Distorsiones

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  • La semana pasada en Distorsiones

    9 de mayo de 2005

    En primer lugar, decir que he triunfado. Ha tardado en llegar pero al fin lo ha hecho. Yo creía que pasaría a la historia de los olvidados y que jamás alcanzaría el reconocimiento que no creo merecer (si lo digo en público), pero que me merezco (aquí entre colegas). Esos cinco minutos de gloria absoluta han venido de la mano del foro de pajilleros, en donde alguien ha copiado una de mis historias. La merecedora de aparecer en tan digno e intelectual foro de discusión fue Las minifaldas no son para las bicicletas, una de las historias que vienen de la época en la que Distorsiones no era más que una lista de correos. Decir que pusieron un enlace a mi página junto con la historia, hecho por el que les estoy muy agradecido. Decir también que seguro que tanto erudito del onanismo seguro que han sabido apreciar los intríngulis de mi complejidad literaria, lo cual me abruma sobremanera. Aprovecho para recomendar la lectura de ese clásico a quien no lo haya hecho aún.

    Y ya centrándonos en el tema, la semana pasada estuvo plagada de Desvaríos, esa categoría tan querida por los que me han acompañado a lo largo de los últimos cinco años en mis aventuras. Las andanadas comenzaron con Samanta , una malvada zarraspatrosa que trató de amargarnos una comida. Después de ponerla en su sitio, continuamos con  Koninginnenacht o el relato de lo que sucedió la noche en la que celebramos el cumpleaños de la reinona que nos gobierna. Siguió El jardí­n de su secreto en la mejor tradición de historias absurdas, con foto incluida y acabamos esta fiebre con Encuentros en la tercera clase o lo que pasó tras la noche de la reina.

    No todo fueron  Desvaríos. También hubo Cine, con Mar Adentro reloaded y The Pacifier – Un canguro superduro. La primera es ese clásico español que he vuelto a ver, en esta ocasión en tierras bárbaras y la segunda es una comedia sin más pretensiones que no te deja mal sabor de boca. En una semana tan holandesa, he puesto varias fotos a lo largo de la semana mostrando los instantes que inmortalicé durante el koninginnedag. Entre ellos tenéis  Disparo de huevos en el Vondelpark, Las otras reinas y Poffertjes, todos en la categoría de Folclore Nórdico. Tendréis que mirarlos para ver las fotillos que hice.

    Hice mi intento habitual para tratar que la gente deje comentarios en Interludio, que cae dentro de la categoría de Mi mundo) y hubo una nueva receta dentro de la serie de Cocinillas. En esta ocasión se trata de  Sushi Nori.

    Eso fue todo por Distorsiones durante la semana pasada. Como siempre, acabo recordándoos los enlaces a las páginas en las que podéis encontrar los regalos que me gustaría recibir:
    – Wishlist en Amazon UK
    – Wishlist en Amazon USA

  • Sushi Nori

    8 de mayo de 2005

    Por tercera semana consecutiva, exploramos el universo culinario de sulaco. En esta ocasión saltamos al lejano oriente y gitanizamos una de las cosas más pedidas cuando uno va a comer a un japonés. Lo hago porque nadie me cree cuando les digo que hacer este tipo de cosas es lo más tonto del mundo. Lo único importante es tener las herramientas adecuadas.

    En primer lugar quiero que miréis la foto y disfrutéis con la composición. Los dos platos japoneses, uno dentro del otro, los palillos y la comida en sí. Mañana ahondaré más en el tema, pero hoy nos centraremos en como cocinar estos rollos.

    En vuesta próxima visita al hipermercado tendréis que dar una batida para ver si hay sección con productos japoneses/chinos, lo cual es más que probable. En ella encontraréis lo necesario para cocinar este plato. En caso de que el hipermercado sea cutre y miserable, hay multitud de tiendas en España regentadas por chinos en las que seguro que lo podréis encontrar todo. Es fundamental el comprar Alga tostada, la esterilla de bambú y arroz para sushi. No quiero oir que eso no se consigue en España, porque si no que alguien me explique que hace en el envase de todos estos productos la traducción al español. Pasemos a la cocina y pongámonos a trabajar. Las cantidades son para 2 o 3 personas como máximo. El tiempo total de preparación es de alrededor de cuarenta minutos.

