Distorsiones

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  • La peluquería

    19 de septiembre de 2005

    Todo ser humano que se precie respeta a su peluquero por encima de todas las cosas. No hay nadie que tenga una misión más sagrada que aquellos que han de tocar nuestros cabezones y apañarlos para que estéticamente resultemos agradables a la parroquia. Ya seas hombre o mujer, tendemos a mantener unos vínculos sagrados con estos mensajeros del señor que después de escuchar nuestras indicaciones, hacen lo que les da la gana. Algunos son infieles y los traicionan con desconocidos. En esto pasa como con el sexo, que siempre hay mala gente que no tiene suficiente con lo que le ha tocado y trata de mojar en plato ajeno.

    Yo predico con el ejemplo. Llevo desde los diecisiete años yendo al mismo. Jamás, repito, JAMÁS lo he traicionado. Cuando me mudé a los Países Bajos, puse a Dios por testigo que nunca faltaría a mi promesa y así estamos hasta hoy día. Yo acudo a las Canarias al menos cinco veces al año para pelarme y ver a la familia y amigos. Mi peluquero sabe que sobre mi cabeza no han habido otras manos cortando mi pelo. He tenido ofertas muy tentadoras que he rechazado sin un segundo pensamiento. Hace años, la chola Patricia se ofreció a pelarme y calibrarme lo que se prestara gratuitamente. Aquellos que me seguís desde el principio la recordaréis. La chola Patricia era el putón aquel que parecía un gremlin y con el que salíamos al principio, la misma que secuestró a una peruana para usarla como empleada del hogar y prostituirla. Todo lo que os diga de esta zorra es poco. A ella no le conocíamos oficio y a su peluquería ilegal no acudían ni los mosquitos. Vivía como una reina con los aguinaldos que conseguía poniendo el coño en bandeja a viejos verdes y pervertidos varios. Además de esta pájara, han habido varios intentos de rectificarme la peluca y siempre los he rechazado. No todos pueden decir lo mismo. Yo cada año en diciembre me transformo en El Pelos y juego con la melena como ya os he mostrado también aquí y aquí. Si rompiera mi palabra, esto no sucedería pero me niego a faltar a ese juramento sagrado.

    Todo esto viene a cuento porque algunos de mis amigos no son como yo. El chino, sin ir más lejos, cambia de peluquería en cada ocasión. Nunca está satisfecho con el pelado escupidera que le hacen, que siempre es el mismo. El asiático acabó con los barberos turcos de la ciudad y ahora está haciéndose la gira de las peluquerías regentadas por holandeses. En estas paga un montón y el resultado es siempre el mismo. Cuando viaja a China se niega a que lo pelen allí, aunque pienso que debe ser porque su antiguo peluquero debe estar esperando a que se siente en la silla para rebañarle la garganta por traidor. Al menos eso es lo que yo haría.

    Otro pájaro que tal baila es el turco. A pesar de visitar su país con cierta frecuencia, traicionó a su peluquero y se buscó otro en Hilversum. Al menos lo buscó de su raza, la hereje. Solía ir por allí una vez al mes para que lo retocara y practicar su hereje idioma. Cuando el hombre se mudó a Ámsterdam, olvidó rápidamente a su nuevo peluquero y se buscó otro turco en su zona. En Holanda es tarea fácil ya que casi todos los peluqueros de establecimientos para hombres son de la raza otomana, mientras que las peluquerías de mujeres están regentadas por hembras y miembros del club de los julandros. El nuevo está cerca de su casa, es barato, turco y hetero, con lo que cumple todos los requisitos exigidos. Decir que aquí en estas tierras, si el peluquero tiene una manchilla de aceite en el suelo normalmente quiere decir que es caro, estiloso y altamente peligroso. Hará lo que le salga de la pipa del eso porque es un artista. Por eso es conveniente y necesario el evitar a estos como a la peste bubólica. El turco comenzó con su rutina mensual y todo parecía ir bien hasta el otro día.

    Quedamos para ir de compras por el centro de Ámsterdam en sábado. Dos JUÁS como nosotros se tienen que dejar ver por tiendas de moda observando de forma intensa las nuevas colecciones y juzgándolas con sabios movimientos de cabeza y de ser posible, poniéndonos la mano para que cubra la boca, que es la postura que da un mayor toque de sabiduría. En muchas de esas tiendas creen que somos clientes potenciales y nos invitan a café con pastas, por lo que encima merendamos por la jeta. Siempre vamos vestidos con los vaqueros rotos y con las camisetas más arrugadas, que es la moda actual y así nos toman por lo que no somos.

