Una de las cosas que me fascinan y me aterrorizan cuando visito Gran Canaria es el exceso de tatuajes en la gente. No he estado en ningún lugar del universo en el que haya tanta gente con tatuajes y uso el plural porque un tatuaje debe ser algo como de pobre y lo que se precia es el tener cuatro, cinco, seis o más. Cubren multitud de partes del cuerpo, los ves asomar por el cuello o directamente subir hacia el cuero cabelludo o descansar allí mientras la gente lleva la cabeza con el pelo muy corto, o salir por los brazos hacia las manos o recorrer las barrigas, las espaldas o las piernas. Los puedes ver en niños, en adolescentes, en adultos y en personas mayores. Es como un virus que se extendió por la isla sin que nadie le pudiera poner freno.
En los Países Bajos, llevar un tatuaje es sinónimo de clase baja, de tener muy poca o ninguna educación, de ser alguien con una cultura muy limitada, habitualmente fumador y con tendencia a la obesidad, ya que han hecho estudios que demuestran que la obesidad y la adicción al tabaco se ensaña con los pobres y la gente de clase baja, muy baja o bajísima. Ahora que muchos españoles se lanzan fuera de las fronteras y emigran para trabajar, a muchos les interesará saber que un tatuaje en cualquier lugar visible del cuerpo es prácticamente una garantía absoluta de que no conseguirán trabajo en una multinacional y están condenados a empleos de baja cualificación (si los hubiera). En las dos multinacionales en las que he trabajado en este país, la cantidad de personas con un tatuaje visible (y por visible quiero decir en los brazos, cuello o piernas (en el caso de las mujeres) fue de cero. Vimos pasar a muchos que venían a hacer entrevistas de trabajo pero sin que se diga ni se comente, se les etiquetaba como no válidos. De hecho, no conozco una sola persona en este país que tenga un tatuaje, aunque ahora que lo pienso, no trato con gente básica. Hace poco escuchaba una conversación de unos españoles en el tren y el que después de unos meses se iba a marchar derrotado de vuelta a España tenía un tatuaje visible en el cuello, varios en los brazos y un piercing en la nariz, además de los agujeros esos enormes en las orejas como los de las tribus de lugares remotos. Nadie se molestó en informarle que uno o varios zarcillos en un hombre lo inhabilitan para casi todos los equipos de Recursos inHumanos, igual que el piercing en la cara, el tatuaje del cuello y los de las manos. Básicamente, el colega, por mucho título universitario que tenga, aquí es un paria social, alguien que produce aprensión y recelo. Nadie en su sano juicio mutila y castiga su cuerpo de la forma en la que él lo ha hecho y supongo que por alguna razón por el estilo los rechazan. Lo mismo sucede con las chicas que llevan piercings en la cara o tatuajes. En la multinacional en la que curro no las dejan ni trabajar de limpiadoras o en la cantina, hasta ese personal es perfectamente neutro y normal. Ya sé que suena duro e injusto pero cualquiera que quiera trabajar en otros países se tendrá que plegar a las costumbres locales. El problema de los tatuados es que por serlo están abocados a los empleos menos cualificados, básicamente la construcción y en ese mercado no hay demanda. Con la fauna local está más que cubierto.
Curiosamente, en mi empresa desde el año 2004 jamás se ha contratado a nadie que fume y la pregunta la hacen de alguna manera en las entrevistas o lo buscan en el currículo. A los fumadores que tenemos y que son parte del legado histórico de tiempos pasados, se les ha condenado a ir a fumar a una parada de autobús situada a veinte metros del edificio, en un lugar en donde el viento se ensaña y expuestos a la lluvia, la nieve o lo que se tercie. Cuando se quejaron e intentaron que se les deje fumar bajo el porche de la entrada del edificio, la respuesta del Director de Recursos inHumanos fue: si queréis estar en el porche, DEJAD DE FUMAR. No hubo más discusión sobre el asunto ya que la ley protege a la recepcionista y tiene derecho a un puesto de trabajo sin humos.
Obesos sí que contratan, o más bien rellenitos, porque gordos lo que se dice gordos, después de que se retiró la Ballenata no nos queda ninguno. De siempre se rumoreó que su departamento estaba en la planta baja para no someter la estructura del edificio a la tensión que supondría ese peso enorme en la planta alta. Casualmente, un par de meses después de su retiro movieron a los de finanzas a la última planta, el lugar en el que yo también trabajo.