las Farfullas tuvieron su razón de ser durante siglos porque estaba mal visto que fuera el cura quien tirara la primera piedra pero a pesar de ello este necesitaba sus soldados y los encontró en estas mujeres de lengua bífida y afilada que no dudaban en lanzarse contra otras de su misma especie por conseguir un halago del sacerdote, una palabra que las acercara más al cielo en el que creían y en el que toda esa basura del Reino de Dios no se basaba en ser bueno con el prójimo sino en estar a bien con la jerarquía eclesial. No existían los farfullos porque esta tarea les estaba reservada a las mujeres. El hombre trabajaba y se marchaba del barrio para realizar sus tareas mientras que ellas quedaban atrás, manteniendo el nido y criaban a los hijos. Nunca sabremos si realmente fueron necesarias pero sí que podemos afirmar que están desapareciendo, que con la agonía de la cultura de barrio, tanto los curas como las Farfullas han quedado obsoletos, superados por una sociedad en la que la información sobra y está disponible para todos. Si eres joven es muy probable que no las recuerdes, que jamás hayas escuchado a un grupo de mujeres señalando a otra que pasa caminando deprisa por la calle y diciendo en voz baja: esa es una Farfulla y no sabes la suerte que tienes porque de las farfullas nunca se sacó nada bueno.

    Puedes leer más anotaciones relacionadas con esta en el Hembrario

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  • Pétalo rojo y blanco

    5 de junio de 2007
    Pétalo rojo y blanco

    Pétalo rojo y blanco, originally uploaded by sulaco_rm.

    Si te acercas mucho a un tulipán puedes descubrir un mundo tan increíble como el de la foto de hoy, con diminutos flecos en los que acaba el pétalo y en el que la transición del blanco al rojo se hace mediante un rosado suave. Para ensalzar la belleza de este pétalo de tulipán usé un truco más viejo que el mundo, finas gotas de agua que aportan texturas transparentes y algo de frescura a la imagen. Es una forma diferente de ver estas flores tan preciosas. Os advierto que la gente os mirará como si estuvierais locos cuando vayáis al jardín botánico pertrechados con vuestro pulverizador para poder hacer las fotos. A veces el rocío de la mañana nos hace el trabajo pero si es un día seco y sin relente, entonces hay que aprovechar la tecnología.

    Si estás pensando visitar Holanda para poder ver estas maravillas, tienes más información en la anotación Guía para el turismo en Amsterdam y Holanda y también puedes ver el Álbum de fotos de tulipanes en el Keukenhof o el Álbum de fotos de Amsterdam

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  • Planta 33 – capítulo séptimo

    4 de junio de 2007

    Hace más de seis meses comencé a escribir Planta 33. Por desidia no había tocado la historia hasta hoy pero como habrás visto el título y te preguntarás por los capítulos anteriores, salta a Planta 33 – Capítulo primero para que la leas desde el comienzo y al final de cada capítulo tendrás un enlace al siguiente.

    Al salir del túnel Manhattan te golpea en la cara. Es otro mundo, algo que no puedes encontrar en ningún otro lugar. La carretera desaparece comida por grandes rascacielos que lo rodean todo, que te aplastan con su masivo tamaño. Ni siquiera tienes tiempo de verlo venir porque tus ojos aún se están acostumbrando a la luz cuando la sombra de esas moles gigantescas te vuelve a cegar. El taxi avanzaba a trompicones entre el tráfico, bajando Manhattan en dirección a Washington Square. Un mendigo trataba de calentarse usando los vapores que salían del suelo y que eran producidos por las máquinas de calefacción de los edificios. A su lado tenía un carro de supermercado lleno con sus cosas, posiblemente heladas por el frío. En una esquina había un pequeño puesto con un vendedor que atendía una cola de agresivos ejecutivos que querían comprar un café y un bollo. El taxista blasfemaba en su propia lengua mientras no nos movíamos. El taxímetro avanzaba lentamente, como un reloj y aproveché para comprobar mi correo usando el teléfono.