    Entre dos de esas tiendas de ropa de usar y tirar a precios abusivos había una peluquería. Las dos tías que acondicionaban las cabelleras eran dos chochas de rompe y rasga, dos tías capaces de empalmar hasta al miembro de la Curia más frío y julandroso. Nos quedamos abobados mirando a través del escaparate mientras aquellas dos diosas esculpían sus obras, con esos pezones turgentes saltando delicadamente, esos labios siliconados moviéndose al ritmo de Dios sabe que bellas palabras y esos ojillos verdes brillando como luceros. A veces me asusta el saber lo fácil que es caer en un estado de abobancamiento. Sólo hace falta un cuerpo de yogur. El turco se restregó la erección contra el cristal del escaparate y allí mismo decidió traicionar a su peluquero. Traté de disuadirlo pero no hubo forma. ?l se tocaba aquella cosa entre sus piernas y razonaba que o entrábamos y se dejaba hacer por aquellas tías o tendría que fornicar de nuevo con la gata de los vecinos. Vista la alternativa, pasamos al local y de inmediato ambas nos regalaron una de esas sonrisas blancas que derriten el casco polar. El sitio estaba decorado en plan moderno, eufemismo con el que ocultamos esas decoraciones de revista barata que deberían ser constitutivas de delito. Las sillas para los clientes eran como enormes tupperwares de colores, bastante incómodas. Una de las chicas detuvo su faena y se acercó a hablar con nosotros. El turco le explicó el plan: pelada y lo que se tercie que para eso estaba el miembro ya preparado. Ella nos evaluó de arriba a abajo, nos lanzó una de esas miradas deliciosas, volvió a su cliente y gritó: Ramiraaaaaa, sal que tienes un cliente. Se oyó movimiento en la trastienda. Ambos nos preparamos para ver a la diosa máxima, la hembra que sublima la raza nórdica y la lleva a niveles de leyenda. Cerré los ojos para limpiar mi cerebro de imágenes y poder grabar el momento para la posteridad. Se abríó la puerta y salió Ramira. Un hombre. O mejor dicho, algo. La Ramira era un pervertido o lo más parecido a uno que he visto en mi vida. Un tiparraco con melena ondulada a lo Rocío QueAsco, con la cara toda pintarrajeada, una perilla a lo Metrosexual de mierda, unas patillas haciendo el rizo de una folclórica y lo peor de todo, unos implantes en las falsas tetas siliconadas que dejaba ver claramente por su camisa de vuelos abierta y entre ambas tetas un mechón de pelo en pecho. Podéis retroceder y volver a leer la descripción porque no pienso repetirla. Algo espeluznante, una mezcla entre tío de Martes y trece y María del Norte. Las uñas eran largas, estaban pintadas y parecían garras de aguilucho.

    A mí me dio un repelús instantáneo y de inmediato sentí pena por mi amigo, el cual tuvo que sufrir en carne propia como su erección se iba a hacer puñetas. La lagarterana aquella lo agarró, lo fijó a una silla, le pegó la boca a la cara para escuchar de labios otomanos cual era el pelado deseado y después, entre sobeteos, gemidos y palmadas, ejecutó su faena. Os confirmo que lo peló como le salió de la punta del nabo. El turco trató de rectificar algunos intentos de destruir su cabellera pero ante los oídos sordos del artista terminó desistiendo. Cuando acabó con él era otra persona, hundido, caído en los lodos de la desesperación.

    Aún quedaba otra sorpresa por llegar. Cuando le dijo el precio de semejante atropello se nos hizo un nudo en la garganta a ambos. Cuarenta y cinco euros. Es el precio del artisteo de aquel mariponsón. Un inútil con menos arte que cualquier político español le levantó dos billetes de veinte y uno de cinco por perpetrar una escabechina en el rubio pelo de mi amigo el turco. Aún sigo riéndome de su aspecto cuando lo veo. El hombre no dice nada, pero seguro que no vuelve a serle infiel a su peluquero.

  • La semana pasada en Distorsiones

    19 de septiembre de 2005

    Una semana más el repaso a lo sucedido por estas tierras. Esta vez comensaremos por el Cine, esa pasión que tan caro me sale. He visto un par de peliculillas: Cinderella Man y The Dukes of Hazzard ? Dos chalados y muchas curvas. Sobre la primera deciros que es un clásico y que deberíais verla YA mismo. La otra, la comedia, estuvo entretenida.
     
    Los Desvaríos nos traen temas candentes y que nos preocupan a todos. No os perdáis Equilibrio cósmico que no es más que un nuevo episodio de las aventuras de mi amigo el turco y Cagones de oficina en donde se trata en profundidad ese tema tan candente y que tanto nos preocupa.
     