    Los ingredientes: 4 hojas de alga tostada, 1 taza de arroz para sushi, 1 huevo, 4 palos de cangrejo, 10 gambas granditas (si son langostinos mejor), harina de arroz (opcional para freir las gambas). Para las salsas, vinagre de arroz, mostaza, miel, zumo de naranja, salsa de chili dulce y salsa de soja.

    La implementación: Esta es una comida en la que las cosas se hacen por separado y al final se construye el plato. Comenzamos haciendo el arroz. Lo pondremos al fuego con 2 tazas de agua y cuando rompa a hervir, bajar el fuego, taparlo y dejarlo hasta que se consuma el agua (unos veinte minutos). Este arroz es bastante pegajoso, que es justo lo que necesitamos para conseguir la textura adecuada en los sushi nori. Si alguno tiene la brillante idea de usar arroces españoles, descubrirá lo tonto que es. Mientras se cocina el arroz podéis hacer una tortilla francesa con el huevo. A mi me gusta ponerle un poco de sal y pimienta, pero no es necesario si no se quiere. Lo siguiente es opcional. Si se van a hacer las gambas (o langostinos) entonces empanar 4 de ellas en harina de arroz y freírlas en aceite caliente un minuto por cada lado. Sacar del fuego y reservar. Las otras gambas las podéis hervir y se las pondremos a los rollitos dentro.

    Mientras se sigue haciendo el arroz, cortad los palitos de cangrejo en tiras no muy finas, que usaremos para rellenar. Haced lo mismo con la tortilla, cortarla en tiras. Las gambas hervidas las podéis cortar en pedazos pequeños. Hay miles de rellenos posibles y os animo a que uséis la imaginación. Este es sólo uno de ellos. Se pueden rellenar de salmón ahumado, o de verduras, o de cualquier cosa que se os ocurra.

    Ya con todo preparado, poner un alga sobre la esterilla de bambú. Esparcir arroz en la mitad del alga (pero no mucho no os paséis que quedará muy gordo). El arroz está bastante pegajoso y funcionará como el pegamento que lo mantiene todo. Sobre el arroz poned un par de tiras de tortilla, un par de tiras de palito de cangrejo y si optáis por las gambas, repartir pedacitos a lo largo del rollo. Ahora empezar a enrollar la esterilla de forma que el relleno quede en el centro. Suelen haber dibujos explicativos en el paquete de las algas y si no, googlear que seguro que hay dibujos detallados ahí fuera. Cuando tengáis el rollo hecho, seguir haciendo los otros. Una vez estén todos, hay que cortarlos. Usar un cuchillo humedecido. Los extremos del rollo van directamente al gaznate del cocinero.

    Os falta hacer unas salsitas para acompañar. Lo vulgar es comprar pasta de wasabi y ponerla en la mesa. Yo prefiero salsas más europeizadas. Una de mis favoritas y muy celebrada cuando cocino se compone de una parte y media de zumo de naranja, una cucharada de miel, una parte de vinagre de arroz y una cucharadita de mostaza de Dijón o al menos de alguna mostaza decente. Lo mezcláis todo y lo probáis hasta que tenga un punto agrio pero con un rebote dulce. Otra salsa que podéis montar es a base de vinagre de arroz con salsa de soja a partes iguales. Y una tercera, es la que veis en la foto adornando, salsa de chili dulce, que también se compra fácilmente en los supermercados. Repito que lo de las salsas es algo en lo que la imaginación es fundamental y es donde podéis personalizar la comida. Uno de mis amigos hace una salsa de whisky que está de morirse y nunca nos ha querido dar la receta.

    Si quieres ver otras recetas que he cocinado puedes ir al índice de Mi pequeño libro de recetas de cocina y allí tienes la lista completa

  • Poffertjes

    7 de mayo de 2005
    Poffertjes

    Poffertjes, originally uploaded by sulaco_rm.

    De las diferentes cosas que se pueden comer en los Países Bajos, no hay nada, absolutamente nada que me guste tanto como los poffertjes. Aunque podría comprarme la sartén especial que se usa para cocinarlos y aprender a hacerlos, nunca lo haré porque sería mi perdición. Lo bueno de ir a ferias o a eventos extraordinarios, como el pasado día de la reina, es que se pueden comprar en puestos callejeros. También hay ‘eetcafes en los que se pueden pedir.

