Después de varias semanas sin ir al cine, he vuelto a pisar los grandes templos en los que vivimos aventuras, visitamos planetas desconocidos y sufrimos todo tipo de desgracias. Me apetecía algo ligero y debidamente probado así que opté por el bombazo de este verano, Pirates of the Caribbean: Dead Man’s Chest la cual es conocida en España como Piratas del Caribe: el cofre del hombre muerto. Si alguien aún no ha visto la primera parte debe ser un extraterrestre porque también fue un éxito completo y la vio hasta el último piojo. Era de cajón que harían una o varias secuelas (parece que serán dos) y que todos repetirían en sus papeles. En la primera parte se veía que se lo estaban pasando muy bien.
Por descontado que no hay un sólido guión que sostenga la película. De hecho si lo hubo, lo debieron perder una tarde de tórrido verano. Ni falta que les hace. Esto es divertimento en estado puro, cachondeo, frases tontas, actores pasados de vuelta y efectos especiales a mansalva. La historia, si la hubiere, nos cuenta como un julay poligonero pretende mojarla y para conseguir abrir las piernas de la estrecha de su novia se tendrá que mezclar con una banda de poligoneros reggaetones que se han comprado una falúa para impresionar a las chatis de la playa de Jinamar y que estas consientan en chupar sus pirulís. Los julays se tendrán que enfrentar al encargado de un hipermercado que les hará la vida imposible y les impedirá conseguir esos chándales tan bonitos que gustan de comprar. La chocha cono problemas de apertura de piernas se volverá machorra y pasará las tardes con dos mariquitas que la animan a realizarse como hombre y esas cosas que se dicen. Al final no pasa nada porque se cancela el concierto de reggaeton y se tienen que esperar a la tercera parte.
Tiene un montón de mérito el andar sobre la línea que separa al éxito del desastre y salir airoso. Eso es lo que ha conseguido Gore Verbinski, director de esta desquiciada película en la que todos parecen ir por su cuenta y donde nunca se sabe muy bien lo que está pasando. El guión tiene tantos agujeros que tras un rato ni te preocupas y te dejas llevar por el espectáculo. El elenco está encabezado nuevamente por un pasadísimo Johnny Depp que en cualquier otra película si actuara así sería patético. Es jodidamente divertido y pese a ser un patoso las cosas le suelen pasar bien. El contrapunto lo pone ese pedazo de hormigón llamado Orlando Bloom, quien por una vez y sin que sirva de precedente no consigue joder y hundir la película en la que participa. Este tipo tiene un historial como para cagarse por las patas pa’ abajo. Redefinió el concepto de julandrón en la trilogía de Te la meto por el anillo, protagonizó esa elegía del orgullo gay llamada POLLA y se fue de cruzadas con dos mil hombres más en el reino de los palomos. Con tremendo historial no resulta extraño que la protagonista se agarre de cualquier maromo que vea en el barco para darse un poco de gusto porque de él no lo va a conseguir. Lo más le quitará la falda para ponérsela que parece que eso le mola un montón.
Durante las cerca de dos horas y media que dura la película pasa de todo. Tenemos momentos de aventura, románticos, de acción y pese a que la trama es surrealista uno termina por meterse en ella y creérselo todo. Hay historias que merece la pena ver y esta es una de ellas. Es verano, hace calor y no queremos que nos cuenten dramones horribles con los que amargarnos la tarde ni nos interesa revivir la guerra civil por milésima vez. No buscamos sesudas disertaciones ni poéticas visiones del mundo. Queremos acción, queremos cachondeo, queremos que nuestro instinto más básico salga a la superficie y gritar y gozar como enanos. Agarra a los colegas y llévalos de la oreja si es necesario. Esta tienes que verla. No te olvides de dejar el cerebro en casa que no lo usarás mucho.
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