    Me he tomado unas vacaciones en el relato de las vacaciones americanas, pero han seguido apareciendo fotos del American Tour 2004. Esta semana han sido: Casa de Anne Rice, Tronco de ciprés, Ciprés y hombre, Caimán y En el Swamp. También he aprovechado para organizar las fotos del Amsterdam Gay Parade en su propio Álbum de fotos del AGP.
     
    Sobre Mi mundo hemos hablado de Los intríngulis de la hipoteca y Estás nominado o como preparar la mudanza desde villa cagón a villa meona.
     
    Finalmente, la grandiosa saga der Dani vuelve con un nuevo episodio: 9. Las verdades de los amigos der Dani . Esta saga consta de las siguientes partes: 
    1. Todos queremos ser como er Dani
    2. Conozcamos ar Dani
    3. Lugareños der Dani
    4. Conocidos der Dani
    5. La Carmen, hermana der Dani
    6. Er Dani y la metrosexualidad
    7. Camino del restaurante con er Dani
    8. La Gayola y los amigos der Dani.
    9. Las verdades de los amigos der Dani.

  • Estás nominado

    18 de septiembre de 2005

    A tres semanas de la firma de la hipoteca estoy embarcado en una criba de todo lo que hay en mi casa para decidir qué cosas pasan a la siguiente morada. Es una operación similar al Gran Hermano. Ataco un rincón y lo primero que hago es nominar a todo el mundo. Luego, los que no superen las nominaciones serán invitados a abandonar la vivienda y los otros consiguen un puesto para el viaje. Ya han caído cientos de kilos. Es increíble lo que he podido acumular en cinco cochinos años. Sólo en la cocina tiré decenas de productos caducados que se habían refugiado en los fondos de los cajones, medicinas que pasaron a mejor vida en el 2003 y que seguían aparentando normalidad, electrodomésticos que jamás volveré a usar como la cutre-máquina para hacer arroz, trasto por el que no pagué casi nada y que cuando empleas descubres que es una fuente de chorros de agua hirviendo hacia todos lados.

    Mi ordenador se ha aligerado bastante. La impresora que compré para imprimir el currículum que me sirvió para conseguir este trabajo ha pasado a mejor vida. Fue lo único que se imprimió en ese trasto en toda su existencia. Llegó a mi casa, dio el Do de pecho y ahora sale por la puerta pequeña, escondida dentro de una bolsa de basura. Lo mismo se puede decir del escáner que usaba como reposapiés. Me lo traje desde España en el 2000 y jamás lo llegué a instalar en mi equipo. Ahora por fin descansará en paz. En una caja encontré decenas de especificaciones técnicas incluyendo todas las de mi viejo ordenador y cables de todo tipo. A los cables los perdoné porque si te hace falta alguno siempre hay que pagar bastante pero los manuales siguieron el caminito de la impresora.

    En este lustro he tenido tanta formación a cargo de la empresa que han sido necesarias unas seis bolsas para meter todos los archivadores, libros y demás productos residuales frutos de mi educación. Uno va a los cursos pero jamás vuelve a tocar los apuntes y los libros que le dan en ellos. No sé ni por qué nos los entregan, si no los vamos a usar y ellos lo saben. Mirando los nombres de los cursillos alucinaba con las cosas que supuestamente sé. Mis cinco años de vida Nórdica me han permitido recibir más contenido que los años universitarios en los que mi cerebro era adoctrinado por esos cagones y putarracas que lamían culos y no tenían ni puta idea de nada. Algunos los llamaban profesores, ensuciando esa legendaria palabra. Definitivamente lo que aprendía por aquí arriba es de más calidad e infinitamente más útil.

    Mi armario no podía escapar a este escrutinio. Tengo dos bolsas llenas de camisas que no uso, pijamas antiguos, pantalones que jamás volverán a cubrir unas piernas peludillas, jerseys de lana que no sirvan para el frío viento nórdico, zapatos descartados y demás.

    Aún no he terminado. Cada semana habrá nuevas rondas hasta que el día ocho de octubre, en la final, los ganadores lleguen a nuestra nueva casa. Allí volveré a acumular cosas y con la cantidad de espacio que voy a tener, sólo Dios sabe como acabará aquello.

  • En el Swamp

    18 de septiembre de 2005
    En el Swamp

    En el Swamp, originally uploaded by sulaco_rm.

    Hay una tendencia monocromática en las ciénagas alrededor de Nueva Orleáns que llega a resultar enfermiza. Todo es verde. Animales, plantas, agua, todo. Parece que alguien se olvidó de usar los otros colores y han terminado homogeneizando el entorno.

    Llama la atención del visitante esta saturación de un solo color. Te sientes incómodo tras cierto tiempo, notas la ausencia de algo, aunque no sabes qué es.

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