    Un poffertje no es más que una pequeña torta que se fríe en mantequilla y que una vez hecha, se le pone por encima un pegote de mantequilla y se baña en azúcar de repostería. A algunos les gusta añadirles licor o sirope de chocolate, pero para mí, son insuperables en su forma más sencilla. Estas pequeñas raciones, como la que veis en la foto, son terribles bombas energéticas. El poffertje es un pecado, pero uno de esos en los que uno cae con gusto. En ocasiones en que no puedo aguantar la tentación, acabo comprándolos en el supermercado y termino comiéndolos compulsivamente, pero por suerte esto no sucede a menudo.

    Si tenéis la oportunidad de visitar Holanda, es un deber y una obligación el comer una ración de poffertjes.

  • Encuentros en la tercera clase

    7 de mayo de 2005

    Yo ya no dudo que a mí me suceden todo tipo de cosas absurdas. Ni siquiera me sorprendo. A veces me asusto un poco, pero eso es todo, he aprendido a vivir con ello. Al acabar el día de la reina tenía que volverme a Hilversum, el centro de mi universo y ese lugar al que llamo hogar. Por experiencias de años anteriores, me temía que lo del tren sería de miedo cerval. Lo primero era llegar a la estación Central de Amsterdam. Olvidarse de ir andando. Con tanta gente (en el orden de millones) se tardan horas. Así que cogí el metro sin pagar y me planté en la estación. Mi vagón iba medio vacío porque toda la parte delantera se había convertido en un inmenso meódromo y la orina campaba a sus anchas por allí. La gente entraba, enñurgaba el hocico, se iba a la parte de atrás y cuando estábamos en marcha, corría al encuentro de los efluvios úricos, aportaba su chorrito al bien común y en la siguiente parada se cambiaban de vagón. Desde casa del turco hasta mi destino hay 3 paradas, así que vi el espectáculo por triplicado.

    Ya en la estación, lo primero era comprobar la normalidad de los trenes. En otras ediciones del Koninginnedag se montan convoyes especiales infinitamente largos y que paran en cualquier trozo de tierra en el que se pueda apear gente. Esta vez, o llegué tarde para ellos, o llegué pronto, o no los hubo. Mi tren estaba en su anden, listo para salir y sin retrasos o modificaciones de ninguna clase. Era uno de esos con dos alturas, en plan guagua inglesa. Caminando pude comprobar que el nivel inferior iba empaquetado de gente. La parte de arriba ni me planteé mirarla, porque todo el mundo sabe que las ventanas no se abren y en invierno es calentito y tal, pero en días como el que vivimos, es una sauna horrorosa. No tuve suerte, pero cerca del final encontré un sitio en una de las anomalías de estos trenes. Al final de cada vagón, cuando estás en la planta alta, hay unas escaleras que te llevan a las puertas. Justo al lado de esas escaleras quedaba un pequeño hueco y la compañía de trenes metió cuatro taburetes atornillados y montaron ?algo??. En el sistema ferroviario holandés hay sólo dos clases, la primera, con asientos individuales y más espacio, lugar aburrido donde los haya en el que casi nunca hay nadie, y la segunda clase, el lugar de la plebe, donde vamos todos, morisma, gentuza, gitanerío, pelanduscas y similares. El garito minúsculo que hay en las escaleras es supuestamente segunda clase, aunque es obvio que en realidad corresponde a la tercera clase. Con suerte caben dos personas y si se trata de un neerlandés de metro noventa y cinco, rubio y desgarbado, entonces ya no entra nadie más y el pobre parecerá un canario en su jaula.

    Todo esto es para decir que me senté allí, en la pajarera de la tercera clase. Iba solo. El tren arrancó sin retrasos y todo iba viento en popa. En la primera parada, se subieron tres chochas que visto el panorama, se metieron en mi jaula. Uno que es de natural insensible y de concisión verbal escasa diría que allí olía a coño. Con seis tetas, tres papayos y dos arriolas, no había lugar para la intimidad. Una de las unidades femeninas, rubia por descontado, parecía un pelín tocada, afectada por alguna indisposición o lesión, al menos desde el punto de vista desde el que un psiquiatra observa el mundo, porque si nos referimos a la acepción de ?tocada?? que denota saber o conocer algo por experiencia, es obvio que ninguna era virgen a estas alturas y la que menos había sido ?tocada?? en múltiples ocasiones, que para eso la textura del cutis es definitiva y puede ser usada como prueba concluyente en cualquier juicio.

