El río subterráneo y las luciérnagas


El relato comenzó en El comienzo de otro gran viaje

Una de las cosas que me gustan de mis caóticas vacaciones es que nunca sé exactamente como acabará la cosa. Voy improvisando el camino y a veces las cosas vienen de una manera o de otra. Después de no poder apuntarme para una visita al Río Subterráneo de Puerto Princesa en mi primer día en el lugar, lo dejé apalabrado para mi regreso desde el Nido. Me informaron que me recogerían a las 06.45 o exactamente, cuatro horas y cuarto antes de a hora Virtuditas, el método universal para fijar eventos en nuestro calendario Me levanté a las seis y diez y cinco minutos más tarde ya estaba desayunando y en este ocasión y por darme un descanso, regresé a los clásicos occidentales, con tortilla francesa y tostadas. Me vinieron a recoger en hora y tras parar en otro hostal para pillar a una pareja más, el grupo estaba completo. Éramos siete, con dos parejas de filipinos que viven en los Estados Unidos y dos chochas que también eran gringas. El lugar al que íbamos está a una hora y media de Puerto Princesa, con la mitad del recorrido por la misma carretera que va hacia el Nido y que sucede que es el peor tramo de la misma. Es una sucesión de curvas en zig-zag, con pendientes de montaña rusa en la que se pone a prueba tu estómago, tu vértigo y todo lo demás. Cuando tomamos el desvío hacia Cabayugan la cosa empeoró, las cuestas y las curvas aumentaron y con la furgoneta balanceándose como un carricoche de montaña rusa. Todo iba bien hasta que una de las gringas pidió que pararan y se puso blanca como nalga de albino. A partir de ese punto el conductor fue más relajado pero la chica no mejoró mucho. Lo de la visita al Río Subterráneo de Puerto Princesa es un acto de paciencia, ya que para una actividad de unos cuarenta minutos, pasas horas. Previamente, en los días anteriores, te inscriben, con tu nombre y nacionalidad, indicando el día en el que vas. Eso, que parece estúpido, te ahorra unas tres horas o más. 

Al llegar al lugar, nuestra guía fue a la ventana de inscripción y luego a solicitar un barco mientras nosotros esperábamos en las zonas asignadas. Nos había dicho que allí podíamos pasar hasta tres horas. Estuvimos charlando muy animadamente y al final, estuvimos unas dos horas allí. Después nos llegó el turno para montarnos en un barquito con un máximo de ocho pasajeros que te lleva hasta el lugar en el que está la entrada al parque propiamente dicho. Es un viaje de unos veinticinco minutos, con el barco dando bandazos arriba  y abajo, de izquierda a derecha y la pobre enferma pasándolo peor. Para cuando llegamos, la chica estaba que no se tenía en pie y se tuvo que tumbar. Allí la espera fue de unos cincuenta minutos y en la misma, vimos los lagartos enormes que hay por el sudeste de Asia y que son enormes. También había monos que a poco que te descuidas te roban el teléfono o la comida. Siempre hay alguien lo suficientemente estúpido para que le pase y nos echamos unas risas cuando la tonta del bote casi pierde el suyo. Por desgracia no hubo ninguna pelea entre los monos y los lagartos, pero nos dijeron que son espectaculares. Mientras esperábamos, entraban y salían botes del río subterráneo. Finalmente nos llegó el turno y nos subimos a uno. La experiencia es mágica. Avanzas en una embarcación con un remero y un guía que lleva una linterna y va indicando las formaciones que hay en el  interior. Es un viaje de algo más de kilómetro y medio dentro de una montaña, rodeado de estalactitas y estalagmitas, con miles de murciélagos revoloteando sobre tu cabeza. No me extraña que lo hayan elegido como una de las Nuevas Maravillas del Mundo, se lo merece. El guía en todas las rocas veía formas y una vez te las sugiere, no puedes dejar de verlas. El recorrido es alucinante y te olvidas de las horas de espera. Hice alguna foto en el interior aunque no sé si quedarán bien, ya que les ha dado por la ecología y han decidido no poner ningún tipo de iluminación el lugar, sobre todo para proteger el ecosistema. También están limitadas las visitas a un cierto número de personas por día y dependiendo de la marea, hay horas en las que no es posible. En el primer viaje en barco nos habían dado un chaleco salvavidas que hay que usar también en el segundo y en este además te dan un casco de obra, que no creo que te proteja de nada salvo de las cagadas de los murciélagos. 

