Una de las compañías holandesas más innovadoras y que tiene una selección de productos prácticos además de bonitos es de fietsfabriek o la fábrica de bicicletas si se nos ocurriera traducir el nombre de la empresa. Ya hemos visto algunas de sus creaciones y hoy tenemos la Pack Max Duo, una bicicleta bastante larga que permite llevar a dos niños sentados en la parte de atrás o incluso con accesorios, ponerlos con sus respectivas maxi-cosi. La bici tiene una cesta delantera reforzada y en la que se pueden poner hasta ochenta kilos de carga y si os estáis preguntando (como yo hice en su momento) que demonios es ese cilindro de color metálico que hay detrás del asiento del conductor, es para meter la cadena con la que os aseguraréis que nadie os la robe cuando la dejéis aparcada en algún lugar y aquí también podemos ver el pedazo de cadena que usa el dueño para evitar disgustos, sobre todo cuando la dejas en las calles de Amsterdam, que es el lugar en el que le hice la foto. Fijaros que la cesta de carga no cuelga del volante sino que es una extensión del cuerpo de la bici. El precio de esta preciosidad es de unos 1300 euros.
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Carretera a la nada
Cada vez que miro esta foto se me ponen los pelos de punta recordando los tres meses que viví en Lanzarote y en los que pensé qe me chiflaría, porque aquello para mí era el exilio. No es que te pegues el churro y consigas la carretera vacía, es que te pares en donde te pares, haces la foto esta sin problemas y como se te escoñe el coche, cruza los dedos para que sea en algún lugar transitado.
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Felipas a tutiplén
Conviene avisar y aviso que mi mente es de naturaleza enfermiza y que las personas insensibles y esas otras de profundas convicciones fantasmagóricas no deberían seguir leyendo ya que lo que viene a continuación puede herir su insensibilidad y causar daños temporales.
Estamos en pleno veranillo o eso que en Holanda se llama nazomer y que se podría traducir como lo que viene después del verano (y que imagino que no es el otoño). Después de dos meses de monzón no tropical y de apañar cientos de mililitros de agua, estamos a veinte grados o más, con días soleados y casi sin viento, o lo que es lo mismo, estamos en verano o lo más parecido al mismo que se puede ver por Holanda. Yo aprovecho para recalentar las paredes de hormigón de mi casa, buenísimas a la hora de conservar el calor y así ahorrarme guita en la calefacción, que la cosa está muy jodida y el l??uro es el l??uro. Desde el viernes hasta hoy he visto cuatro felipas y quiero que quede constancia escrita ya que mi amiga la Chinita dice que eso en realidad no sucede y yo me lo invento.
La primera felipa de esta tanda tan inesperada se cruzó en mi camino el viernes por la tarde cuando volvía a mi casa en bicicleta y disfrutábamos de casi veintidós grados. Venía hacia mí cerca de Hollandse Rading, rápida y eficiente, de complexión más bien grandota, rubia pero no de bote como la Princesa del Pueblo y con unas piernas alargadas que se movían al ritmo de los pedales o quizás estos eran los que seguían el ritmo que les marcaban las piernas. Como yo no leo libros porque siempre quise ser un inculto y lo de escuchar audiolibros no cuenta, cada vez que veo a una pava con minifalda en bicicleta, yo no dirijo mi vista a sus ojos sino a la zona de la entrepierna. Ella se acercaba rápidamente y yo, maestro redomado en lo que a profundidad de campo se refiere, ajusté mi vista para enfocar el punto adecuado y cuando nuestras órbitas eran cercanas e incluso nuestros campos gravitatorios se podían ver micronésimamente afectados por la presencia del otro, veo que es una felipa. Flipé en colores. Desde que la Hilton y la Spears lo pusieron de moda, lo de llevar bragas o cualquier tipo de cobertura cuando una se pone minifalda es como de los ochenta, super pasado de moda. No se ha hecho ningún estudio oficial pero por las cantidades de potorros que yo veo, al menos una de cada cinco ciclistas en minifalda maximiza sus sistemas de control y gestión de la temperatura corporal aprovechando el chichi a pelo para refrigerarse. Las felipas son aquellas que parece que tienen barba de cinco días porque no se lo han afeitado en un tiempo e imagino que sin playa y sin un verano que les permita usar el bikini, muchas han optado por convertirse en Amazonas e ir a pelo, literalmente. Aquella felipa tenía una barbita cuidada allí donde no da con mucha frecuencia el sol y cuando me vio agachando la cabeza para ajustar mejor el ángulo de visión, me miró con odio, aunque esa mirada se la llevó el viento ya que yo no me distraigo fácilmente.
