Pudo suceder y sucedió


Yo ya sabía que el regreso al norte desde Málaga iba a ser problemático, sobre todo porque era en el vuelo que menos me gusta, uno que tiene la ventaja que aprovecho el día en Málaga pero tiene la desventaja de llegar a Ámsterdam a una hora chunguísima. Como también sucederá con mir próximos viajes a Gran Canaria, que ya están con billete comprado, parece que ahora para conseguir billetes baratos hay que comprar trayectos sueltos y así, viajé a Málaga con Buelin y mi regreso era con transavia y puedo confirmar y confirmo que mis próximos dos viajes a Gran Canaria, que sucederán en el primer semestre del año, seguirán esa rutina pero del revés, volando de ida con transavia y regresando con Buelin. Hasta las tres de la tarde estuve con mi amigo Sergio y a esa hora, en territorio neutral, se produjo el intercambio entre él y cierta comentarista del blog, que sucede que está emparentada con él y pasé la tarde hasta la hora de ir al aeropuerto con ella. Por las aberraciones esas tan grandes que hay en España, pillé un taxi para que me subiera a la estación de tren y en el vehículo, yo y el taxista con maskarillas, igual que luego en el tren. Al llegar al aeropuerto me la quitá y fui a pasar el control de inSeguridad, que fue muy rápido y ni siquiera pusieron pegas a mi tarro de sobrasada, que yo contaba conque me lo quitaban pero que seguro.

Después de eso sucedió un milagro, algo que en los años que llevo pasando por Málaga, nunca antes había conseguido. Mira que llevo años buscando las legendarias y épicas máquinas con las botellas de agua de un leuro pero en ese aeropuerto, jamás las había visto. Tengo claro que o han echado al joputa que impedía su instalación o se ha muerto de causas no naturales pero con esa no sentida desaparición, las máquinas ocuparon su lugar, con sus botellitas de un leuro en la parte inferior, rescondidas, como corresponde. Pagar fue una aventura porque no tenía monedas de leuro y el sistema que le han puesto para pago con tarjeta peta muchísimo, pero de alguna manera, lo conseguí y obtuve mi botella.

Cuando indicaron la puerta de embarque, fui como el cuarto en la cola de los pobres sin prioridad porque soy plenamente consciente que tienen unas pegatinas muy limitadas en número para el equipaje y si no consigues una, te lo meten en bodega y por ahí sí que no paso. El embarque fue problemático porque el avión iba petado y pese a los anuncios cada cinco segundos, la gente metía mochilas pequeñas y abrigos en la parte superior y la tripulación los sacaba para que entraran los trolleys y bolsos grandes. Para cuando por fin acabó esa aventura, nos separaron del aeropuerto y comenzó nuestro viaje, con el piloto hablando por primera vez y para mayor terror del pasaje, descubriendo que era una hembra. Hay leyendas urbanas que cuentan que hubo una vez una hembra que quiso ser piloto, pero de ahí a que sea real hay distancias siderales y en seguida, el terror más absoluto se podía ver en las caras de todos los machos, hasta que uno, el portador de la gran sabiduría, informó al resto que no hay que preocuparse, que esas máquinas despegan, vuelan y aterrizan siempre con el piloto automático y lo de los humanos en cabina es un paripé para el populacho. La mujer piloto nos dijo que por vientos empecinados del norte, tardaríamos en llegar a nuestro destino, con lo que se jodían mis planes. El problema de ese vuelo es la hora de llegada a Schiphol, que al final hasta ganó minutos y parecía, por un instante o quizás dos, que iba a estar todo bien, hasta que la chama volvió a hablar y nos dijo que aterrizábamos en la puta Polderbaan, la pista que está en el recarajo y que nos tomaría al menos quince minutos en llegar al aeropuerto después de aterrizar. Cuando por fin aparcó, resultó que el que abre la puerta tardó diez minutos en venir y ya me era imposible pillar el último tren directo a Utrecht, así que entrábamos de lleno en los planes alternativos y cuando salí del avión, corrí, pero vamos, que corrí como si estuviera entrenando para llegar a la estación de tren del aeropuerto en el menor tiempo posible y puedo confirmar y confirmo que fui el único pasajero de aquel avión que se montó en un sprinter hacia Ámsterdam, que supuestamente me llevaba allí con el suficiente tiempo para hacer el transbordo hacia otro tren hacia Utrecht, con seis minutos en la tarea, la cual consistía en ir del andén 10b al 4b. Estábamos literalmente a un minuto de la estación central de Ámsterdam cuando el tren se paró en un semáforo y comenzaron a correr los minutos y para cuando llegamos a la estación, teníamos un minuto para el transbordo, así que tuve que volar a las escaleras, bajarlas como alma poseída por espíritu truscolán y podemita, llegar al otro andén, subir y entrar en el tren en modo estampida y lo conseguí con unos quince segundos antes de que cerraran las puertas. Ya cerca de la una de la mañana llegábamos a Utrecht Central, recogí mi bicicleta en la estación y me piré a mi keli, más muerto y agotado que vivo.

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3 respuestas a “Pudo suceder y sucedió”

  1. Menos mal que estás en forma, imagínate un obeso que tenga que hacer todo eso, fracasa seguro… 🙂
    Salud

  2. Ah! por eso entrenas tanto! y si no coges trasbordo? te quedas a dormir en el aeropuerto unas horas o que?