Aterrizaje forzoso


Creo que fue en marzo cuando me compré unas zapatillas de correr nuevas porque las otras, las de diecisiete leuros de la tienda esa de los diez mandamientos gabachos, ya tenían novecientos kilómetros y estaban como la mojama. Los dos amigos a los que pedí consejo, uno cabeza de queso y uno canario, coincidieron en las que debería comprarme, pero cuando vi el precio me dio una taquicardia, que a mí pagar más de cien leuros por unas cholas de correr me parece un sacrilegio y más siendo parao como soy. Por eso, decidí ningunearlos y a través de cierta tienda con nombre brasileño conseguí unas que normalmente valen sesenta leuros por treinta y nueve, claro que solo tenían un color disponible a ese precio, que era el negro, con suela naranja, algo que particularmente me la sudaba porque yo no miro la suela y si alguien me dice algo, les recordaré que es el color de la madre patria del norte, que hasta nuestra casa irReal usa el color para su nombre, en un giro dramático y difícil de entender para un africano como yo, ya que el color naranja es el oranje pero la fruta anteriormente y actualmente conocida como naranja, aquí la llaman sinaasappel, palabra que viene de la unión de dos palabras, China, como la del chino kudeiro y manzana, con lo que una naranja en neerlandés es una manzana de la China, porque estos acarajotaos e ignorantes no sabían que mayormente vienen de Valencia si son frescas y de Brazil si compras el zumo. Volviendo al tema, me llegaron mis nuevas zapatillas de correr a precio de parao y con pena y dolor las comencé a usar, ya que al costarme más del doble que las otras, hasta pensé en comprar una vitrina y ponerlas de adorno en mi keli. Los dos «expertos» insistían en que mi velocidad mejoraría r-escandalosamente, algo que en realidad no sucedió y yo seguía corriendo exactamente a la misma velocidad, que estoy en conversaciones para que me usen para poner en hora los relojes atómicos porque es que parezco la cosa esa que usan los que tocan música para no perderse por babia o en los alrededores de truscoluña, que no es nación. A marzo le siguió abril y todo parecía ir como siempre hasta hace dos semanas. Me despierto el lunes y como siempre si no está diluviando, echo el jiñote en el trono, me pongo la ropa de correr, caliento unos milisegundos y salgo a hacer mis seis kilómetros rondando los veintiocho minutos o quizás veintiocho minutos y medio. Juro por las bragas más sucias y apestosas de Mafalda que no hubo ninguna otra alteración de la rutina, pero ese día, que encima había amenaza de lluvia inminente, cambié mi ruta por si comenzaba a llover e hice el circuito que en ningún momento me pone a más de un kilómetro y medio de mi casa, con lo que si la cosa se pone chunga, puedo volver. Hice el primer kilómetro en cuatro minutos y cuarenta y un segundos, que pensé que la pulsera que me controla estaba hasta la pipa del coño de cocaína o de esnifar gofio porque siempre mi primer kilómetro es super lento, pero es que en los otros cinco estuve siempre por debajo de los cuatro minutos y medio y acabé el ejercicio en veintiseis minutos y cincuenta y siete segundos. Lo flipé hasta tres metros más allá del infinito e incluso les mandé pantallazos a los dos colegas y en el texto que los acompañaba, añadí «… y ahora comenzará mi decadencia» porque esto fue algo único. El miércoles salí a correr, otra ruta, misma distancia y resultó que la hice en dos segundos menos y el jueves volví a salir a correr y reduje el tiempo en otros dos segundos, consiguiendo una velocidad de cuatro minutos y dieciseis segundos en el quinto kilómetro. Yo ya no sabía a qué producto de mi dieta culpar, porque tenía claro que me debía estar dopando con algo para de repente y sin venir a cuento, tener estos registros.

El cuarto y último día de la semana para correr fue el sábado, el uno de mayo. Ya mi primer kilómetro fue épico, con una velocidad de cuatro minutos y treinta y dos segundos. Sentía como si me estuviese convirtiendo en un aerodeslizador y flotaba sobre el suelo, casi sin tocarlo, a unas velocidades épicas. El segundo y el tercer kilómetros los hice en cuatro minutos y veinte segundos y el cuarto me costó un segundo más. Iba escuchando un podcast, sin forzarme y sin sentirme cansado. En esa ruta, entre el cuarto y el quinto tengo que pasar bajo una autopista por un carril bici y en la cuesta abajo apuré para compensar la pérdida de velocidad en la cuesta arriba. Subía la rampa cuando lo impensable, sucedió. Aunque todo ese carril bici está asfaltado para bicicletas, en color vino, como en toda Holanda, en el tramo del paso subterráneo parece estar hecho con unas planchas de asfalto de unos veinte metros de largo y que están como conectadas entre ellas. Mi teoría, corroborada tras una inspección posterior del lugar es que no están completamente niveladas y por la velocidad yo no estaba levantando los pies demasiado, así que en la subida y al llegar a una de esas juntas, mi pie derecho tropezó con la junta y me escoñé, literalmente. Salí como una bala o el resto de un cohete chino hacia adelante y me hostié. Tras caer, en la rodilla derecha tenía el pantalón roto y una zona en carne viva del tamaño de un cráter en la Luna. En el codo izquierdo tenía también una raspada considerable y mi pulsera quedó tocada, pero sigue funcionando.

