La marabunta dominguera


El domingo por el mediodía, en lugar de la caminata habitual, decidí ir hasta una de las macro-ferreterías que hay cerca de mi casa y que hacen que los Leroi-Rasputín españoles parezcan tienduchas de barrio. En total hay tres gigantescas y una enorme, todas prácticamente unas al lado de las otras porque aquí se hacen estos parques comerciales y todos saben que sí estás junto a las otras, la gente vendrá con más ganas porque así pueden ir a todas y comparar y ver quién es el que tiene el precio más bajo de verdad. Es como con los supermercados, que en Holanda suelen verse a pares o tríos, por la misma razón, en mi barrio tenemos dos grandes separados por cien metros, el Lidel está también acompañado por otro y en los centros comerciales casi siempre hay dos, quizás tres, aunque también es cierto que un supermercado en los Países Bajos es más supermercado y no tiene la mitad de su tamaño en pasillos de venta de ropa, electrodomésticos, muebles y demás, como en España, en donde en algunos de ellos la comida parece ser algo anecdótico y empujado al final y antes de llegar a la susodicha tienes que caminar por pasillos y pasillos de otras cosas que no encajan en la definición que da la RAE de la palabra supermercado y que dice que es un Establecimiento comercial de venta al por menor en el que se expenden todo género de artículos alimenticios, bebidas, productos de limpieza, siendo el hipermercado más grande y más barato, con lo que ambas definiciones deberían ser actualizadas para decir más bien que es como un Corte Inglés pero a lo pobre y en una sola planta. Desde mi keli al que tenía en mente hay dos kilómetros caminando mayormente por Laagravenseplas Noord, lugar en el que suelo correr cuatro veces por semana, con lo que seguía siendo un paseo agradable. El objetivo era comprar un par de platos de macetas de catorce centímetros de diámetro. Salí de mi keli escuchando un audiolibro y fui andando al lugar y cuando llegué, aquello era una zona de guerra, creo que nunca o al menos no en los últimos diez años había ido en domingo porque se dice que suelen estar petados de gente pero es que era un r-escándalo del copón. Entré y busqué los susodichos, que valían menos de un leuro, los cogí y cuando me acerco a las cajas, con todas abiertas, las colas eran interminables y en la de las auto-cajas, la cola era cinco veces más larga que las otras. Me di la vuelta, volví a poner los platos en donde los cogí y me fui a mi casa sin comprar nada. Ayer por la mañana, me acerqué en un momento con la bicicleta, en lunes y aquello era otra cosa, hasta se podía respirar el aire y tenían solo un par de cajas normales abiertas y esas en las que te lo curras tú mismo, que son las que yo prefiero, sobre todo porque puedo usar el programa del super mientras voy comprando y al llegar allí, me crea un código QúeRre que escaneo y ya me sale lo que tengo que pagar sin más vainas, que es algo como que fastuoso y una de cada tres o cuatro veces activará la alarma de control, vendrá el empleado de turno, confirmará que soy honesto y pagaré y saldré de allí en un periquete, que creo que contando la ruta que hice en bici, no tardé más de diez minutos en toda la operación.

También la semana pasada, uno de los dos supermercados del barrio reabrió tras quince días cerrado por obras, decidieron renovarlo, añadir las autocajas y darle un aspecto más moderno y un circuito de compras más inteligente, que tal y como estaba parcheado no tenía lógica alguna e ibas de un extremo al otro buscando cosas por la forma en la que las ponían, con la mitad de las neveras en el extremo por el que se entra y la otra mitad en la zona de salida, al lado opuesto y por alguna razón, siempre te equivocas con la ubicación o ellos la cambian adrede, aunque yo en ese super suelo comprar muy poco porque los veo careros y uno de los cajeros me pone de los nervios, es obeso mórbido, pero mórbido total, como de doscientos kilos, es antipático, cree que la pandemia truscolana y podemita fue un invento para controlarnos y ni está vacunado ni se ponía mascarilla y como a nadie le cae bien pero no lo pueden echar porque las leyes protegen a la gente así, resultaba que siempre que ibas a pagar había una cola eterna en las otras cajas y la de él vacía o solo con un cliente porque todos lo evitamos como a las enfermedades sexuales truscolanas, que hay muchas. Ahora con las autocajas supongo que será más evidente la huida de todo el mundo de este chamo y como con el peso y la masa que tiene no creo que lo puedan tener de pie en la zona de las susodichas, probablemente no lo volveremos a ver nunca más y todos rezamos y les pedimos a nuestros dioses que descargue un par de rayos, quizás tres sobre esa masa enorme y alivie nuestro sufrimiento. Aún no me he pasado por el supermercado a noveleriar y debo ser la única persona del barrio, que el día que lo reabrieron, el jueves de la semana pasada, regalaban trescientas tartas a los primeros trescientos clientes y abrían a las siete y media y me dijeron que aquello parecía un aeropuerto europeo cualquiera estos días, que están todos igual de colapsados. Todo por un puto pastel que se compra por unos leuros y que tiene una lista de ingredientes que es más que suficiente para una serie de terror de dieciocho episodios, que lo único que les falta poner en la etiqueta es el porcentaje de los cánceres que te pueden atacar si te comes uno de esos.

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Una respuesta a “La marabunta dominguera”

  1. Aquí lo de evitar las áreas comerciales, al menos en mi caso, normalmente es todo el fin de semana, como mucho al súper el sábado por la mañana para rellenar congelador, pero hasta eso me suelo evitar yendo al mercado y sus puestos esplendorosos donde encuentro de todo, más fresco y sin haber pasado (las frutas y verduras) por cámaras frigoríficas que le amputan el olor y el sabor.