La segunda felipa pedaleaba hacia Wijk bij Duurstede el sábado por la mañana con la cara más pintada que un indio arapajoe y con las prisas se olvidó de juntar bien las piernas y enseñó su secreto, esa barbita afeitada de forma tan coqueta. De nuevo, el césped crecía en el jardín con alegría. Un rato más tarde me crucé con otra, o quizás con la misma, ya no lo sé, porque no me fijé en la cara y las sombras y las luces engañan.
Mi cuarta felipa la vi al llegar a Hilversum esta mañana, llevando una niña al cole en bici y preparada para seguir para el trabajo, fresquita de ropa y aún más fresquita por los bajos como pudimos comprobar todos los que estábamos parados esperando que un semáforo se pusiera en verde y tuvimos la suerte de estar mirando en la dirección adecuada cuando nos regaló con ese momento impactante en el que descubres que el señor Guillette no lo puede todo y no llega a todos los sitios como nos han hecho creer.
Hay años buenos y otros no tan buenos en lo que se refiere a los avistamientos, pero estos tan tardíos han sido todo un descubrimiento ya que hasta ahora, fueron siempre mayormente de la pipa del chocho bien lisa y con el debido mantenimiento. Mi amiga la Chinita siempre los cuestiona porque según ella, cuando uno va en bici mira a la gente a la cara y no termina de creer que a mí me la suda lo que hagan los demás pero yo en los ojos no veo nada pero entre las piernas sí que veo. Esa fascinación que siento hacia esas zonas también me ha castigado con dos avistamientos indeseados, dos pepones. El primero fue en la Lange Janstraat creo que en el 2006, un sábado de verano en el que fui al mercado y cuando me acercaba a una tienda para comprar algo veo que viene un tío de frente hacia mí y que todo el mundo se gira cuando pasa. La razón eran los dos pepones que le colgaban de su micro pantalón vaquero y que se balanceaban al ritmo que marcaba su pedaleo. La segunda vez fue el año pasado en Houten, una ciudad (o poblacho) cercano a Utrecht y por el que paso con frecuencia cuando salgo a pasear con la bici ya que tienen la red ciclista más espectacular del país, no por algo ganaron el premio a la mejor ciudad para usar bicicletas en el año 2008. Volvía a casa y veo a un hombre trabajando en su jardín delantero, en cuclillas y cuando se levanta un poco al pasar observo con horror que aquello que colgaba hasta casi tocar el suelo no eran dos higos peludos o las herramientas de jardinería, eran dos pepones que le debían colgar por lo menos hasta las rodillas. En estos casos sí que lamento no mirar más a los ojos y menos a los bajos.
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El Niño en el volcán
Después de dejar el Islote de Hilario en el Parque Nacional de Timanfaya, visitamos el centro de visitantes que está en la carretera para ver la exposición y culturizarnos un poco, algo que todos sabemos que está condenado a fracasar porque yo soy como una ameba. La chica que estaba trabajando allí era muy amable y nos explicó un montón de cosas y entre lo que nos contó, nos indicó un lugar en el que podíamos parar y caminar a uno de los pequeños volcanes, cerca de un cartel que anunciaba el municipio de Yaiza. Paramos en el lugar y caminamos hasta el volcán, subimos por su falda, nos lanzamos a correr por el picón hasta casi darnos una hostia del copón y después entramos en el cráter y mi amigo el Niño se empeñó en escalar una de las paredes interiores para que le hiciera una foto y no me hizo caso cuando le dije y le repetí que con el objetivo de 11-16mm iba a parecer una mota de polvo. En la foto, el punto verde y blanco que hay en el medio es un cacho de carne de dos metros contando los zapatos y que posa en un volcán del que por descontado que desconozco el nombre.