    Dejo de desbarrar y retorno a la vía. La chica simulaba ser una india arapahoe, con todo el maquillaje corrido por su cara debido a los desastrosos efectos de las lágrimas. No estaba en su mejor momento, eso era obvio. Yo, que no quería tener vela en el entierro, procuraba mirar por el ventanuco sin decir este pene es mío. Dadas las limitaciones espaciales, era una situación un poco violenta, porque allí nos chupábamos el aliento unos a otros. En esas que aquella incrementa sus sollozos y grita algo. Lo podría haber dicho susurrando y lo hubiese escuchado igual, pero como optó por el incremento de decibelios, posiblemente todo el tren lo escuchó. Básicamente lo que dijo, una vez procesado por mis neuronas holandesas fue que todos los hombres somos unos gilipollas (asumiendo que pueda traducir como tal la palabra klootzak). Pese a mi incultura y mi poco mundo, yo capté el concepto claramente y noté que allí era la minoría en peligro de extinción. Me lo volvió a gritar, a pesar de que intenté mantener la actitud de despiste casual manteniendo mi vista perdida en el horizonte de las vías.

    No funcionó. Giré mi cabeza lentamente hacia ella, desplegando mi sonrisa perfecta que es el orgullo de mi dentista y le respondí en imperfecto inglés que no todos los hombres somos gilipollas (utilizando el término bastard para dicha palabra) y que algunos hasta somos buenas personas. Ahí entraron sus amigas en la conversación. Primero averiguaron de donde era, Gran Canaria >> Canarias >> España >> Europa >> Mundo, después quisieron saber que hacía en estas tierras herejes. Luego mientras aquella seguía gimoteando me trabajé a las adjuntas y las convencí de lo bella persona que soy y de como mi espíritu latino, que rebosa mis venas y me hace maravillosamente sensible y campechano, no me permite ser un gilipollas. Les hablé de lo románticos que somos nosotros, de lo que cuidamos a las hembras, de los maravillosos momentos que podríamos pasar juntos mirando una puesta de sol de mierda cogidos de la mano mientras espero que se aburra de una puta vez para hincársela hasta el fondo, claro que expliqué los conceptos de otra forma, más romántica, que es como la gente nos ve a los latinos.

    No me costó mucho convencer a las adjuntas, que comenzaron a vaciar el tarro a su amiga y a explicarle que sólo por haber catado una uva podrida no vas a dejar de echarle mano al racimo. A través de la propia protagonista me enteré que su novio de los dos últimos dos años y medio la había dejado por una pelandusca que había conocido la noche anterior, que su cipote ya no entraría en su vagina, que ya no podría escuchar sus eructos al atardecer ni lavar los lamparones de los calzoncillos de este hombre. Era lo peor que le había sucedido a una mujer en el universo universal. Nunca hembra alguna sufrió tanto. Mandé callar a las adjuntas y le dije que estaba muy equivocada. Puede ser peor. Le conté el cuento de la amiga chicharrera que se compra el piso para casarse con su hombre de siempre y meses antes de la boda, un día que sale de marcha con sus amigas, decide dormir en el piso y no volver a casa en taxi y cuando entra en el mismo se topó con su hombre follando en la cama con otro macho. Le dije que eso era indudablemente lo peor que te puede suceder y que lo suyo, lo suyo era mala suerte y una pésima selección del esperma. La animé a mejorar sus criterios para la elección de compañero de cama y a no dejarse llevar por el primer instinto. En los quince minutos que estuvimos juntos en el tren, hablamos de muchas cosas.

    Resultaron ser unas hembras despechadas, pero nada que uno no pueda manejar con gracia y estilo. Las otras la ayudaron a quitarse el maquillaje arapahoe de la cara y la maquillaron. Salimos todos del tren riendo. Ellas venían a Hilversum de juerga. La dolorida me agradeció infinitamente lo que había hecho por su autoestima. Según sus propias palabras, nunca pensó que iba a reírse esa noche. Me invitaron a unirme a su juerga y uno, que es de natural reservado y de poca voluntad propia, se apuntó, pero esa es otra historia y creo que me la voy a guardar para mí.

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