Después de salir y devolver el casco, nuestra guía fue a avisar al barquero que nos debía llevar de vuelta, ya que el mismo que te trae te lleva. Todos los trabajadores son de la tribu local, la cual al parecer tiene la piel bastante blanca porque son mestizos y seguro que hasta el más lerdo sabe que conquistadores fueron los que se mezclaron con los locales y NO, no aceptamos truscoluña como nación. En el segundo viaje en la barca por el mar la gringa evolucionó hacia el verde y según nos bajamos empezó a potar que no veas y se perdió el almuerzo, en un bufé de comida filipina en el que nos pusimos tibios. Tras el almuerzo, regreso a la ciudad, aunque tuvimos que parar después de quince minutos de camino para que la chica potara de nuevo, sentarla en el asiento delantero y cruzar los dedos para que aguantara hasta Puerto Princesa. Estaba claro que no se iba a recuperar y ese mismo día por la noche iba a ir con su amiga a una excursión en la que te llevan por un río para ver luciérnagas. Como si cancelaba no le devolvían el dinero, yo me ofrecí a ocupar su puesto. Los filipinos tienen pánico a decirte que no, así que la guía no sabía si se podría hacer el cambio o si alguna de las agencias de viaje involucradas en el tema se cabrearía. Las chicas habían reservado el tour con su hotel que a su vez contrató a una agencia que contrató a otra agencia y yo llegaba de una tercera compañía. Nosotros no lo entendíamos pero no quieren que haya malos rollos entre las empresas y discutieron y hablaron entre todas ellas hasta que al final decidieron que sí se podía hacer el cambio de nombre. Al llegar cada uno a su hotel o pensión, quedamos que nos veríamos a las seis de la tarde y aproveché las dos horas que tenía para ir a ver la catedral y la Plaza de Armas que están muy cerca de mi pensión Después de ducharme, le puse la parte inferior a mis pantalones para cubrir mis piernas, me embadurné en crema con repelente para los mosquitos y me recogieron. En eso que comenzó el diluvio y fuimos al río en el que sucede este paseo y que es muy cerca de la ciudad. Es una zona con manglares protegida y en la que trabajan jóvenes locales. Por culpa de la lluvia, no había luciérnagas y tuvimos que esperar una hora. Finalmente, salimos, en botes con tres pasajeros como máximos y un remero/guía. Si lo de la mañana fue increíble, esto no se le queda atrás. Vas por un río totalmente a obscuras y de repente en los árboles del manglar, vez diez, treinta cincuenta o más lucecitas que se encienden y se apagan. Es mágico. Al parecer las luciérnagas de este lugar son del tamaño de un grano de arroz pero producen un montón de luz.  El paseo en barca dura una media hora y tiene multitud de momentos asombrosos. En el agua del río también hay algún tipo de alga fosforescente y cuando metías la mano en el agua, creabas una traza de luz verde increíble. Por desgracia aquí la cámara no pudo hacer nada, no conseguía enfocar nada e intenté hacer un vídeo pero no tengo ni idea de si será posible usarlo. 

Cuando terminamos, nos trajeron de vuelta a nuestros hoteles. Dos excursiones increíbles en un solo día. Con esto más o menos finaliza mi visita a Palawan, lugar al que me gustaría regresar porque hay mucho más que ver. 

El relato continúa en Desde Puerto Princesa a Cebu


2 respuestas a “El río subterráneo y las luciérnagas”

  1. Ese día será uno de esos que no se te olvidan nunca. Yo estaría encantada de haber sustituído a la otra chavala, a la que por cierto compadezco, porque sin estar ella mala, se pierde igual parte de sus vacaciones. Y hablo desde la experiencia, por desgracia.