A esas horas, no pasaba nadie y después de levantarme y ver que podía seguir andando y que estaba caliente, en el sentido de tener todos los músculos a pleno rendimiento y por consiguiente, sin dolor, dejé de correr, paré el ejercicio como quedó registrado en el pantallazo anterior y opté por volver caminando a mi casa, a aproximadamente dos kilómetros del lugar. La herida no sangraba pero se veía que la piel era cosa del pasado. Cuando llevaba un kilómetro caminando, el frío, que afuera teníamos ocho grados comenzó a hacer mella en mí y como no sentía dolor, opté por comenzar a correr de nuevo, sin activar la pulsera y hacer la distancia en mucho menos tiempo, así que volví corriendo a mi casa. Después me quité la ropa, me duché, limpié las heridas y les puse el spray que crea una tirita y que es como mágico. La herida de la rodilla no se cerró hasta el domingo por la tarde y aunque consideré poner aquí la foto que le mandé al Turco para joderle el desayuno, no lo haré. La cosa es que el lunes, inicialmente decidí no ir a correr, por si acaso, pero después de caminar unos siete kilómetros y volver a mi casa, como que decidí que no ir era de truscolanes, porque la rodilla no me duele y finalmente salí a correr, con curiosidad por saber la pérdida de velocidad provocada por semejante trauma. Hice los seis kilómetros en veintisiete minutos y nueve segundos, con lo que no parece que el miedo o el pánico a tropezar de nuevo me haya afectado, aunque ahora, cuando paso por el lugar, cambio al modo de caballo de competición de obstáculos y troto por el sitio levantando los pies hasta los lóbulos de las orejas. Durante el resto de la semana, nunca llegué a bajar de los veintisiete minutos, aunque ahora que he probado esas velocidades, quiero regresar al aire y es cuestión de tiempo que lo logre. El único cambio que hice desde la caída fue usar los pantalones cortos para correr porque la fricción en la rodilla sí que puede molestarme. Así que la semana en la que comencé a volar, acabó con un aterrizaje forzoso y a los dos que me recomendaron gastarme la pasta en las playeras, ya les he dicho que es culpa suya, que si yo hubiese comprado las playeras de pobre de diecisiete leuros, habría seguido tan feliz corriendo despacito.


4 respuestas a “Aterrizaje forzoso”

  1. Yo pagaría dinero por ver un vídeo de tu caída… si estoy ahí es probable que te echase la mano en un primer momento, y automáticamente al minuto siguiente estaría descojonándome de forma incontrolable (después de ver que estás bien, conste).
    Flipante lo de tu velocidad de crucero.

  2. ¡Menudo hostiazo!
    Menos mal que no fue nada de cuidado…
    Me ha gustado eso del spray que funge como una tirita…
    Hace millones de años, cuando era joven, no como ahora que en unos cuantos días cumpliré 80 tacos, solia caminar con cualquier tipo de calzado, hasta que un dia tuve una lesión en los gemelos por culpa del calzado inadecuado, y desde entonces, después de un broncazo de mi medico y amigo, uso zapatillas de marca, española, que nada tienen que envidiar a otras para pijos y mucho mas caras. Solo tengo que comprar las que están en oferta, con un color determinado que a mi me resbala, como me jode enormemente comprar en tiendas de cualquier tipo, incluidos los supermercados, compro dos pares cada vez, desde entonces, no he vuelto a tener ninguna lesión por el mal calzado inadecuado para andar.
    Cuídate chaval, deja de ir distraído a ver si logras un «avistamiento», que nos conocemos… 🙂
    Salud

  3. Claaaaaaro, si es que es normal, te compras unas nuevas zapatillas, te emocionas, te crees que eres el hijo del viento … y pasa lo que pasa. Pero te levantas de nuevo y palante! Si es eres un superatleta, que si corres, que si montas en bici, que si haces patinaje sobre hielo, que si haces submarinismo, que si haces descenso a pulmón, que si pintas buhardillas. ¿Para cuándo te apuntas a una una IRONMAN de mayores de 45? Estás del copón!

  4. Yo no hago descenso a pulmón, bajo con botella de aire. No compito, ni por el mejor blog ni por ninguna otra cosa, lo cual exaspera a mis amigos. Tampoco me interesa un Ironman de esos, además de por la competición, porque yo hago ejercicio por otro motivo. Cuando veo las imágenes esas de miles de julays en una competición siempre pienso que estamos muy pero que muy necesitados de un virus que esquile la especie y elimine todos esos residuos innecesarios. Y si compitiera, tendría que ser en el grupo de treinta y dos.