    A la altura de la calle Catorce nos alcanzaron las sirenas de los bomberos. En Nueva York siempre hay coches de bomberos corriendo de un lugar a otro, cortando el tráfico y desplazando esas enormes máquinas que siempre parecen a punto de volcar cuando giran en una esquina. Siguieron su camino pasando entre el tráfico. El taxista ni se inmutó, acostumbrado como estaba a estas interrupciones. Un poco más tarde me dejaba a la entrada del Hotel.

    El portero no acudió a abrirme la puerta y ayudarme con el equipaje porque no lo tienen. Forma parte del encanto de este hotel. Es un pequeño trozo de Europa en la Gran Manzana, con su aspecto decadente y sutilmente recargado. En su interior, los colores caoba te golpean como una bofetada. Todos los rincones parecen abarrotados con detalles y adornos fuera de lugar. Me atendió una joven amable que se estaba trabajando su propina. Sabía mi nombre y me ayudó para que el siempre tedioso proceso del registro acabara lo antes posible. Había reservado una habitación Deluxe Queen, las mejores que tienen. Me recordó que si quería podía concertar una cita con el entrenador personal para usar el gimnasio y me aconsejó que visitara el restaurante, el cual ha sido recomendado en varias ocasiones por los mejores críticos culinarios de la ciudad. Se sabía muy bien la lección. Te lo decía y parecía que era la primera vez que esa información salía de sus labios, que se estaba dignando en compartir un gran secreto contigo. Me dieron una habitación con vistas a la calle. Desde mi ventana podría ver a un lado Washington Square y al otro el Empire State Building. Cogí la tarjeta que abre la puerta de mi habitación y le dejé diez dólares de propina. El ascensor desde afuera parecía como de otros tiempos, con una aguja que señalaba el piso en el que se encontraba. Llegó y con un suave zumbido se abrieron sus puertas. Por dentro estaba completamente reformado. Recordé que la recepcionista me dijo que usara la tarjeta de la puerta con el ascensor. La introduje en la ranura correspondiente y se cerraron las puertas. Me pregunté como sería cuando suben varias personas o cuando alguien te lleva algo a la habitación, porque allí no había botones para pulsar.

    La puerta se abrió en mi planta y busqué mi habitación, la 609. La moqueta había sido cambiada recientemente y aún olía a nuevo. En las paredes un montón de cuadros de viejas estrellas de Hollywood parecían mirarme. Encontré la puerta de mi habitación y usé de nuevo la tarjeta. entré y la puerta se cerró sola. No era muy grande, al menos para lo que suele ser habitual en los Estados Unidos. Estaba decorada con el mismo estilo que la recepción, con ese aspecto rancio y de Vieja Europa. Sobre la enorme cama había tres cuadros, uno de Greta Garbo, otro de Rita Hayworth y otro de Clark Gable. En la ventana una máquina de aire acondicionado ronroneaba empujando aire caliente dentro de la habitación. Me acerqué a mirar el baño. Era grande y estaba muy limpio. Lo presidía una enorme bañera con una grifería de esas que solo ves en casas de señoras mayores. Un montón de toallas descansaba sobre un pollo de mármol. En algún lugar escuché una sirena de ambulancia que se desvaneció a los pocos instantes. fue en ese momento cuando me di cuenta: Estaba en Nueva York.

    Abrí mi pequeña maleta, saqué la ropa y la coloqué en el armario. Sobre el escritorio puse el ordenador y lo conecté. Tenía Internet en la habitación y aproveché para comprobar el correo y la bolsa. Dejé el portátil encendido. De manera mecánica, casi sin darme cuenta, recoloqué todas las cosas sobre la mesa hasta ponerlas en el orden que a mí me gusta. Una vez alguien me dijo que a veces daba miedo, que mi obsesión por el orden no debía ser muy sana.

    Sobre la cama había una pequeña chocolatina, una cortesía del hotel. La abrí y me la comí de un mordisco. No había venido a la ciudad para hacer turismo, así que cogí mi chaqueta y salí de la habitación. Al llegar a la recepción le pregunté a la chica por la parada de metro más cercana y salí a la calle bien abrigado. había llegado la hora de averiguar lo que le había pasado a Jorge.

    Si quieres seguir leyendo la historia, sigue el enlace hacia Planta 33 – capítulo octavo

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