Llega el calor y por fin presencio el primero de los avistamientos de esta temporada. Es un momento importante, cuasi mágico. Sucede en el centro de Hilversum, en la plazoleta que hay delante de la iglesia y la oficina de correos. Estamos sentados en la terraza de uno de los locales, frente a la estatua de un caballito. Es una figura pequeña que siempre se ha prestado a la polémica porque todo el mundo se hace la foto follándolo por culo. Te pones detrás de el, lo agarras por el lomo, pones cara de estar empujando y cuando se la enseñas a los colegas parece que te estés ventilando la figurita. Es algo como muy de obsesos sexuales pero aquí en la ciudad todo el mundo tiene la foto montando al bicho. Un poco más abajo hay una figura de un niño o un enano y la gente lo viste según la temporada. En verano le ponen gorra de playa, en invierno gorrito y guantes y a veces se le ve con un cepillo, un condón usado, un rastrillo o lo que quiera que se le ocurra al desgraciado que pase por allí.
Volviendo al tema estamos en una terraza a la hora del almuerzo. Nos hemos escapado del trabajo y aprovechamos para tomarnos una cerveza fresca y disfrutar del roce con humanos. Como mandan los cánones nos situamos en la parte más exterior de la terraza. Las mujeres se sientan más adentro porque para ellas no hay espectáculos. Ellas prefieren practicar el despellejamiento, la crítica salvaje de otras y nosotros somos más prosaicos, más zafios y banales. Tanto el Moreno como yo miramos en la misma dirección. Después de un rato la vemos venir.
Llega en una bicicleta de esas que aquí se llaman Oma fiets, una bici grande y con mucho hierro sin frenos y sin velocidades. Se frena a contrapedal. Estas bicicletas les gustan mucho a las viejas porque son grandes y robustas y les permite ponerlas en marcha corriendo ya que ellas ya no tienen fuerza para arrancar en seco. Son bastante altas, lo cual es perfecto. Inmediatamente centramos nuestra atención en el punto adecuado. Gracias a que tenemos el sol a nuestra espalda tenemos una iluminación perfecta. Este tipo de detalle es lo que distingue a los novatos de unos profesionales como nosotros, que para algo nos hemos curtido durante años. La máquina que proporciona la energía motriz a la bici es una joven de veintipocos, rubia, escasa de carnes, alta y espigada. Tiene unos pechitos como limones que bailan sueltos en la camisa haciendo olas. La camisa (o el top) es de esas de lycra con un generoso escote que deja ver un buen puñado de pecas. Su cara va bien limpia, sin maquillaje, como gusta a las mujeres de esta tierra. Su pelo suelto ondea al viento, una mata rubia que parece sedosa y que seguro que huele deliciosamente. Nosotros nos agarramos fuerte a la mesa. Toda la operación tomará dos o tres segundos y tenemos que emplear la mayor cantidad posible de neuronas para recordar este momento el resto del año. Es un momento de máxima concentración. Hay que anular sentidos para que el de la vista disfrute de suficientes recursos. La joven continúa acercándose a nosotros y llega el momento de mirar la parte inferior. Ya se ha afeitado las piernas y las luce gloriosas, lisas y lustrosas como una patena. Las piernas son de un blanco casi perfecto, ese color de la piel que no ha sido aún mancillada por el padre Sol y que parece producto de polvos de talco. Las piernas rotundamente grandes se quiebran como patas de compás impulsando la bicicleta en su comunión con los pedales. Sigo mirando y llego al lugar de su secreto, a la puerta de los cielos. Tiene una micro minifalda de esas tan chulas que se llevan ahora que parecen armas cargadas por el diablo. Mientras una chica camina con ella no pasa nada, pero si se sube a una bici la minifalda se vuelve loca y avanza en dirección equivocada. En lugar de tapar, destapa. Por eso estamos allí, por eso hemos esperado pacientemente a que llegara la primavera y el dios Sol caliente este paraíso nórdico.
Una de las piernas baja acompañando a su pedal y la otra sube. Aguanto la respiración para poder enfocar nítidamente los siguientes instantes. La pierna termina de bajar y comienza a subir mientras su hermana gemela baja. cuando se cruzan en el camino el sol ilumina el camino y aparece esplendoroso el chocho, cubierto por un ligero lienzo con algún tipo de figuritas. Se nota la matilla de pelo por detrás y ese papayo parece llamarnos, invoca instintos muy bajos que andan agazapados dentro de nosotros. Escucho en mi cabeza el sonido de mi obturador fotográfico mientras inmortalizo esos instantes. Ha sido el primer avistamiento, el pistoletazo de salida de la temporada y ya se sabe que el primero marca el año. Si la primera es una vieja, mala cosa, año de potas y malos rollos. Pero con una de estas, este seguro que será uno de los mejores. La chica desvió por un momento su vista de la carretera y nos miró y pudimos ver como una chispa de rabia y odio se desplegaba por su cara cuando comprendía lo que estábamos haciendo. Trató de llevarse la mano a la entrepierna pero aún pudimos ver el siguiente ciclo y cuando pasó a nuestro lado alzamos los vasos con la cerveza y bebimos un trago a su salud. Ella se fue encabronada, algo incomprensible porque si no quieres que te vean así, tápate y no vayas enseñando el coño por la calle. Nosotros nos quedamos en silencio, meditabundos, compartiendo es e gran momento que nos hermanó.
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