Aquella ruta


Ayer, como casi todos los miércoles de la temporada escolar, fui a clase de italiano por la tarde, operación que requiere un traslado en bicicleta que puede ser de seis mil novecientos metros o más, dependiendo de la ruta. Cuando acabó la clase, salí a desbloquear mi bici, mientras escuchaba un audiolibro y perfectamente vestidito para el viaje a cuatro grados. Salí del aparcamiento del colegio en el que recibimos las clases y cuando enfilaba la calle, escuchando el audiolibro y pedaleando y con cuatro grados sin viento ni lluvia, una parte de mi cerebro, supongo, decidió que volvíamos por la ruta de siete mil quinientos metros, la más larga, pero también la más espectacular y bonita, pedaleando junto a algunos de los canales más bonitos de la milenaria ciudad de Utrecht y que por la noche, en invierno y en días así, es un festival visual, un regalo a la vista y como recorrer el interior de una obra de arte.

Iba por la ruta y seguramente la parte de mi cerebro que no había decidido el seguir aquel camino señaló algo importante, ese acto, el de elegir esa ruta que no tiene lógica porque toma más tiempo y más esfuerzo, eso es lo que hace que la inteligencia artificial consiga pensar como nosotros. En otros días, con las mismas condiciones, mi cerebro saldrá por otro lado, hará otra cosa distinta. Esto me llevó a pensar en el problema ese tan grande que GooglEvil no ha resuelto todavía con su falta de inteligencia artificial. Resulta que cinco días a la semana yo salgo de mi casa a la misma hora y voy en bicicleta a la misma estación en donde pillo el mismo tren, cambio a otro y al llegar a Hilversum hago el tramo final en otra bicicleta. Cuando expliqué al ente artificial de GooglEvil el trayecto de casa al trabajo, solo puedes indicar la dirección física del punto de partida y del de destino. Supuse que con la inteligencia que no tienen, ellos, tras unas iteraciones, captarían el concepto. Va a ser que NO. Han pasado años haciendo esa ruta cinco días a la semana y GooglEvil, cada mañana, me indica el horario de salida de la guagua que pasa más cerca de mi casa y que yo no uso porque voy en bici a la estación. Cientos y cientos de veces he hecho la misma ruta y ellos me siguen indicando la guagua, igual que en Hilversum e igual que al volver a casa. La inteligencia artificial, al menos en el 2020, no existe. Solo son capaces de resolver pequeñas tareas y en muchas ocasiones, de una manera chapucera. Al ritmo que van les queda décadas y aún así, jamás conseguirán emular a los humanos, que igual subimos pá’rriba que bajamos pá’bajo según nos salgaa de los mondongos, que la racionalidad la usamos en muy pocas ocasiones. Yo quiero ver a los expertos del tema el día que le tengan que explicar a una inteligencia artificial el concepto de la jubilación, que para la máquina, será un derroche total y tal y tal.


Una respuesta a “Aquella ruta”